Alejandro Rosas: la política ha manoseado a la historia

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La caída de Tenochtitlan, sostiene el historiador, estuvo a cargo de los indígenas. Su papel fue tan determinante como la astucia política de Hernán Cortés.

Alejandro Rosas Robles se dedica a la divulgación histórica desde hace treinta años. (Foto: Ariel Ojeda)
Jesús Alejo Santiago
Ciudad de México /

“Uno de los grandes problemas que tenemos los mexicanos es que seguimos cargando la historia como si fuera una lápida”, asegura el historiador Alejandro Rosas al reflexionar sobre la conmemoración de la presunta fundación de Tenochtitlan hace 700 años y la caída de esa ciudad hace 500, una derrota que “parece que fue ayer, por el odio, la ira, las rencillas, las descalificaciones” contra los españoles, dice en entrevista el autor de libros como Las caras ocultas de Hernán Cortés, Érase una vez México y 365 días para conocer la historia de México, publicados por editorial Planeta.

—¿Cómo definirías nuestra relación con la historia?

Uno de los grandes problemas que no hemos podido superar es reconocer que la historia ya pasó, y por más que quieran llamarle invasión a lo que mucho tiempo se llamó Conquista, o nombrar México-Tenochtitlan a la calle Pedro de Alvarado… lo que sucedió no va a cambiar.

La manera en que la política —particularmente en este sexenio— ha manoseado a la historia va mucho más lejos de lo que hizo el PRI durante los años duros. Si queremos estudiar la Conquista vayamos al ámbito académico, a debatirlo con mesas redondas, con argumentos, con visiones indigenistas e hispánicas. Si queremos debatirla como lo está manejando el gobierno vamos a perder todos, porque con cinismo increíble inventa, redefine, hace su propia versión de la historia.

—¿Por qué nos importa tanto la Conquista, cuando en España ha pasado desapercibida?

Hernán Cortés es poco valorado en España, no obstante que —con el apoyo de los tlaxcaltecas y otros pueblos indígenas— le entrega a la Corona española el virreinato más grande y extenso de América. Cortés no es tan importante como otros personajes de la historia española, pero aquí nos sigue lacerando: si hablas bien de él, eres un traidor; es el mismo sentimiento antihispánico que hemos visto desde el siglo XIX, aunque en ese momento había un motivo, porque España amagaba con la reconquista de México. Pero a 200 años de la consumación de la Independencia y 500 de la caída de Tenochtitlan, es desgastante que sigamos hablando del tema.

—¿Por qué están ausentes las comunidades indígenas de los relatos de la Conquista, sabiendo, por ejemplo, la importancia de la participación de los tlaxcaltecas?

Los tlaxcaltecas fueron condenados como traidores por las visiones historiográficas de los siglos XIX y XX: ¿si habían sido parte del mismo territorio, por qué se aliaron con los españoles? Pero no. Cualquiera con nociones básicas de historia sabe que los tlaxcaltecas eran enemigos de los mexicas; en realidad, muy pocos querían a los mexicas. Como todos los imperios en la historia de la humanidad, formaban un imperio explotador, abusador, violento con los pueblos a los que dominaban. Era obvio que, en cuanto encontraran una oportunidad para deshacerse de ese yugo, lo iban a hacer, pero aquí se simplifica todo.

Parece que México-Tenochtitlan era una sociedad armoniosa, respetuosa de los derechos humanos, librepensadora. Claro que tenía muchas cualidades, pero era una sociedad que sometió durante mucho tiempo a los pueblos originarios.

El gobierno ha insistido mucho en exigir disculpas por todo lo que hicieron las sociedades que llegaron después, por la manera en que dañaron a los pueblos originarios. Ideológicamente, hablar de la defensa del pueblo oprimido es lo que le ha rendido mucho fruto desde el discurso: el pueblo pobre, desposeído, que sufre, al que nunca nadie ha querido, que ha sido explotado… queda muy bien con la idea de la historia oficial. Pero los mexicas no eran pobres indígenas: eran indígenas que abusaron de otros indígenas.

Detalles del Biombo de la Conquista de México y La muy noble y leal ciudad de México, h. 1675-92. Madrid, colección particular (museodelprado.es)


—Existe una leyenda negra en torno a la Conquista, como existe alrededor de Cortés y la Malinche.

Si de verdad tuviera una intención de recuperar la historia y abrirla para conocerla mejor, este gobierno le hubiera dedicado mucho más a los 300 años de dominación española. La república apenas va a cumplir 200 años, el virreinato duró tres siglos y no conocemos realmente qué sucedió en ese tiempo. Para la actual historia oficial, fue un periodo de oscuridad, de explotación y de saqueo, pero hay tantas cosas de ese tiempo que nos definen como mexicanos que es increíble que en pleno siglo XXI ignoremos y pasemos por alto esos 300 años, donde están las claves de lo que somos.

Nuestros problemas de hoy son los de esta clase política que viene reciclándose desde hace 35 años; no hay novedad, ni un pensamiento distinto. Desde esa lógica, vemos que la historia oficial tampoco se movió y seguimos pensando que los 300 años del virreinato fueron oscuros; claro que hubo explotación, abusos en distintos momentos, pero debemos acercarnos más para ver que hubo comunidades que la pasaron mejor que otras. Los propios tlaxcaltecas participaron en la fundación de varias ciudades importantes en el norte.

Hay una leyenda negra sobre Cortés, sobre Marina, pero también sobre cómo fue realmente la participación de los pueblos indígenas en torno a la caída de Tenochtitlan y cómo se dio su participación en las siguientes exploraciones que llevaron a que los españoles se impusieran como el grupo dominante.

—¿Cómo resumirías el papel de Hernán Cortés en la Conquista?

Lo que destacaría de él es que tenía un buen olfato político, entendió rápidamente de qué se trataba la dinámica política en los territorios de dominio mexica; entendió la idiosincrasia de las comunidades y aprovechó esas circunstancias para encabezar un movimiento que lo llevó a la conquista de México, aunque sin los tlaxcaltecas hubiera sido imposible. Su gran mérito fue entender las contradicciones de los pueblos indígenas, independientes unos de otros, con un imperio odiado.

—¿Cuál sería su gran defecto?

Creo que todo el proceso pudo haber terminado sin tanta violencia. Mexicas y españoles habían convivido ocho meses antes de la matanza de los señores de Tenochtitlan ordenada por Pedro de Alvarado, que no sé si enloqueció de último momento —hay quienes afirman que quien dio la orden fue el propio Cortés, pero pienso que no, porque le salían muy bien las cosas llevando la fiesta en paz, y quien rompió con todo eso fue De Alvarado—. Cortés no estaba en Tenochtitlan cuando ocurrieron estos hechos. Se enteró al regresar y no castigó a Pedro de Alvarado. Si lo hubiera hecho seguramente habría enfrentado un motín. Ese fue el punto de quiebre de cómo se llevaba la Conquista y cómo terminó siendo violenta. Al final se enfrentaron cerca de 100 mil guerreros tlaxcaltecas contra los 150 mil que defendían Tenochtitlan, así que la Conquista la hicieron los indígenas.

—¿Qué tan importante fue la Malinche en esa historia?

Considero que su papel se ha romantizado. El error que se ha cometido en la actualidad es que su relación con Cortés se le quiere ver como una historia de amor, y eso, a partir de las huellas, los rastros, las crónicas, no se puede saber. Ella es muy importante porque gran parte de la mala traducción que hizo determinó las buenas y malas decisiones de unos y de otros. La Conquista es una trágica historia de teléfono descompuesto. Marina estuvo cerca de Cortés en todo momento, desde que levantó la mano y dijo yo sé náhuatl y puedo traducir, pero era imposible que pudiera entender la idiosincrasia española. Por eso creo que hubo demasiadas simplificaciones en las traducciones, lo que derivó en malos entendidos o en interpretaciones erróneas. Ella es fundamental en la Conquista, se convierte en aliada de Cortés y estaba dispuesta a dar la vida por él. Decirle traidora me parece una estupidez, porque después del maltrato que sufrió, quien la cuida y protege es Hernán Cortés.

Alejandro Rosas Robles: "Todos los regímenes buscan establecer una visión propia de la historia". (Foto: Ariel Ojeda)

—Cambiarle de nombre a algunas calles, ¿de qué manera cambia nuestra historia?

Quieren destruir la memoria histórica de las calles, aunque nadie pasa por Puente de Alvarado maldiciendo a Pedro de Alvarado. ¿Merece ser maldecido? Sí, pero no va a cambiar la historia. Es muy de contentillo esta visión del gobierno de la Ciudad de México, porque si no tendría que quitar el Ángel de la Independencia, el presidente no tendría que vivir en un palacio que fue el símbolo de la opresión durante 300 años, porque allí estuvieron los virreyes; o deshagamos el castillo de Chapultepec, porque allí vivió Maximiliano.

Hablar de esas cosas es más del discurso político e histórico, más de tonterías y discusiones bizantinas. Tenemos una historia y a un Cristóbal Colón que, para bien o para mal, llegó a América en 1492 y de ahí se desataron mil cambios. Ahora, sin embargo, todo es proindigenista y tiene que ver con la idea del pueblo oprimido, al que ahora vamos a reivindicar con celebraciones.

—¿Por qué es tan importante la historia para un gobierno?

Todos los regímenes buscan establecer una visión propia de la historia. Lo habíamos perdido con Fox, Calderón y Peña Nieto —creo que Peña Nieto ni siquiera sabía que historia se escribe con hache—. Con Calderón, el bicentenario de la Independencia pasó sin pena ni gloria, en unos años más sólo nos acordaremos de la Estela de Luz, porque se entregó tarde y salió en una millonada. Fox y Calderón no quisieron usar la historia para favorecer a sus gobiernos.

Creo que es lógico que los gobiernos utilicen personajes, discursos, una retórica de la historia para avalar su proyecto. Ahora bien, insisto y lo voy a hacer hasta la muerte: eso no es historia. Que te digan “qué cátedra de historia dio el presidente en las mañanas”. No es cierto: es su interpretación, es sesgada, y que te lo digan los académicos. Cuando te das cuenta de cómo llega la historia al discurso político de este régimen, sabes que tiene un fin político total: empatar este momento histórico con las luchas del pueblo de otros periodos; la insistencia en el pueblo bueno como el mismo que se levantó contra la opresión española en 1810.

Por eso para el gobierno de López Obrador la caída de Tenochtitlan y la consumación de la Independencia son tan incómodas. La primera fue debido a la participación de los indígenas y la segunda fue hecha por el fifí de fifís: Iturbide. Van a celebrar la fecha, pero ya verás cómo le van a dar un sesgo para que Guerrero aparezca como el gran consumador. Te apuesto que el 15 de septiembre, el presidente no va a decir “¡Viva Iturbide!”, a pesar de que fue, junto con Guerrero, el consumador de la independencia.

AQ

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