Alfonso Armada: “El objetivo final de una entrevista es tratar de conocer al Otro”

Entrevista

El autor español habla sobre el papel que el miedo, la curiosidad y la precisión tienen tanto en la poesía como en el periodismo.

Alfonso Armada, periodista y escritor español. (Foto: Jeffrey Zamora)
Ciudad de México /

Alfonso Armada defiende con todos sus géneros al periodismo, aunque la poesía y el teatro aniden igual en él. Hombre de letras para el que “hay periodistas dignos de respeto y poetas poco respetables”, disfruta de placeres como caminar junto al mar, aunque haya cruzado como corresponsal en África con sus guerras y genocidios. Autor de una veintena de libros, prefiere, no obstante, la lectura a la escritura.

Para el escritor gallego (Vigo, 1958), que sostiene que la curiosidad “nos mantiene jóvenes, encantados de estar en el mundo”, la tiranía del clic en los medios de comunicación, donde se privilegia la cantidad sobre la calidad, está pervirtiendo al periodismo, y la admiración es una virtud que se cultiva poco.

Sus dos más recientes obras, Cuánto pesa una cabeza humana: Diario de un virus coronado por el miedo (Vaso Roto, 2021) y El arte de la entrevista. De David Bowie a Adam Zagajewski (Turner, 2022) le hacen mucha ilusión por haberse publicado en editoriales que “hermanan a México y España”.

Jeannette L. Clariond está haciendo una labor impresionante”, dice sobre la directora de Vaso Roto, que, siendo ella también poeta, ha dedicado a la poesía. Poesía que también aflora sin duda en las entrevistas de Armada en la selección que hizo el editor Ricardo Cayuela para la publicación en Turner.

En ambos libros, el ex corresponsal de los diarios españoles El País y ABC ejerce algo que hace con maestría: escuchar, conversar. En el primero, dialoga con poetas y filósofos, vivos y muertos, en especial pesimistas, como Celan o Cioran, en busca de hallar esperanza al inicio de la pandemia por covid-19 hace tres años. En el otro, se sube al escenario del “acto teatral”, como define a la entrevista, con gente como Daniel Barenboim, Adam Zagajewski, Wim Wenders, Nélida Piñón, Susan Sontag, Steven Spielberg, Gerard Mortier, Harold Bloom, Alaa al-Aswany, Edward Said o Byung-Chul Han.

En entrevista que iba a ser vía Zoom para mirarse cara a cara, como deben ser las entrevistas, como el ex director de ABC Cultural las suele hacer, acepta con humor que termine a oscuras, por vil teléfono, debido a que a su interlocutor le falló la conexión con la plataforma que popularizó la pandemia.

“Echemos la culpa a la tecnología. La tecnología siempre es estupenda cuando funciona y cuando no, nos hace sentirnos estúpidos, y la culpa es de la tecnología casi siempre”, se resigna el también autor de Cuadernos Africanos, Diccionario de Nueva York, Sarajevo. Diarios de la guerra en Bosnia o El rumor de la frontera. Viaje a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México.

—¿Qué es para usted la curiosidad?

La curiosidad es una condición imprescindible, necesaria, primero, sobre todo, para todo periodista, pero yo creo que para todo ser humano. Cuando trabajé con el periódico ABC, uno de mis trabajos más gustosos era recibir a escolares que venían a visitar el diario. Y recuerdo como las jornadas de la mañana más emocionantes cuando venían grupos de 20, 30 alumnos, entre 7, 9 y 10 años, que hacían preguntas impresionantes, curiosas, la verdad que a veces mucho más inteligentes que las de muchos de mis colegas en el periódico. Y, es curioso, porque cuando llegaban alumnos mucho mayores, ya adolescentes, ya no tenían ningún interés en preguntar, era como si hubieran perdido la curiosidad. La curiosidad nos mantiene jóvenes, despiertos, encantados de estar en este mundo. Y en la medida en que mantenemos la curiosidad, creo que el cerebro se mantiene ágil y vivo.

—¿Parte de esta curiosidad para buscar una entrevista o qué es lo que lo motiva?

Muchas veces es la propia curiosidad personal, el interés por conocer a un escritor, un cantante, alguien a quien tengo ganas de conocer porque conozco su obra y me despierta mucho interés. Pero, muchas veces viene motivado por las circunstancias comerciales, políticas, culturales. Cuando entrevistamos a Daniel Barenboim fue porque había grabado las nueve sinfonías de Beethoven y la propia casa de discos tenía interés en difundir la grabación y puso a disposición de unos cuantos periodistas la posibilidad de entrevistarle. También, cuando David Bowie publicó su último disco, convocó a prensa. Es un toma y daca. Por un lado hay curiosidad por mi parte y también interés de las casas comerciales, las editoriales. Se juntan las dos. A veces es verdad que yo mismo he buscado la entrevista, como por ejemplo el caso del poeta polaco Adam Zagajewski, que había publicado varios libros en Acantilado, y yo tenía mucha curiosidad. Me enteré que venía a España y entonces hicimos la entrevista. Se juntan las dos cosas. Pero, en general, y sobre todo las entrevistas que están en El arte de la entrevista, todas son fruto de un interés genuino por conocer al Otro.

—¿Se vale ser fan, admirar a quien se busca entrevistar?

La admiración es una virtud que cultivamos poco. Últimamente se está cultivando más el odio y el desprecio que la admiración. Hay un pensador, profesor de ética español, gran amigo mío, Aurelio Arteta, que tiene un libro sobre la virtud de la admiración (La virtud en la mirada: ensayo sobre la admiración moral, Pretextos, 2002). Y, bueno, muchas entrevistas son fruto de eso. Cuando tú buscas a Harold Bloom, Richard Ford o Nélida Piñón es porque antes los has leído y admiras profundamente su obra y estás deseando tener la oportunidad de pasar tiempo con esta persona. Lo cual no quiere decir que dejes de lado tu espíritu crítico y no hagas preguntas que a lo mejor puedan ser un tanto incómodas, pero parten de la admiración por un mérito. Esa virtud de la admiración tenemos que cultivarla más porque hay gente admirable, ejemplar, que ha hecho cosas valiosas por las que tenemos que celebrar que las hayan hecho y que hayan dedicado tanta vocación y tanto tiempo a cultivar ese talento suyo.

—En su decálogo sobre la entrevista afirma que ésta es “un acto teatral”. ¿A qué se refiere? ¿Qué rol en ese acto teatral juegan el entrevistado y el entrevistador?

Cuando estableces el pacto con el entrevistado, que vas a hacer una entrevista y que vas a recoger sus palabras de la forma más fiel posible, es un acto teatral en la medida que eso ocurre en el tiempo, el tiempo que ocurre mientras dura la entrevista. Y hay que estar muy atento, porque, al igual que los grandes actores cuando están en el escenario, que utilizan la energía que viene del público y se crea una atmósfera muy especial (no todas las noches), y estos actores que no solo conocen bien su papel y su personaje, sino que además están tan atentos que cuando entra un elemento que no está previsto, como cuando se cae un objeto o se oye un ruido en la calle, captan estos elementos, que forman parte de la realidad que se inmiscuye en la propia representación, para incorporarlos a su propia representación. Y en las entrevistas, en directo, cara a cara, lo que te permite intimidad, el acto teatral, el entrevistador debe estar absolutamente atento porque si no está muy atento, en el momento en que el entrevistado vaya a hacer una confesión, una confidencia impresionante, si le interrumpes, pierdes esa posibilidad y quizás sea el momento en donde se va a producir casi una epifanía, y se pierde para siempre. Es algo que ocurre en el tiempo, así que se debe estar muy pendiente el entrevistador del entrevistado. En ese sentido es que el papel del entrevistador sea más el del dramaturgo y el papel del entrevistado, el del actor.

—¿Y dónde queda el público dentro de ese acto teatral, si se desarrolla en la intimidad?

En el caso de las entrevistas de este libro, que han sido publicadas en periódicos, es el público que lee. El espectador que lee libros es muy privilegiado, los que amamos los libros sabemos que la intimidad que se produce entre un libro y un lector es comparable a muy pocas cosas. El tiempo que uno pasa, por ejemplo, leyendo Guerra y paz, cómo acaba conviviendo con esos personajes hasta el punto de que cuando las páginas van encogiéndose, cada vez que van quedando menos páginas, uno siente un gran pesar, porque sabe que ese diálogo, esa conversación se va a terminar, ese trozo de vida. Bueno, siempre queda la posibilidad de volver a leer, aunque ya no sea lo mismo que la primera vez. En ese sentido, la entrevista, en este acto teatral entre el entrevistador y el entrevistado, es algo que el lector va a poder disfrutar después en su casa y va a asomarse a esa conversación. Por eso es importante que el periodista, el que transcribe la entrevista, sea lo más fiel posible y recoja con las palabras más precisas y preciosas la conversación, para que eso, al final, pueda revivir en los ojos del lector.

—Hay una palabra de sus libros de crónicas y reportajes y en El arte de la entrevista, en sus poemas, que se me quedó muy clavada, incluso viene en el título de Cuánto pesa una cabeza humana: Diario de un virus coronado por el miedo. Miedo. Le dice a Harold Bloom que sintió miedo de ir a entrevistarlo, pero usted estuvo en Ruanda y otros países africanos y en Sarajevo, durante las guerras y genocidios, estuvo en la frontera México-Estados Unidos, que da terror. Imagino que no será el mismo miedo. Entonces ¿qué papel juega el miedo en el oficio del periodista?

Son miedos distintos. El miedo de un enviado especial a un conflicto o una guerra es un miedo necesario para evitar correr riesgos innecesarios. Es un miedo que tiene que ver con la cautela, con la preservación de la propia vida humana, no ponerte en riesgo y no poner en riesgo a la gente que trabaja contigo, sea un conductor, una traductora. En el miedo a Harold Bloom, le precedía a éste su propia fama, y además el tener una figura un poco falstaffiana, como un personaje de Shakespeare, abrumador. Hablamos de ello durante la entrevista, y él me decía: “¿Cómo es posible que usted pueda sentir miedo de mí, que soy una persona tan tierna, tan delicada, tan dulce?” Recuerdo que mi mujer le hacía fotos y él tumbado cuan largo era en su sillón en Yale, la verdad que fue una entrevista entrañable. Pero, en principio, te asusta. Fue lo mismo que pasó con Susan Sontag. Cuando te encaras con personas que tienen tanto prestigio, sobre todo por la potencia de su cerebro, gente admirable, siempre tienes miedo de preguntar cosas estúpidas y que se den cuenta que no tienes un conocimiento muy hondo de su trabajo y que quedes como un majadero. Es miedo de no estar a la altura del entrevistado.

—¿Se ha sentido insatisfecho por no haber estado a la altura de su entrevistado?

El arte de la entrevista es un repertorio de entrevistas elegidas. Es verdad que en esta selección ha tenido mucho que ver Ricardo Cayuela, el editor de Turner, que fue el que hizo la selección final. Las entrevistas de las que no me sentía satisfecho, las que no han sido gratas, en las que no he sabido profundizar, pues al final decidimos descartarlas. Es verdad que en esta selección algunas me habría gustado que fueran más largas, que hubiera tenido más tiempo, como la que hice a Wim Wenders, que es de las pocas que hice a través del e-mail, porque después pude conocerle en persona, cuando vino a presentar una exposición en Lérida, aquí en España. Pero sí, ha habido entrevistas a lo largo de mi vida, que no han sido satisfactorias, eso es inevitable. Suele pasarte casi siempre con entrevistas de índole político. Cuando estuve de corresponsal del diario ABC en Nueva York, había ocasión de entrevistar, y más que entrevistas, en realidad eran conferencias de prensa, en las que había más periodistas, y entonces los políticos son expertos en lanzar pelotas fuera del campo, en no responder a las preguntas.

Y a veces participaba en esta especie de promoción de películas de Hollywood cuando una gran productora contrata una planta de un hotel y durante un tiempo una actriz, un actor famoso, un director, concede entrevistas casi en batería, como si fuera una cadena de montaje. En cada habitación hay como cuatro o cinco compañeros, y van desfilando los actores. Y hay una especie como de reglas establecidas por la propia productora, que te impiden hacer preguntas incómodas, que te apartes del guion, que tienen que ver con la vida privada de los intérpretes, que tengan que ver con cuestiones políticas. Porque, si incumples este pacto, pues al final no te vuelven a invitar. Y, al final, uno se siente como parte de la cadena de montaje de la promoción cinematográfica y uno incumple un poco su labor de periodista, de ser crítico con los acontecimientos y con las personas que tiene delante.

—¿Ha sentido frustración por ello? Si es así ¿cómo lidia con esta frustración?

Eso forma parte del engranaje, del comercio en el que estamos, en el que la literatura a veces cae en ello también. La forma de evitarlo es tratar de conseguir entrevistas con gente que admiras de verdad y tener tiempo para hacerlo. Cuando entrevisté a Javier Marías, se llevó mucho tiempo de preparación. Mi jefe en el diario ABC me instaba a que hiciera la entrevista y yo le respondía: “No, no, no. Voy a leer los dos últimos libros y hasta que no los lea por completo no voy a hacer la entrevista”. Hablé con la editorial, hablé con Javier Marías, le pedí tres horas como mínimo para poder dedicar el tiempo a la entrevista. Y, la verdad, en eso Javier Marías fue muy generoso, Cuando llevábamos dos horas y media, me decía: “¿Todavía te quedan preguntas?” Y todavía me quedaban como unas 20. Así que decía: “Bueno, por favor, ya está bien de este interrogatorio”. Pero fue muy cordial, la verdad.

—En su entrevista con el poeta Adam Zagajewski, él habla de la precisión que aprendió de su padre, que era ingeniero, y la precisión también en la poesía. Para usted ¿qué es la precisión para un periodista y qué es la precisión para un poeta, ya que tiene ambas facetas?

Podría ser equiparable. Cuando escribo crónicas para un periódico, sean crónicas de un concierto o de guerra, un día en Sarajevo o en Kigali, la capital de Ruanda, intento que la precisión sea la misma, tanto en el relato de una entrevista como en el relato de un hecho bélico, de algo que he visto. Es una cortesía necesaria con el lector. Ser preciso es una forma de ser honesto con la realidad, y este pacto sagrado que el periodista firma con el lector es que no vas a inventar nada. Ha habido mucha polémica con una de las figuras más representativas y valoradas del mundo del reporterismo, que es el polaco Ryszard Kapuściński. Porque él era un gran escritor, con buena formación, con muchos recursos retóricos, y se tomó algunas libertades a la hora de recrear sus crónicas, y esto al final es una pena porque desmerece un poco la propia calidad de sus escritos, lo cual no hace que uno deje de leerlo, pero creo que esta especie de pacto sagrado es imprescindible.

La precisión de la que habla Zagajewski, que le sirvió su padre de inspiración y que la lleva a su poesía, es aplicable al mundo del periodismo. En la medida en que los periodistas seamos conscientes de que nuestra herramienta es fundamental y tiene que ser lo más refinada y precisa posible, el lenguaje puede ser una forma útil de entendernos y de conocer el mundo. En ese sentido, la poesía y el periodismo no están alejados. Me gusta decirlo, y puede sonar un poco pretencioso, pero la forma en que uno escribe tiene que ser la misma, la misma exigencia de calidad y de claridad, cuando escribe un poema que cuando escribe una crónica para un periódico.

—¿Dónde nace la poesía en usted viviendo en la prosa, en el periodismo?

Ja, ja, ja. Es una pregunta que, la verdad, no sabría cómo responder. Ojalá tuviera algo de la capacidad de un poeta que admiro mucho, Rainer Maria Rilke, que tenía esta especie de radar permanente. Leí en alguna parte que cuando salía a la calle, Rilke tenía tal capacidad de prestar atención a todo, le pasaba de alguna manera lo que a Funes el memorioso (del cuento homónimo de Jorge Luis Borges), que no podía olvidar nada y esto le impedía vivir. Rilke era tan sensible a todos los fenómenos de la naturaleza, de la condición humana. Tenía un aparato tan rico, que creo que le resultaba perturbador, porque captaba demasiado, y de pronto intentaba plasmar eso en sus versos. Yo intento siempre mantener mi herramienta afinada y tratar de prestar atención a todo lo que ocurre. Hay cierta concomitancia entre el periodista y el poeta, que está con los cinco sentidos alerta y el sentido del tiempo, como un sentido añadido, para captar eso y después convertirlo en algo. Lo que ocurre con la poesía es que hay momentos en que necesito escribir poemas y otros de largas temporadas en que esa especie como de radar está apagado, no del todo, porque el cerebro siempre está captando, recopilando, descartando, o almacenando en algún remoto rincón de la cabeza, siempre está trabajando. Pero, hay largos momentos, largos periodos, en que no tengo la necesidad de escribir poemas.

—Cuando se empieza a trabajar en los periódicos, le dicen que uno es periodista 24 horas. Justo por eso le preguntaba lo anterior, para concluir si se era poeta también 24 horas.

Bueno, yo es que tengo mucho respeto a la palabra poeta y entonces yo escribo poemas, pero creo que todavía estoy en el proceso quizás de convertirme alguna vez en poeta. Ojalá. Pero, sí me siento periodista, y creo que sí, se es periodista 24 horas. Recuerdo a un buen compañero de mis tiempos en el diario El País, Fernando Samaniego, que decía: “Esto es un sacerdocio”. Y lo decía con un poco de ironía, pero tenía razón, por esta especie de entrega a una fe, que es una fe de la verdad, con otras fórmulas, e intentar acercarse al máximo a la verdad, con lo cual es siempre estar ahí, dispuesto y alerta.

—Pero, ¿entonces le tiene más respeto a los poetas que a los periodistas?

Bueno, ja, ja, ja. Hay periodistas dignos de respeto y poetas muy poco respetables. La viña del Señor es muy amplia y hay todo tipo de frutos y de viñedos. Hay poetas que admiro y respeto y otros que no. Pero, bueno, eso forma parte de la naturaleza humana. El ser poeta no te convierte en un ser angelical. Es más, es curioso, esto puede estar un poco a contramano, pero, en fin, un periodista español a quien admiro mucho, Santiago Segurola, gran comentarista deportivo, uno de los mejores periodistas deportivos españoles, yo lo conocí en El País porque fue jefe de la sección de Deportes y hacía unas crónicas fabulosas, de futbol y de atletismo, recuerdo que era capaz de hacer una crónica prodigiosa de una carrera de 100 metros lisos. Pues este hombre, al que le gusta mucho la cultura, la música, la literatura, durante un tiempo fue jefe de la sección de Cultura. Y me dijo: “Nunca he visto tanta mezquindad humana, tanto odio, tanta maledicencia, como cuando fui jefe de Cultura, sobre todo en el mundo de los poetas y los escritores en general, mucho más que en el mundo del futbol.

Cuánto pesa una cabeza humana: Diario de un virus coronado por el miedo tiene mucha relación con El arte de la entrevista. Como poeta, interroga a otros poetas, casi todos muertos, como Celan, sobre lo que le está pasando al inicio de la pandemia hace tres años. ¿Por qué buscó ese diálogo con ellos, en especial con los más pesimistas como Celan, Trakl o filósofos como Cioran?

No fue algo premeditado. Cuando llegó la pandemia y se decretó el estado de sitio y fuimos confinados, acabé reencontrándome con este volumen de las obras completas de Celan que había publicado Trotta, lo tenía a medio leer, y de repente sentí la necesidad de cada mañana leer a Celan. Era una forma de reconfortarme leyendo a Celan. Quizás por las muestras sombrías que la pandemia instaló en todo el mundo y en nuestra conciencia. Y este diálogo con un poeta que intentó llevar el lenguaje lo más lejos posible, tratando de comprender lo incomprensible, además alguien que había vivido tan de cerca el holocausto, que había experimentado la muerte de sus padres, y que acabó suicidándose en el río Sena, de alguna manera sentía una suerte casi de comunión con él, aunque pueda sonar también un poco pretencioso. Y pues hay muchos autores con los que me sentí acompañado, y este diálogo con los poetas me hizo más llevaderos los días que parecían a veces rayas en el agua, que se repetían iguales. Cuando leía poemas de Louise Glück o de Anne Carson, o de Wisława Szymborska, encontraba que la vida podía tener un poco más de sentido, aunque la función de la poesía no sea la de dar sentido, aunque sí hay esa especie de búsqueda desesperada.

—Un periodista compatriota, Bernardo Marín García, escribió La tiranía del clic (Turner, 2020), en donde analiza la actual banalización de la información en los medios de comunicación. ¿Cómo se siente como periodista con esta situación de reducción de espacios en los medios impresos, o en que en los portales justo se valora más el clic para una nota intrascendente que la lectura de un buen texto, que se excluye una entrevista profunda y extensa como las que usted publicó en El arte de la entrevista, con retratos vastos de sus entrevistados?

Me siento profundamente incómodo, es algo que me resulta muy perturbador. De hecho, me gusta bromear sobre ello diciendo que nos hemos convertido en heroinómanos porque estamos siempre pendientes del último chute (inyección de la droga), y hemos convertido también a los lectores en heroinómanos, pues siempre están pendientes del próximo chute, del próximo clic. Esto, al final, ha creado una gran perturbación en el mundo de la prensa, porque al final casi todos los medios se están rigiendo precisamente por la cantidad y no por la calidad.

—¿Cómo ve el futuro de este tipo de entrevistas en los medios ante esta dictadura del clic?

El futuro de los medios lo están marcando diarios como The New York Times o Financial Times, y en Europa revistas, que están apostado por el buen periodismo, bien escrito, bien documentado, bien contrastado, y, sobre todo, que exigen algo del lector: tiempo.

—En el caso de la entrevista, ante esta situación en los medios ¿todavía tiene un propósito para usted hacer entrevistas como las que incluyó El arte de la entrevista?

Sí, yo creo que sí. Pero esto depende de la voluntad, primero, de los que dirigen los medios; y después, de los propios periodistas que se nieguen a consentir y a banalizar un poco el género. Es verdad que hay muchas entrevistas muy banales, que se hacen a toda velocidad, y que también cumplen su papel. Porque hay entrevistas mucho más ligeras, de pregunta respuesta, o del famoso cuestionario Proust, pero todavía caben estas entrevistas largas, que hay lectores que agradecen estas conversaciones, en las que puedes llegar a conocer a alguien tomándote el tiempo de conocer su obra y de sentarte a hablar y a escuchar. Es el gran ejercicio que debemos retomar los periodistas: escuchar.

—¿Qué busca Alfonso Armada cuando su última pregunta a un entrevistado es: ¿Quién es...?

El objetivo final de una entrevista es tratar de conocer al Otro. Y esa pregunta de ¿quién es? es una forma de ver cómo se ve el Otro. Y esta especie de espejo en que uno se pone y se dice “quién soy” es la gran pregunta desde los tiempos de la Grecia clásica, la gran pregunta difícil de responder. Y en cómo responde uno a esa pregunta, ves su grado de conocimiento, de humildad, en fin. Es una pregunta reveladora, que nos dice mucho del Otro.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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