Aliza Nisenbaum: “Trabajar con latinos es regresar a mis raíces”

Entrevista

El color asalta los sentidos, llena el cuerpo, dice la pintora mexicana, cuya obra fue expuesta recientemente en el Museo de Queens, condado con una gran cantidad de migrantes.

La pintora Aliza Nisenbaum. (Foto: Camilla Greenwell | Cortesía Art on the Underground)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

La mirada va más allá del cuadro, lo atraviesa. Verónica y Marisa posan en la sala de su casa en Nueva York una tarde cualquiera. Están tiradas sobre el sofá, bajo un tendido de papel picado; del lado izquierdo, una bicicleta, plantas, un radio. En otro muro, el óleo revela a una decena de jóvenes que ensaya autorretratos mientras están siendo pintados. También hay una diva en su camerino, lista para salir a escena; mientras, en otro lienzo, los tramoyistas revisan los últimos detalles del montaje de la ópera. Solos o en grupo, los modelos representados en la pintura de Aliza Nisenbaum tienen una historia y es la que se filtra a través de sus cuadros, detrás de la imagen que la artista captura.

Aliza Nisenbaum es mexicana, estudió psicología. Recuerda que desde chica le interesó dibujar y pintar. Lo hizo de la mano de su madre. Estas dos vertientes, psicología y arte, han marcado la ruta de un proyecto donde se cruzan pintura y trabajo social. La cercanía con grupos diversos, ya sea impartiendo clases o como voluntaria en espacios comunitarios, le han permitido acercarse a migrantes lo mismo que a bailarines y trabajadores de distintos oficios.

La historia familiar se cifra en un ir y venir, moverse, migrar. Un abuelo ruso y una madre norteamericana se afincaron en México, mientras que ella salió de ahí para instalarse en los Estados Unidos, donde lleva más de la mitad de su vida. “Esta temporalidad, estar en otro país y tener un hogar en un ámbito nuevo, siempre ha sido parte de mi trabajo; siento que la pintura se presta bien para eso porque puedes tener muchas temporalidades existiendo a la vez”.

Después exhibir en el Museo Tate, en Liverpool, donde experimentó pintando a distancia a los médicos que atendían en la primera línea de un hospital durante la pandemia, la obra de Aliza Nisenbaum fue expuesta en el Museo de Queens. “Queens es el condado más grande de Nueva York, una de las áreas del mundo con más migrantes, con una diversidad tremenda”, comenta. “Trabajar con latinos es como regresar a mis raíces, hablar de lo que tenemos en común: la comida, la alegría, el color, todo lo que está en nuestro ADN. También he trabajado con migrantes en Brixton, en Londres, donde hay una comunidad multiétnica de origen africano y caribeño; en Gwangju, Corea, y en muy diferentes ámbitos”.

'Pedacito de Sol (Vero y Marissa)', de Aliza Nisenbaum. (Foto:Thomas Barratt)

Las pinturas expuestas se agrupan bajo el título Queens, lindo y querido, un guiño a la canción México, lindo y querido, de Chucho Monge. El museo se distingue por su gran amplitud, salas enormes, paredes infinitas. Ese vacío acogedor, tan propicio al arte contemporáneo. En sus muros blancos, los colores estridentes de la obra de Nisenbaum hacen que vibre el espacio. Sus pinturas registran, sobre todo, rostros, así como escenas de la vida cotidiana de distintas etnias. Vemos obra que va del pequeño formato hasta grandes lienzos donde explotan verdes, amarillos, azules, naranjas; ambientes poblados de enseres, flores, imágenes religiosas, artesanías. La mayoría son habitaciones donde viven migrantes y sus familias. Pero no solo es el color o los objetos que rodean a estas personas lo que asombra de su trabajo, sino la capacidad del trazo para desnudar su intimidad y dejarnos con la idea de que conocemos algo más del personaje. Henri-Cartier Bresson decía que un fotógrafo debe acercarse al sujeto con pies de plomo, incluso si se trata de una naturaleza muerta. Para Aliza el acercamiento a sus modelos sucede lentamente y la química que suele generarse es vital para lograr esa compenetración que luego se traduce en el lienzo. “Me acerco con mucha sensibilidad y sutileza hacia los sujetos que pinto y en cierto modo eso se refleja en la forma como trazo sus caras, con esta paleta de colores que aprendí de Cézanne, cálidos y fríos, también los de Matisse con esa pintura medio acuosa de colores vivos, o María Izquierdo. Eso te da el sentido de intimidad de una persona, la sensación de lo que están viviendo, lo que piensan. Es lo que más me interesa de la pintura porque cuando estás sentado con alguien pintándolo salen conversaciones muy sutiles, te dicen cosas muy íntimas. A veces los pinto frente a mí, a veces son fotografías, pero paso mucho tiempo con ellos tratando de agarrar sus gestos y su temperamento. En mis pinturas hay mucha investigación de sus vidas, sus hogares, a veces comemos juntos y eso me facilita integrar la historia en las pinturas, el acercamiento a su problemática, a la historia que han traído a Nueva York. Hay mucho discurso en Estados Unidos sobre los migrantes, pero qué sueñan, qué piensan cuando están en sus casas, cómo son esos ratos de privacidad y contemplación. Es lo que me interesa”.

A muchos de los modelos Aliza los conoció en la comunidad de Corona. Fue mientras daba clases de historia del arte feminista en el Movimiento Migrante Internacional (IMI), un proyecto impulsado por la artista Tania Bruguera en 2012. A algunos les dio clases de pintura en la Universidad de Columbia o convivió con ellos en la Despensa Cultural de Alimentos del Museo de Queens. Los retratos que han surgido celebran la dignidad de la vida y el trabajo individual basado en prácticas de reciprocidad, aprendizaje mutuo y respeto. “Los migrantes son el motor de este país, trabajan mucho para que funcione y quiero hacerlos visibles, mostrar su lado más humano” asegura. “La interacción cercana que puedo lograr revela la vulnerabilidad de las personas y eso me interesa más que las grandes narrativas de migración o de política, estar cara a cara con alguien, ver su humanidad y vulnerabilidad. Aparte de eso, no tengo pronunciamientos profundos más allá del color, de la estética y la ética que implica mi trabajo. Sin embargo, acceder a la vida de los modelos y sus familias tiene límites. Emmanuel Lévinas dice que toda ética parte de la relación de una cara frente a otra y la otra persona representa un mundo interior al que nunca vas a tener acceso. Ahí es donde entra la responsabilidad hacia el otro”.

En la obra de Nisenbaum son recurrentes las pinturas que representan a personas reunidas en grupos: en un salón de baile, una oficina, un taller, en los espacios de un aeropuerto. Son quienes hacen que las cosas sucedan, pero tras bambalinas. “Hay un afán de hacer visibles a quienes ayudan, los que están invisibles; ver cómo un equipo de trabajo interactúa, las alianzas que se forman, cómo se crean amistades. Es, digamos, un trabajo antropológico. Por ejemplo, pinté, para el Metropolitan Opera House, de Nueva York, a tres grandes divas de La traviata: Nadine Sierra, Ermonela Jaho y Angel Blue, pero también hice una pintura del backstage, la parte de atrás, donde están escondidos quienes que mueven los escenarios, los tramoyistas. Por otro lado, mi trabajo tiene mucho que ver con el teatro y se relaciona, sobre todo, con la pintura del S. XIX en Europa, por ejemplo, las escenas del día a día de Édouard Manet o los muralistas mexicanos cuando representan la fuerza de trabajo”. Para Aliza las sesiones con las divas no difieren de las que tiene con otras personas o grupos. A ellas las visitó en sus camerinos, conoció sus historias y se dio cuenta del gran esfuerzo que supone ensayar para una temporada de ópera. “Ermonela Jao me dijo que había sido protagonista de ‘Violeta’, en La traviata, 301 veces. Nadine Sierra es latina, su familia tiene una historia migrante, entonces encontré cierto paralelo con otras vidas similares”.

Colores más brillantes, dorados y plateados, resaltan en los cuadros de las tres divas expuestos en el templo de la ópera en Nueva York, sin embargo, el trazo y la intención de Nisenbaum no se alteran. “Lo que más me gusta en la pintura es hacer estas combinaciones con colores fuertes, estridentes. Eso te pega de una forma emocional que escapa al lenguaje. El color asalta los sentidos, llena el cuerpo. El color me intriga, trato de pintar todos los tipos de naranja que pueda encontrar, todos los amarillos, los verdes. Muchas veces pienso en el modo como se filtra el color de la luz natural en una cara, puede ser un verde o un azul. Es lo que me mantiene emocionada, la posibilidad de hacer descubrimientos nuevos con el color sobre los rostros de las personas. Lo demás, tiene que ver con una cultura, la mexicana. Esta alegría que encuentro en los colores que llevo dentro, en mis raíces”.

AQ

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