'Antígonas': un breve apunte

Los paisajes invisibles

Desde hace tres décadas y media, la obra de George Steiner sigue maravillando con su profunda complejidad e intuición poética y filosófica de la lectura.

Francis George Steiner, autor de 'Antígonas'. (Archivo)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Hay quienes celebran los aniversarios de sus perros o sus gatos, algunos incluso les organizan una fiesta con invitados y pastel. No sé cuántos escritores festejen los cumpleaños de sus libros, pero en 1984 George Steiner publicó Antígonas, el meticuloso mapa de las diversas representaciones del mito de Antígona y el conflicto con Creonte, ese universo marcado por las huellas del amor puro, del incesto, de la aflicción y sus dilemas morales, de la muerte como rebelión ante el poder.

Antígona, de Sófocles, es una tragedia de múltiples lecturas que ha inspirado (e influido) lo mismo a dramaturgos y novelistas que a filósofos, músicos y poetas. Libro de cabecera de Shakespeare, Goethe, Schiller, Garnier y, en fin, una lista interminable de artistas y pensadores, su enormidad radica en lo impenetrable de sus Cantos: “Comprender un texto griego clásico, comprender en cualquier lengua un texto formalmente y conceptualmente tan denso como la Antígona de Sófocles es oscilar entre los polos de lo inmediato y lo inaccesible”, escribe Steiner a propósito de la interpretación.

Recordemos: Hija de Edipo y de Yocasta, Antígona sepulta a su hermano Polinices, quebrantando las órdenes de Creonte. Al descubrir el hecho, Creonte dispone que Antígona sea enterrada viva. Sin embargo, adelantándose a la condena, ella se suicida antes de que la capture el ejército del rey. Su muerte desencadena otra tragedia. Perdidamente enamorado de Antígona, Hemón, hijo de Creonte, se inmola en la tumba de la amada.

A través de las analogías entre los clásicos y la tragedia de Sófocles, George Steiner exploró la circularidad del drama y las concordancias con los textos de Shakespeare; la oscura terminología de Sófocles que tanto absorbió a Racine, a Hölderlin; las claves en la poética y el pensamiento ontológico de Heidegger.

Steiner propone la apoteosis del incesto, a partir de la disección etimológica de los Cantos. Sófocles iluminó el amor de Antígona por Polinices con el nimbo de lo sensual, lo voluptuoso, no se trataba del afecto urdido por los lazos de la sangre, y de ahí surgen los versos de Percy Bysshe Shelley, digamos el poema “Filosofía del amor”: “Las montañas besan el Cielo/ las olas se engarzan una a otra./ ¿Qué flor sería perdonada/ si menospreciase a su hermano?” O de Charles Baudelaire: por ejemplo, las líneas iniciales de “Invitación al viaje” (“¡Hermana criatura,/ piensa en la dulzura/ de ir a vivir juntos allá, a lo distante!/ Amar sin cesar,/ amar y expirar/ en ese país a ti semejante”).

Pero George Steiner subraya que los ejes vitales de la obra de Sófocles también son la libertad, la inocencia, la culpabilidad y la fantasía de los secretos, por eso invade la perspectiva existencial de Sören Kierkegaard o las ideas de Hegel. (La Fenomenología es, a fin de cuentas, una ardorosa reflexión sobre la insignificancia individual ante las disposiciones del poderoso y de sus leyes, y en torno de la razón política que, sin la aportación de Sófocles, no se habría aproximado tanto a la naturaleza humana). Así, Antígona se erige como la suma absoluta de preceptos morales, emocionales y epidérmicos, la obra cúspide, reina de todas las tragedias.

Desde hace tres décadas y media, Antígonas sigue maravillando con su profunda complejidad e intuición poética y filosófica de la lectura. Meditar sobre este apasionado recorrido implica montones de cuartillas, así que la mejor celebración será redimirlo del estante y volver a embarcarse en la travesía página por página, presencia por presencia.

ÁSS

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