Antonio Porchia, un secreto a voces

Poesía en segundos

El poeta argentino-italiano transporta al lector al reino de lo íntimo, ahí donde habita la identidad, pero también las contradicciones.

Antonio Porchia, 1885-1968. (Archivo)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

La revisión de la gran poesía del siglo XX nos podría convencer de la índole ilustrada e hipercrítica de la lírica contemporánea. Sin embargo, cuando conocemos la reducida, pero singular obra del poeta argentino-italiano Antonio Porchia y entrevemos el modo tan humilde como ésta fue elaborada, comprendemos que un poema, un cuento o una novela son auténticos, si versos, situaciones o personajes logran representar en lo inmediato la enormidad de lo íntimo.

En México, desde 1975, tuvimos noticias de la originalidad de Porchia por la publicación de una antología, con presentación de Roberto Juarroz, en la revista Plural; y, a partir de 1999, gracias a Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo, ya lo pudimos leer de manera cabal en un texto muy completo (UNAM, Coordinación de Humanidades), seguido además de lo escrito por Jorge Luis Borges para Documents Spirituels (núm. 16, París, 1992). Ahora, con la hermosa edición de finales de 2020 (Fondo Editorial, Universidad Autónoma de Querétaro), contamos con la primera aproximación a la obra completa, preparada asimismo por González Dueñas y Toledo.

Así pues, este libro nos permite plantear de nuevo el raro caso de Antonio Porchia. Sus textos son a primera vista aforismos. De este modo, Borges los consideraba —si nos atenemos a su prólogo— y como tales los asoció a la tradición. Pero, ¿son realmente aforismos, es decir, máximas que nos proponen una norma? Según sabemos, Porchia detestaba esta idea. De igual forma, varios poetas, entre ellos Juarroz, abordaron su escritura haciendo a un lado la consabida sentencia. Por otra parte, si advertimos cómo el mundo literario lo ha leído, descubrimos que los lectores han sabido hallar no adagios sino verdadera poesía.

Los fragmentos de Porchia son, entonces, poemas. Pero, ¿de qué modo lo son? La forma astillada nos entrega un todo interior, de tal suerte que inexplicablemente nos abarca. Al ponerse él, en su escritura, nos pone también a nosotros y junto a él sentimos nuestra identidad, pero también nuestras contradicciones. Al leerlo nos detenemos en la rapidez de nuestro pensamiento, que abre un paréntesis en la rapidez de nuestras palabras. Y esa agitada e instantánea inmovilidad crea las reveladoras ecuaciones psicológicas vislumbradas por López Velarde. Surge, casi en un verso, una pureza de los sentidos y del sentido. Una pureza lírica en segundos. En esto tal vez radica su profunda hondura humana y poética. Pero lo asombroso es que esto ha ocurrido de la manera más simple y austera: un hombre que trabajó como albañil, que leyó modestamente y a quien no le importaba ser nadie, entendió que “lo hondo, visto con hondura, era superficie” y que “Ser alguien es soledad”. Quizá podamos decir que todo lo verdadero tiene algo enigmático y, por ello, algo ambiguo. Aunque Porchia cuenta hoy con un número creciente de lectores, no por ello ha dejado de ser una lectura oculta y dispersa. Tiene razón González Dueñas: Porchia es todavía un secreto, pero —nosotros diríamos— un secreto a voces.

​AQ

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