Durante mucho tiempo la ciencia se declaró incompetente para explicar por qué dormimos. Claro, para descansar, eso es obvio. Pero ¿por qué exactamente el cuerpo y la mente necesitan dormir? ¿Cuáles son los mecanismos a nivel celular, glandular, nervioso, sicológico y demás que trabajan durante las horas de sueño para reparar algo que se va desgastando durante el día? ¿El cuerpo humano tiene un ciclo natural de veinticuatro horas o ésta es una mera adaptación al giro terrestre? ¿Qué pasaría si la Tierra girara al ochenta por ciento de su velocidad?
Tal parece que sabemos más sobre la superficie de Marte que sobre los acontecimientos fisiológico-mentales que se dan durante nuestra relación con la almohada. Me refiero a ciencia de verdad, no a las fantasías charlatanas de Freud.
Tengo años luchando contra el sueño. Nada me parece tan estúpido como ir a dormir en vez de continuar la lectura de un libro. He padecido de insomnio y me son harto disfrutables las noches largas y silenciosas. Por lo general, trato de ser un ente nocturno. Lo normal es que vaya de mala gana a la cama cuando está amaneciendo, cuando la ciudad comienza a cambiar su sosiego por bullicio.
Pero ahora estoy leyendo Why We Sleep?, de Matthew Walker, un científico que según parece ha estudiado el sueño como nadie, y él asegura que mi estrategia de robarle una o dos horas al sueño habrá de pasarme una factura. “Dormir menos de siete o seis horas al día”, dice el autor, “destroza el sistema inmunológico, duplica el riesgo de cáncer y es un factor determinante para el desarrollo del Alzheimer”. Los niveles de insulina se desequilibran y propicia la diabetes.
Por su parte, dormir bien mejora la habilidad para aprender, memorizar, tomar decisiones lógicas. Soñar produce un baño neuroquímico que diluye los recuerdos dolorosos y crea un espacio de realidad virtual para que el cerebro mezcle pasado con presente y fomente la creatividad.
No tengo lugar para enlistar todos los beneficios de dormir bien, ni los maleficios de maldormir. Pero si soy un ente como los conejillos de Indias del doctor Walker, entonces mi deseo por terminar de leer esta noche El arenal de Sevilla, de Lope de Vega, y la presión a la que me somete la Editorial Gredos publicando cada semana un tomo de su Biblioteca de Grandes Pensadores, pronto hará que el Alzheimer saque de mi cabeza todo lo que tanto me esforcé en meter.
¿Pero qué le voy a hacer? Aunque los recuerdos son buenos, vivir el presente es todavía mejor. No quiero, al modo de Calderón, decir “la vida es sueño”; prefiero con Quevedo pronunciar: “sueño es la muerte”.