El verano de la vergüenza

Al margen

En su novela de 1997, Annie Ernaux regresa a una infancia en la Francia de la posguerra, donde la violencia estaba entretejida en cada aspecto de la sociedad.

Portada de 'La vergüenza', de Annie Ernaux.
Alma Gelover
Ciudad de México /

El domingo 15 de junio de 1952, a primera hora de la tarde, la narradora estaba comiendo con sus padres en la cocina cuando la madre comenzó a gritarle a su esposo, que permanecía callado, mirando hacia la ventana. Cuando terminaron de comer, mientras levantaba la vajilla, la madre seguía vociferando. De pronto, el padre, tembloroso, fuera de sí, se levantó, agarró a su esposa y la llevó hacia la habitación contigua. La narradora, asustada, subió a su cuarto y se echó bocabajo en la cama. Ahí estaba cuando escuchó el grito de auxilio de su madre y bajó corriendo la escalera. “En la mal iluminada bodega pude ver como mi padre agarraba con una mano a mi madre, no sé si por los hombros o por el cuello, y cómo en la otra tenía el hacha para cortar leña que había arrancado del tajo donde se encontraba normalmente… Lo único que recuerdo de esa escena son los sollozos y los gritos”. Tenía doce años y ese recuerdo la marcaría para siempre, llenándola de temor y vergüenza.

La vergüenza (Tusquets) es precisamente el título de la novela de Annie Ernaux, publicada por Gallimard en 1997 y traducida al español dos años después. De nuevo en circulación debido al Nobel de Literatura otorgado a su autora en 2022, es una breve pero profunda reflexión sobre la familia y la vida en las pequeñas comunidades, donde guardar las apariencias es fundamental para conservar el respeto y aprecio de los vecinos, siempre interesados en las vidas ajenas y proclives a las habladurías. Es también una lección de microhistoria sobre ese pequeño pueblo francés, entre El Havre y Ruan, en que transcurre el relato, con el trazo de las calles, el diseño de las casas, la estratificación social, las costumbres, las normas que regían la vida de aquel lugar. De ahí, la necesidad imperiosa de impedir que hechos como el narrado trascendieran las fronteras del hogar, porque resultarían humillantes y vergonzosos para toda la familia. Por eso, después de esa dramática experiencia, los padres de la narradora se empeñan en mostrar una aparente felicidad, y ese mismo día salen “los tres a pasear en bicicleta por el campo de los alrededores”. Desde luego, el tema no vuelve a mencionarse nunca.

Es un mundo en blanco y negro sobre el que escribe Ernaux en esta novela, en donde el bien y el mal, lo permitido y lo no permitido estaban perfectamente delimitados. Por ejemplo: “No estaban bien vistos los divorciados, los comunistas, los que vivían en concubinato, las madres solteras, las mujeres que bebían, las que abortaban, las que habían sido rapadas durante la Liberación, las que no se ocupaban de la casa”. Era un tiempo difícil para las mujeres, lo sigue siendo, un tiempo de hipocresía e intolerancia que provocaba en la autora una “sensación de agobio y encierro”.

La vergüenza es una especie de exorcismo ante un hecho que pudo convertirse en tragedia; para la narradora, volver a esa época es una manera de intentar comprenderla, de hacer las paces consigo misma, de “descomponer y construir de nuevo, alrededor de la escena de aquel domingo de junio, el texto del mundo en que tuve doce años y creí volverme loca”.

AQ

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