Alí Chumacero: vitalidad de su poesía

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En el centenario del natalicio del escritor, editor y crítico publicamos tres ensayos que valoran su rigor y su alegría

El autor de Páramo de sueños, que nació en Acaponeta, Nayarit, el 9 de julio de 1918 y murió en la Ciudad de México el 22 de octubre de 2010. (Fot
Laberinto
Ciudad de México /

Jaime Labastida

Me he ocupado, a lo largo de los años, de la poesía de Alí Chumacero, en especial, de su poema mayor, “Responso del peregrino”. Hoy entraré en el examen de otros aspectos de su poesía, igualmente difíciles, acaso por su exceso de claridad. La obra poética de Alí Chumacero es, se ha dicho en no pocas ocasiones, al mismo tiempo breve e intensa. Además, se fraguó en unos cuantos años, de 1944 a 1956, o sea, las fechas en que se publicaron sus tres libros, breves también. En este solo aspecto, su poética guarda semejanza con la obra de otros dos de sus contemporáneos: José Gorostiza y Juan Rulfo. Pero en ese único punto terminan las semejanzas. Gorostiza es el autor de un poema extenso y complejo, en tanto que la poética de Chumacero se despliega, con excepción de “Responso del peregrino”, en poemas de cortas dimensiones. Por lo que corresponde a Rulfo, se podría decir, sin que esto indique ningún juicio de valor, que la poesía de uno y la narrativa del otro se hallan en polos opuestos: la narrativa de Rulfo, a pesar de sus rasgos densos, se desarrolla en el campo, en un páramo, y en una etapa precisa (tras la Revolución mexicana); su lengua es popular, lengua de campesinos a los que cuesta trabajo arrancarles unas pocas palabras, mientras que el léxico y la sintaxis de la poética de Chumacero pertenecen al sector más culto de nuestra población.

Dicho lo anterior, intentaré, espero que me sea posible, entrar en el sentido de la poética de Chumacero, una obra cuajada de poemas en apariencia sencillos, pero en verdad complejos y difíciles por su turbadora claridad. Sus dos primeros libros, publicados con una diferencia de apenas dos años, parecen variaciones sobre un mismo tema. Las palabras que los presiden son rosa, hielo, agua, muerte, amor, silencio, espejo… El título de ambos libros indica la clara tendencia hacia la ruina y la desolación: Páramo de sueños e Imágenes desterradas. En ambos, hay una sección que se llama “Amor entre ruinas”. Acudo a un verso de la segunda parte: “su duro incendio congelado”. Es un bello eneasílabo y le da vida a un oxímoron. La lectura se desliza sobre el verso; empero, es necesario detenerse un instante para no dejarse atrapar por su perfección; el oxímoron está inserto en una estrofa en la que el poeta habla de la espuma; ésta sube desde el sueño, se afirma en los labios y nos da un lento sabor a mar que nos deja solos con la noche. Solo en ese contexto, la espuma es duro incendio congelado. Veamos el rasgo de contradicción deliberada: el incendio se transforma en su opuesto, se congela. Por lo tanto, es, a un mismo tiempo, lo más ardiente y lo más frío. Esa espuma es incendio y también hielo. ¿Qué clase de espuma es ésta, de la que aquí habla el poeta? Se trata, desde luego, de una espuma especial. Todas estas imágenes pertenecen a un poema que trata de un acto de amor que se aproxima, acaso, hacia la muerte. Adelanto una interpretación: la espuma de que aquí se habla puede ser el esperma (advirtamos la coincidencia, consciente, de la primera y la tercera sílabas en las dos palabras). El poeta añade: “bajo la sábana que como lluvia/ transformada en rocío desciende sobre el pétalo/ y nos erige, diáfanos,/ ya para siempre espuma, aliento derrotado,/ más rescoldo que cauce o alarido,/ más ceniza que humo,/ más sombra, más desnudos”.

Adviértanlo: las imágenes que aluden a la frescura, o sea, el agua, la espuma, el rocío, la lluvia, la sábana que cubre a los amantes y desciende sobre el pétalo, se hacen solo rescoldo, más ceniza que humo; por lo tanto, más sombra, más desnudos. Solo en el conjunto de estos versos se puede captar el sentido del oxímoron del que hemos partido: su duro incendio congelado. El poeta hace ver que el amor es por sí mismo contradictorio y fatal, que semeja la muerte: es un rescoldo (lo que resta del fuego), más ceniza que humo (un fuego yerto y frío), un duro incendio congelado. La espuma es, igual que el esperma, un duro incendio congelado.

Otro texto de ese mismo libro quizá nos aclare un poco lo que digo. Se titula “Poema donde amor dice”. Concluye así: “Porque el tacto ilumina tu desnudo/ que a su trémulo encuentro se ha mudado/ en sal, paloma, vuelo, rosa y llama,/ y oye cómo por tu piel florece/ y madura la sombra de la muerte”. El amante toca a la amada y ella, desnuda, se ilumina. Pero ese encuentro trémulo se convierte en otra cosa: es sal, paloma, vuelo, rosa y llama. Otra vez las palabras se oponen y entran en contradicción: hay un vuelo, es cierto, el de la paloma, pero también el de la llama; por eso, en la misma piel iluminada por el tacto florece… la sombra de la muerte. O sea que la rosa, que tantas ocasiones se nombra en la poesía de Chumacero, es, en sí misma, la imagen de la muerte: su brevedad acaso, su vida corta en extremo. Así el amor: un duro incendio congelado.

Quisiera subrayar que la poesía de Chumacero carece de paisajes o, mejor, que sus paisajes son, todos, de orden interior; que se trata de paisajes subjetivos en donde los objetos (rosa, estatua, playa, mar, agua) adquieren carácter simbólico. En buena medida, así lo creo, todos los poemas de Chumacero oscilan entre el amor y la muerte, entre el júbilo y el olvido, entre el silencio y la dicha. El amor, sin duda, resplandece, pero vive entre ruinas. “¿Quién eres tú sino la imagen/ de todo lo que nutre mi silencio,/ pregunta el poeta, y mi temor de ser solo una imagen?” He aquí otra de las angustias que atenazan al poeta: la de ser solo una imagen. De ahí que, una y otra vez, aparezca en su poesía la alusión a la estatua y al espejo (y al agua en calidad de espejo, es decir, a la imagen de Narciso). Por eso dice que habita en el sepulcro de su cuerpo y no sabe si sueña porque existe o, al contrario, existe porque el sueño existe.

Pero los sueños no le proporcionan ni la paz ni la gracia. Se producen en un páramo, es decir, en un lugar baldío y desolado, en el que nada crece. El amor nos proporciona un leve instante de alegría: se desarrolla entre ruinas o, como el sueño mismo, en un páramo. Lo propio acontece con las imágenes de la estatua. He aquí las reiteradas contradicciones; dice el poeta que su sangre es el hielo y que está aún más fría que la estatua bajo el agua. Estatua, mármol, imagen, frialdad, desolación y muerte se entrelazan con la pasión y los breves instantes de alegría.

¿De dónde viene este poeta? ¿Qué le aporta a la poesía mexicana? ¿Qué, a la poesía de lengua española? No cabe duda de que sus antecedentes directos, en el caso de la poesía nacional, son los grandes poetas de Contemporáneos, en especial Xavier Villaurrutia y Gilberto Owen, por los que demostró devoción sin límites. En lengua española, sus parentescos lo acercan a los peninsulares Jorge Guillén y Luis Cernuda, poetas rigurosos, limpios, claros. Pero, aun si advertimos estas cercanías, no menos cierto es que Chumacero es un poeta diferente, con una voz y un acento totalmente singular, como he intentado mostrar, en la poesía en lengua española. Esta unidad inextricable de amor y dolor, de muerte y alegría, no se encuentra con frecuencia en nuestra poesía.

Lo asombroso, para muchos de nosotros, es que Alí Chumacero ofrecía otra imagen, por completo distinta, de sí mismo. Era un hombre lleno de simpatía, que gustaba de la amistad y de la vida; se le atribuyen, ciertas o no, frases llenas de ingenio; no tuvo, que yo sepa, un solo enemigo personal. Pero este hombre alegre escribió una de las poéticas más rigurosas, más desgarradoras y, al propio tiempo, más finas y vitales, de la poesía contemporánea en lengua española. He aquí otra más de sus muchas contradicciones. 

Ciudad de México

28 de junio de 2018


Director de Siglo XXI Editores y de la Academia Mexicana de la Lengua.

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