Alberto Chimal: “Busco transformar mi experiencia de lo real”

Entrevista

En su más reciente novela, 'La visitante', el autor pasa de lo fantástico a evidenciar algunas violencias normalizadas en México.

Alberto Chimal, escritor. (Foto: Octavio Hoyos | MILENIO)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

En su tercera novela, La visitante (Planeta, 2022), sin dejar de lado su familiar lazo con lo fantástico, Alberto Chimal introduce otros elementos que aparentemente no tendrían cabida en ese terreno, como la denuncia y lo político. A su protagonista, Gabriela, una joven que llega de Toluca a estudiar a la Ciudad de México se le introduce una mujer que es una especie de fantasma, la cual la orilla a que esclarezca qué sucedió con ella. En conversación para Laberinto, Chimal ahonda en algunos puntos de la novela y de su obra en general.

—Lo fantástico define tu carrera literaria. ¿Qué tanto ha cambiado tu poética del género?

Creo que ha cambiado. De niño me encontré con el cuento fantástico y desde ahí me enamoré y sigo encaminado con la literatura fantástica. Nada más que en el camino he ampliado las lecturas y los proyectos a la hora de escribir. Lo fantástico sigue siendo un componente muy importante de casi todo lo que he publicado.

—Comenzaste como cuentista. En el salto a la novela, ¿qué retos tuviste que enfrentar?

El salto a la novela me tomó una cierta cantidad de tiempo. Incluso antes de que apareciera mi primera novela, en 2009, hubo varios intentos que fueron destruidos porque no me gustó cómo habían quedado. Por eso es que mis novelas tardaron tanto en salir. Creo que ha sido un aprendizaje distinto porque son muy diferentes entre sí las que he publicado en cuanto a forma y tema. Empiezo a sentirme más cómodo en la novela hasta tiempos más recientes: algunas que he publicado para jóvenes y ésta, La visitante.

—¿El cine te ha influido en tu escritura?

Sí, por supuesto. Me gusta mucho el cine, aunque es imposible estar al tanto de todo. Desde chico me gusta y hay películas que admiro desde siempre: las de Stanley Kubrick, por ejemplo, o más recientemente la obra de Wes Anderson, que me parece muy literaria.

—Cuando se habla de lo fantástico se piensa en la imaginación y lo irreal, pero en el caso de La visitante, para entrar en materia, estamos en el terreno del realismo.

Es parte de un proceso que llevó tiempo. Por extraño que parezca, la realidad siempre está presente en lo que uno escribe. Una persona, no importando el entorno, responde a sus experiencias reales. A la hora de escribir, uno se ve impulsado a transformar su propia experiencia de lo real. En el caso de La visitante, el tratamiento es mucho más realista. Mi intención era mostrar una serie de comportamientos muy reconocibles, que muchas personas recordarán o llevan a cabo el día de hoy. Hay la intención de mostrar esa textura de lo conocido de manera más enfática que en otras partes de mi obra.

—Un motivo importante que presentas, y lo anotas en los agradecimientos, es lo teatral, que se liga a un momento preciso de la década de 1970 en el que la utopía revolucionaria se mantenía vigente.

A mí me tocó ver de joven los últimos destellos de aquel movimiento revolucionario y contracultural de los años sesenta y setenta. Y no solo por mi edad, sino porque tuve contacto con una buena cantidad de personas que habían estado en la primera fila de aquellos acontecimientos como el poeta David Huerta, que fue mi maestro y estuvo en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre, y algunos maestros de teatro que también estuvieron involucrados en estos sucesos. Me parece fascinante esa época que me alcanzó de niño.

—Algo a destacar también de la novela es que, como en la narrativa policiaca, también lo fantástico puede tocar aspectos políticos y sociales.

Creo que una cosa no tiene por qué excluir a la otra. Y de hecho ha ocurrido en más de una ocasión en la literatura mexicana en que hay narraciones en la que conviven esos dos elementos y casan muy bien. El ejemplo más famoso es Pedro Páramo. Durante generaciones ha habido académicos que han intentado negar que tiene un componente de imaginación fantástica, y no tiene caso hacerlo. Pedro Páramo es una gran novela político-histórica de la revolución mexicana y, por otro lado, hay fantasmas.

—En el caso de la protagonista, Gabriela, la construyes como un personaje hipersensible que, a través de los sueños y la teoría de Jerzy Grotowski del teatro como un ritual, ingresa a otra realidad.

Así es. Esa es una de las partes que a mí me importaba desarrollar más en la novela, porque en ese momento de la contracultura occidental, y como en la cultura mexicana mucho antes de aquella fecha, tenemos esa reunión entre lo ritual y lo religioso. Están los rituales, muy ligados al teatro, de acercarse a lo divino, a lo trascendente. Ese es un tema que ha aparecido en mi obra porque me fascina. Gabriela, con esa hipersensibilidad, antes de entrar a la compañía de teatro tiene raptos religiosos.

—La parte final da otro giro y se vuelve una especie de novela policiaca cuando la protagonista investiga el asesinato de su visitante.

Esa última parte puede verse como policiaca, pero en lugar de descubrir algo que no se sabe se recuerda algo que se ha olvidado. Gabriela se mete en la vida de la víctima del asesinato muy vagamente y poco a poco va descubriendo esa vida que le fue revelada en experiencias aparentemente sobrenaturales. Entonces, como detective creo que a la pobre Gabriela le iría muy mal, no tiene mucho conocimiento de ese ambiente, pero lo que la impulsa es un deseo clásico de la literatura policial, incluso de la más antigua. Ahí hay dos impulsos constantes: uno es la averiguación dentro de un mundo sórdido, el del crimen; el otro es la búsqueda de la instalación de un orden. En las narraciones más clásicas implica que el culpable sea arrestado y en otras es más ambigua. Aunque Gabriela no es un personaje policial, sí lo es por sus intenciones en esta parte de la novela.

—¿Estabas consciente desde el principio que ibas a tocar los feminicidios?

Sí, fue consciente. Desde muy al principio de la planeación me di cuenta de que era algo que tenía que considerar. E igual es algo que ahora vemos más claramente que en otras épocas y ocurre constantemente. Es doloroso y terrible, pero no viene de la nada; tiene sus raíces en una cultura machista. En la época de la novela se manifiesta de una forma mucho menos cuestionada que en la actualidad. Mucho de lo que sucede no se cuestiona, sino que se normaliza.

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