“A los niños les hemos castrado la imaginación”: María Menéndez-Ponte

Entrevista

La escritora española publicó El gran libro de las emociones, donde reúne 30 cuentos que sirven de guía para aprender a lidiar con la ira, el miedo, entre otras.

La escritora gallega María Menéndez-Ponte. (Cortesía)
Ángel Soto
Ciudad de México /

María Menéndez-Ponte es una de las escritoras más prolíficas que tiene hoy la literatura infantil y juvenil. Ha publicado varias decenas de libros, entre ellos la exitosa novela Nunca seré tu héroe, galardonada con el Libro de Oro en 2006.

Autora también de cuentos, libros de texto, guiones y artículos periodísticos, María recuerda que durante su infancia, en su natal Galicia, pasaba las horas inventando historias, juegos y aventuras. Presume incluso haber cultivado una imaginación desbordante que “trabajaba a una velocidad de vértigo”. Quizá por eso lamenta tanto que en la acelerada vida del siglo XXI los niños solamente procuren satisfacciones instantáneas.

Una de sus nuevas publicaciones se llama El gran libro de las emociones (Duomo ediciones), un volumen que reúne 30 cuentos ilustrados por la artista italiana Judi Abbot.

En esta entrevista platicamos sobre cómo las historias que nos contamos pueden ayudarnos a lidiar con la ira, el miedo, la rabia, la envidia e incluso la alegría.

—Qué momento más oportuno para hablar de las emociones: una pandemia de proporciones globales, una catarsis...

Es que no estábamos preparados para semejante barbaridad. Por eso es importante un libro como éste. Cuanto más nos conozcamos a nosotros mismos y mejor gestión hagamos de las emociones, afrontaremos mejor los momentos difíciles. Hasta ahora parecía que vivíamos en un mundo feliz en general, con una serie de medios que antes no teníamos. Los chavales están acostumbrados a tener una vida fácil, regalada en ese sentido. De pronto viene una cosa así y te da un baño de realidad y brutalidad. Pero, como en todo, hay luces y sombras. Este encierro ha ayudado a estrechar lazos entre padres e hijos.

—Precisamente pensaba en esa nueva proximidad. Los lazos se han estrechado no sólo en las relaciones paterno-filiales, también en las de pareja y con otros miembros de la familia. Sin embargo, también puede ocurrir lo contrario: que después de tantos meses de convivencia excesiva lleguemos al hartazgo. Ahí juega un papel muy importante esta charla sobre las emociones.

Claro que sí. Seguramente van a salir unos cuantos divorcios de esta situación, sin duda. Incluso hay padres que no estaban acostumbrados a tratar con los hijos y no les ha sido tan fácil. En ese sentido, este libro aporta mucha luz, porque todos tenemos los mismos sentimientos al final: la alegría, la tristeza, la rabia… Todos en algún momento de nuestras vidas las sentimos. A veces parece que sólo son los niños los que deben expresarse, pero a los padres también les cuesta y es importante que ellos cuenten sus vivencias. A los hijos eso les aporta mucho. Un cuento de estos es un hilo muy bueno del cual poder tirar para llegar al fondo de las personas y dar herramientas para saber manejarse. Especialmente con los niños más pequeñitos, porque cuando tienen cuatro o cinco años son como bombas, todos sus sentimientos son explosiones, máxime en un encierro.

—Es notable la relevancia que tiene la ficción para ayudarnos a entender ideas complejas como las emociones, ¿pero por qué nos cuesta tanto hablar de ellas?

Es verdad, es una cosa curiosa. Nos han educado a que los sentimientos van para adentro. En mi época los hombres no podían llorar delante de la gente. Se reprimían constantemente las emociones, se veían como algo vergonzoso, cosas que no debían exhibirse delante de los demás. Pero es al revés: demostrar tristeza, dolor, alegría, humaniza a la gente. En este libro se ha hecho mucho hincapié en que no hay emociones malas. Es bueno que los niños sepan que hay que expresar esas emociones y luego descubrir cómo gestionarlas.

—Al final todas las emociones sirven para algo…

Eso es. Nadie nace perfecto. La vida precisamente es eso, un aprendizaje: intentar, caer, recorrer un camino. Cuanto más recorres, más riqueza acumulas. Hay que experimentar y sentir.

—Por otro lado, incluso las emociones más positivas, como la alegría, pueden acarrear ciertos riesgos si no se les conduce correctamente...

Claro, yo creo que todo tiene dos caras y las emociones también las tienen. Uno tiene que estar siempre atento al otro. Por eso son tan complicadas, porque no hay un manual, no hay límites, no hay modos, cada uno lo siente de manera diferente. Estamos educando a los niños en una falta de empatía tan grande que a veces hasta psicópatas estamos creando. En este mundo todo es el yo, y ese es un mundo horrible. A ti nadie te va a escuchar si tú tampoco escuchas. Eso es lo que tenemos que empezar a cambiar.

—La burbuja es peligrosísima.

Completamente. Antes era todo reprimir, sufrir, y de pronto ahora es todo lo contrario, todo es hedonismo. Parece que la apariencia física es todo lo que cuenta. Y, claro, se ha desatendido completamente ese yo interior. Yo espero que después de esta lección que nos ha dado este bicho microscópico, saquemos consecuencias que nos sirvan.

—Con la revolución tecnológica y el paso del tiempo, las generaciones han cambiado. Como autora que le ha hablado a los niños y jóvenes desde hace varios años, ¿cómo has notado este cambio en el público que te lee?

Lo he notado mucho en el sentido de que ellos siguen un camino que se les ha marcado, pero en el interior no están nada contentos. Los han metido en un mundo terrorífico sin pedirles permiso de nada, y a la vez les cuesta mucho renunciar a él, porque quién no quiere hoy en día que le den likes, colgar fotos donde parece que la vida es una maravilla. Pero hay muchos conflictos que se guardan en el armario, que van creando vacíos terribles. A los más pequeños les hemos castrado la imaginación, y son niños normalmente muy hiperactivos, que sólo buscan la emoción momentánea. Tienen que tener una novedad cada segundo y no son capaces de vivir consigo mismos.

—¿Nos hace falta escuchar y ser escuchados?

Claro, parece que vivimos en el mundo donde hay más comunicación, pero es una comunicación muy superficial, no llega al fondo. A la gente lo que le gusta es que la mires a los ojos, que en ese momento seas para ella. Y a los niños hay que darles herramientas para manejar ese mundo que se les puede descontrolar.

ÁSS

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