Ahualulco revisitado

Literatura

Ernesto Lumbreras convence a sus lectores de que las historias narradas en 'Ábaco de granizo' son verdaderas, pues nace de su fijación el texto que a su vez recoge las sensaciones de toda una comunidad.

Portada de ‘Ábaco de granizo’, de Ernesto Lumbreras. (ERA)
Vicente Quirarte
Ciudad de México /

La primera vez que escuché la palabra Ahualulco fue por intermedio y complicidad de marionetas cascadas y anacrónicas como el alma de quienes las manejaban. El gran final del espectáculo, donde abundaban los golpes y los equívocos, era la ejecución musical del Ahualulco, “un son jarocho, se nos dice en la introducción de este libro, solo superado en fama y glamour por La bamba, ese ditirambo celestial y obseso de subir escaleras chicas y grandes”.

El bailable daba vida nueva a la función. Casi olvidábamos los trajes astrosos y las cicatrices de los títeres. “El Ahualulco” es uno de los ritmos más nuestros, como cosido en el alma llevamos lo más perdurable y permanente de nuestros recuerdos.

En su poema “El retorno maléfico”, Ramón López Velarde advierte contra los riesgos que acechan al reviniente. Entonces, Jerez ha sobrevivido a una convulsión que aún no ha terminado. Todo retorno es maléfico en tanto que los cambios del espacio y el tiempo han convertido un territorio familiar en un lugar desconocido. Se ha transformado lo doméstico en siniestro. El patio que ayer mirábamos como llanura interminable para nuestras cabalgatas se ha convertido en un espacio minúsculo y acotado. Los años nos permiten mirar el mundo con inocencia como si estuviera naciendo, porque está naciendo con nosotros. El escenario ha cambiado pero también nosotros lo hemos hecho. Como dice Julian Clerc, nosotros abandonamos la infancia pero la infancia nunca nos deja.

En su libro Ábaco de granizo, Ernesto Lumbreras se ha atrevido a emprender el retorno y ha hecho de Ahualco de Mercado el corazón del mundo. Sin alterar el ritmo natural de los sucesos, el escritor es un escriba fiel a los reclamos y vivencias de su comunidad. Pero aquí hay una desviación afortunada: el escritor profesional sabe combinar los lenguajes de Barbizon y Santa Anita para reflexionar desde la orilla opuesta sobre los sucesos de los cuales ha sido testigo y actor.

Ernesto dialoga con el Luis González y González de Pueblo en vilo; con el Juan José Arreola de La Feria; con el Agustín Yáñez de Al filo del agua; con el Augusto Monterroso de Lo demás es silencio. El libro de Ernesto es al mismo tiempo una microhistoria, un conjunto de sabios decires y una historia de la vida irreal, como nos enseñó José Emilio Pacheco. Aquella donde hay homenajes y deudas que el autor se apresura a reconocer

Pero su diálogo más notable es con Juan Rulfo. Al igual que él, Ernesto se entrega a la sabiduría lingüística y humana de personajes que son literarios porque son auténticos. El libro de Ernesto admite y exige la relectura. Vuelvo constamente a la página de su libro sobre Malcolm Lowry donde el autor reconstruye la vida del escritor inglés a lo largo de un día de su odisea etílica, escrita con insuperable ritmo narrativo en que se combinan la erudición y la creatividad, característica notable del estilo lumbreriano.

La poética de Ábaco de granizo es múltiple y se articula desde la atractiva portada y el color que la anima. El título es tan enigmático y llamativo como la cubierta del libro: una mula de un grabado antiguo que tiene por cuerpo una botella de nuestra absurda modernidad, sintetiza una de las metáforas de Ábaco de granizo: durante mucho tiempo, la mula y el pipón fueron el único medio para obtener el líquido vital. No sabemos si fue real la historia del enano que se transfiguraba en galán irresistible para las muchachas de Ahualulco, pero Ernesto Lumbreras convence a sus lectores de que las historias narradas son verdaderas, pues nace de su fijación el texto que a su vez recoge las sensaciones de toda una comunidad.

Más que la física de los hechos, la metafísica resultante de esas acciones. Así lo ha hecho el poeta de Espuela para demorar el viaje o el ensayista que descifra para nosotros los mecanismos creativos de los artistas plásticos. En este sentido su libro La mano siniestra de José Clemente Orozco es un ejemplo de lo que el ensayista puede y debe hacer: un crítico de arte que no admite imprecisiones ni vaguedades.

La prosa de Ernesto nunca deja de ser poética pero no es poetosa: sus frases están cargadas de significado y cada palabra es medida y pesada en la balanza del poeta para que proporcione todo y no tenga el ocio de la comodidad.

Existe una frase de la cábala: no juegues a fantasma porque puedes acabar por serlo. Fiel lector de Ramón López Velarde y uno de sus principales estudiosos, Ernesto no olvida la lección del maestro: decir con otras palabras lo que todos sabemos, es decir, hacer literatura. Algunos ejemplos: “Cuando retorne la estación violenta, la risa de mujeres lavanderas —de pendulares pechos que el insomnio multiplica- estallará en pretiles de orgiásticas espumas hasta tocar con furia la celda de nuestro aburrimiento”. Otro ejemplo de cómo el arte verbal transforma los malos tactos condenadas por el confesionario: “mi alma cambiaba de Ángel de la guarda y mi piel se asumía como una estación de aguijones, por más que un albañil o un fontanero fueran los beneficiarios directos de tales prodigios manuales.” O esta otra construcción: “Graduado con honores en la escuela de la crueldad, el reloj de la torre marca las cuatro de la mañana irrebatible e inclemente, golpeando una base metálica con su martillo de subastador de sueños.” Se trata de construcciones verbales suntuosas e hiperbólicas, donde no hay espacio para una coma ni una palabra más. Estamos hablando de literatura.

Una última palabra sobre la figura del cronista de Ahualulco de Mercado, Alejandro Ocaranza. En una primera lectura, y esa es la intención del autor, pensé que Alejandro Ocaranza tenía existencia propia, que era el cronista del pueblo y que asistía a todos los encuentros mencionados a lo largo del libro. Una segunda lectura me permitió deducir que Ernesto y Ocaranza eran una misma persona.

Corrijo mi observación: don Alejandro Ocaranza tiene más vida propia que el propio Ernesto Lumbreras. No es una creación sino un ser independiente que solo el verdadero escritor tiene el deber de pergeñar. De aquí en adelante nadie podrá convencernos de que en Ahualulco de Mercado no suceden cosas más trascendentes que las rosas, y que la ciudad es tan real como lo son Macondo y Comala, espacios para soñar con los ojos abiertos y los sentidos abiertos al prodigio.

Ábaco de granizo

Ernesto Lumbreras | México | Editorial Era | 2022 | 132 pp

AQ

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