Conoce la historia militar que trajo a la Virgen de Los Remedios a México

Con Hernán Cortés se le otorgó esa distinción y desde entonces se le conoce como “La Generala”, consta en documentos de la Basílica de Los Remedios, en Naucalpan.

Según la leyenda, en una aparición la Virgen de Los Remedios indicó el pueblo y el maguey donde se le hallaría. (Especial)
Ana Salazar
Naucalpan /

Cuando el cura Miguel Hidalgo y Costilla decidió tomar el estandarte de la Virgen de Guadalupe como bandera de la lucha que emprendía en septiembre de 1810, le dio un sentido religioso a la guerra de independencia. El cura fue visto entonces como un hombre ungido por la divinidad para liberar al pueblo oprimido. Durante los once años que duró la guerra, la Guadalupana ocupó un lugar fundamental para la causa insurgente. Al tomar este estandarte, Hidalgo le otorgó a la lucha un carácter sagrado.

La respuesta española fue inmediata. De poder a poder, el virrey Francisco Xavier Venegas mandó traer la imagen de la Virgen de los Remedios para enarbolarla como bandera de los ejércitos realistas y resguardarla de los insurgentes. Pero llegó más lejos: se le dio grado militar y desde entonces se le conoce como “La Generala”, consta en documentos de la Basílica de Los Remedios, ubicada, en el municipio de Naucalpan.

Siglos atrás, la Virgen de los Remedios había acompañado al conquistador Hernán Cortés hasta el triunfo. Años atrás, el soldado Juan Rodríguez de Villafuerte antes de partir a tierras americanas recibió de su hermano, un fraile agustino, --quien acompañaba a soldados españoles en sus campañas-- la pequeña imagen de apenas 27 centímetros de altura labrada en madera española y en sus brazos, el Niño Jesús, que trajo a México en el año 1519, que en la actualidad. Se conserva en el altar principal de la Basílica que lleva su nombre, relata Jaime Pérez Guajardo, secretario ejecutivo de la Dimensión de Bienes Eclesiásticos y Arte Sacro (Dibeas) de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM).

Con la consumación de la independencia, en 1821, llegó la reconciliación de ambas advocaciones a los ojos de los mexicanos. En la actualidad “La Morena y la Generala”, identificadas, en ese entonces como una mexicana y segunda gachupina, comparten la devoción del pueblo de México. Desde que llegó a estas tierras, hace más de 500 años, su culto ha sido un alivio espiritual. La virgen, en su advocación de Los Remedios, es invocada para que ponga “remedios” a los grandes males, describe el docente de la Universidad Anáhuac.

La Virgen Conquistadora

Estas pequeñas imágenes de madera eran utilizadas por los sacerdotes que acompañaban a los a los soldados españoles cuando realizaban ceremonias religiosas durante las campañas militares. Los soldados transportaban las imágenes atada a la cabeza de una silla de montar o la colgaban de su cuello. El culto a Nuestra Señora de Los Remedios era habitual en la España de los siglos XV y XVI, refiere el filósofo.

Para algunos estudiosos de la Conquista de México, no fue una, sino al menos dos las imágenes castrenses que acompañaron la expedición de Hernán Cortés desde su salida de Cuba en 1519; esculturas talladas en madera similares que han llegado hasta nuestros días: una es la Virgen Conquistadora que se venera en el templo conventual de San Francisco en la ciudad de Puebla y la que alberga la Basílica de Nuestra Señora de Los Remedios en Naucalpan, según refiere Ismael Arturo Montero García en su investigación Cocotzin: Nuestra Señora de Los Remedios, cita Pérez Guajardo.

Durante las primeras décadas del virreinato, los indígenas de Naucalpan describían a la imagen de Los Remedios como Cocotzin, también como la Señora Niña o la Pequeñita, por las reducidas dimensiones de la imagen que veneraban, refriere. Juan Rodríguez de Villafuerte, quien fue capitán de uno de los bergantines que vinieron con Hernán Cortés, después de la caída del Imperio Azteca, colocó en el Templo Mayor, la primera imagen de la Virgen de los Remedios en lugar de un monolito a Huitzilopochtli, de acuerdo a la literatura documentada históricamente, dice.

Durante la derrota de la Noche Triste el 30 de junio de 1520, Cortés y sus soldados llegaron a un pequeño monte delante del pueblo de Tlacopan, donde la virgen se apareció acompañada por Santiago Patrón de España. Un año después caída México Tenochtitlan, así se narra la leyenda de las apariciones de la madre de Dios, refiere Pérez Guajardo.

Y asienta: Dos décadas después Juan de Águila encontró la vieja estatuilla de madera que había desaparecido desde 1520. Según la leyenda una aparición de la Virgen Los Remedios le indicó el pueblo y el maguey, donde la hallaría. Pero desde que llegó a estas tierras, hace 500 años, su culto ha sido un alivio espiritual. La virgen, en su advocación de Los Remedios, es invocada para que ponga “remedios” a los grandes males.

La devoción del soldado

Juan Rodríguez de Villafuerte, este soldado español quien se sumó a las huestes de Hernán Cortés, recibió importantes encomiendas y fue fundador de la que hoy es la Basílica de Nuestra Señora de Los Remedios. En 1523, descubrió la bahía de Acapulco y fue su encomendero. Durante esos años hubo una repartición de la población indígena y de las tierras de Acapulco, siendo Juan Rodríguez el propietario del Acapulco.

Se casó con una princesa de Texcoco, bautizada como Juana, quien le dio un hijo y una hija, pero lo dejó viudo pronto, teniendo segundas nupcias, con doña Juana de Zúñiga, parienta de la esposa de Hernán Cortés, relata Pérez Guajardo.

Según los datos encontrados y documentados históricamente fue Juan Rodríguez de Villafuerte quien descubrió el puerto de Acapulco al que llamó bahía de Santa Lucía, dice el filósofo de profesión y secretario ejecutivo de la Dimensión de Bienes Eclesiásticos y Arte Sacro (Dibeas).

Pérez Guajardo considera que de raíces profundamente religiosas surgió la nación mexicana. Diversos pueblos teocéntricos se encontraron en esta tierra, bajo el mismo cielo, iluminados por el único sol, entre las mismas aguas que enmarcaron sus templos entre “brumas y nubes”.

Y describe: “Peregrinos de desiertos, mares y montes. Celosos guardianes de ancestrales principios. Pueblos originarios como los toltecas con el tesoro cultural de los mayas, tribus nahuas base para el mestizaje con hispanos enriquecidos por la sangre semita, de Abraham y Moisés, poco más tarde los del África. Cada raza y cultura procede cargando el amor a “su” Dios hasta el desprecio de sí y el amor a sí hasta el desprecio de Dios. Aquella descripción agustiniana es el testimonio de la conciencia humana en su relación con Dios.

En fin, todos los hombres que “en esta tierra están en uno”, como describe el Nican Mopohua”, (documento histórico con el que se conoce universalmente el relato en Náhuatl de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego en el cerro del Tepeyac al norte de la actual Ciudad de México en torno a 1531).

MMCF

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