Annie Ernaux: la revuelta contra todos los silencios

Premio Nobel de Literatura 2022

La obra de la Premio Nobel de Literatura 2022 oscila entre la ficción autobiográfica y el retrato crudo de las periferias condenadas a la exclusión social.

Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura 2022. (Foto: María D. Valderrama | EFE)
Melina Balcázar Moreno
Ciudad de México /

“Nunca he dejado de experimentar el vínculo entre el acto de escribir y la injusticia del mundo, y creo que la literatura puede contribuir, como la acción política, a cambiar la sociedad”. Así lo afirmaba ya en 1989 Annie Ernaux, en un breve texto donde reflexionaba sobre las relaciones entre literatura y política. Sin eficacia inmediata, lenta pero obstinadamente, nos dice, la escritura puede “a largo plazo, impregnar el imaginario del lector, sensibilizarlo a realidades que ignoraba, conducirlo a ver de otro modo lo que siempre ha considerado desde el mismo ángulo. La literatura es revolución lenta y silenciosa en un primer tiempo, la de la lectura, secreta”. Y justamente en eso reside la originalidad de la obra de Annie Ernaux: en su manera de entretejer memoria individual y memoria colectiva, de dar cabida en su escritura a esa lengua que dice la violencia de lo cotidiano, pero también la irrupción del deseo que trastoca lo establecido.

“Sin darme cuenta, al escribir, hice más profundo el abismo que me separa de mis padres, pero sigo necesitándolos y, por ellos, sería capaz de muchas cosas, como si quisiera responder a todos los sufrimientos que padecieron, las humillaciones, y vengarlos”. De cierta manera, el Premio Nobel que hoy consagra su obra hace justicia a esa estirpe suya, la de la Francia provinciana —periférica, como suele llamársele hoy—, de clase trabajadora y que sufre el desprecio de las elites.

Originaria de un pueblo rural en Normandía, al norte de Francia, de padres que tenían una tienda y una cafetería, su entrada en la escritura le exigió vencer ante todo su vergüenza de clase, aunque sin ocultarla, ni olvidarla: “No entendemos el pasado sino al revivirlo, al repetirlo”, y por ello vuelve sin cesar a esa “desdicha tan antigua” para extraer de ella nuevas fuerzas. El entorno privilegiado en el que realizó sus estudios, al ser becaria en un colegio privado, la hizo tomar conciencia del lugar que la sociedad le asignaba: el del silencio de quien no se atreve a tomar la palabra pues sabe que no será escuchado. Podríamos decir que su obra es eso, un largo combate contra el silencio que la sociedad nos impone, en particular a las mujeres.

Durante gran parte de su vida, se dedicó a la enseñanza media, lo que le permitió escribir sin presiones ni concesiones, sin “profesionalizarse”. Desde el inicio, la escritura de Annie Ernaux es una toma de posición, una manera de dar cabida al “orgullo de los humillados”; pero, sobre todo, un ejercicio de libertad tanto en sus temas como en su estilo. Ha hecho de su vida, de la memoria de los suyos, su materia principal. “La escritura me viene de mi madre, quien nunca escribió”, confiesa. Cada palabra surge de esa memoria dolorosa, femenina, de quien pierde una hija por “pobreza e ignorancia”, víctima de la difteria, esa hermana que murió antes de que naciera y a la que dedica en 2011 L’autre fille (La otra hija). O de quien debe someterse a un aborto clandestino, como fue su caso, y cuya experiencia cuenta en El acontecimiento (2000).

“Lo único que me gusta realmente es escribir, porque es una manera de asir la vida. El pasado es necesario para amar el presente”. Su obra de explícito carácter autobiográfico no debe reducirse, sin embargo, a la autoficción. Pues lo que a Annie Ernaux le importa no es solo contar su historia, sino ir más allá e indagar en lo social: “No podemos separar lo íntimo, lo individual de lo general o colectivo, ya sea desde el punto de vista histórico, sociológico o de la cultura. Se trata de una convicción de la que no tenía del todo conciencia cuando comencé a escribir. En un principio se trataba de una especie de introspección, pero incluso en lo que parecía más íntimo como en Pura pasión (1992) o Perderse (2001), análisis de una pasión que nunca presenté como mía a pesar de que era mi experiencia, quería más bien observar cómo la pasión nos atraviesa y desestabiliza. Intentaba objetivar todos los indicios, los síntomas, en los que desde luego hay un aspecto social”. Un yo que en realidad es un nosotros, como lo muestra su magnífico relato Los años (2008), cuya forma híbrida —entre ficción, diario colectivo y crónica— cuestiona la noción misma de literatura. O con Memoria de chica (2016) donde, casi sesenta años después, vuelve a sus 18 años, al verano de 1958, cuando tuvo sus primeras relaciones sexuales: “La gran memoria de la vergüenza, más minuciosa, más intratable que cualquier otra. Esa memoria que es, en suma, el don de la vergüenza”.

De ahí su rechazo por la frase “literaria”, que se quiere bella y “bien escrita”. “No me gustan los libros que pretenden ser solo escritura. En la época de Apostrophes, el célebre programa literario de Bernard Pivot, cuando se quería elogiar un libro se decía “¡qué bien escrito está!”. Pero ¿de qué sirve que un libro esté bien escrito? De eso no se trata, lo que cuenta es el efecto que provoca en la gente, lo que cambia en su percepción, las imágenes nuevas que suscita”. Ya que, para decir su experiencia, le parece fundamental no ceder a la tentación de lo emotivo y buscar una lengua directa e incisiva que dé un espacio al lector: una frase trabajada de tal forma que pese a su complejidad sea accesible a todos. Nada le parece más peligroso que el elitismo que predomina en el mundo literario e intelectual francés, ese mismo que menospreció y se negó a entender el movimiento de los Chalecos Amarillos, que ella supo valorar desde sus inicios en 2018. “El lugar de donde surge la contestación tiene un sentido político y social, incluso cultural. La revuelta actual no proviene de París, sino de las llamadas provincias, y hoy los barrios ricos de la capital son el campo de batalla de quienes no pueden vivir ahí, que nunca van ahí, de los provincianos o los habitantes de los suburbios. Y el Eliseo es un poco el Versalles del Antiguo Régimen. Tal vez se debe al origen heterogéneo, provinciano de la ira, de su manifestación en ocasiones brutal que pocos intelectuales, escritores y artistas se declararan solidarios del movimiento, de esa gentuza, como he oído llamarlos”.

Siempre se ha mantenido cerca de ese universo, de su imaginario, de su lenguaje. Así, quien desee visitarla deberá dejar los elegantes barrios parisinos, alejarse de los míticos cafés de Saint-Germain-des-Près, tomar un tren de cercanías y casi una hora después se encontrará ante ese paisaje urbano que Annie Ernaux fue una de las primeras en describir: las masivas construcciones de cemento, carentes de gracia, cuyo descuido patente dibuja un paisaje de exclusión social.

Aunque quizá la revuelta más determinante en la obra de Annie Ernaux es la del deseo, la de quien se deja perturbar por él y lo vive hasta sus últimas consecuencias. Pues el goce sexual, que exige un arduo trabajo de liberación, es ante todo comprensión: de sí misma, del otro, de la manera en que la sociedad nos construye como sujetos.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.