Vigil nos vigila
Ha muerto Arnulfo Vigil (Montemorelos NL, 1956-Monterrey, 2024) padre de la contracultura en Monterrey, cronista, periodista editor, activista y sobre todo poeta y hoy que nos sentimos tan inseguros, hoy que no sabemos quién podrá defendernos, hoy que el desamparo está tan a la mano, es gratificante acudir a nuestro bagaje y saber que ahora él, de alma y verso, superhéroe casi sin proponérselo —o proponiéndoselo— nos vigila.
Conocí a Arnulfo Vigil en un sueño, (sí, en un sueño). Tendría yo unos 19 o 20 años cuando se me apareció vestido con una túnica color verde aguacate y haciendo una serie de gestos apotropaicos, me dijo unas sencillísimas palabras, sencillísimas, que nunca las voy a olvidar, me las dijo en inglés (pero se las traduzco):
—Promúlgate vigorosamente por una reconstrucción, es preciso liberar las más recónditas fuentes encantadas del deleite que subyace en las penas de amor.
Yo dije: What?, y mientras se vaporiza me entregó un ejemplar de una revista desconocida para mí: OFICIO y sentenció, como rezando (esta vez en latín), lo siguiente:
—Escribe para entenderte a ti mismo, que es la única manera de que puedan entenderte los otros; las palabras no son del poeta, este es de las palabras, ya que somos una porción de esos otros.
Al día siguiente tenía una dirección en mi cabeza, por los rumbos del barrio antiguo. Un poco temeroso llegué a la calle Mina y entré en la primera casona, que tenía, por cierto, la puerta entreabierta, era, sin yo saberlo, el lugar donde se encontraban las primeras oficinas de la editorial OFICIO, donde se imprimía la mística revista que les referí antes.
—Pasa, joven poeta —escuché una voz amable.
—Buenos días, mi nombre es…
—Sí, sí —me dijo—. Armando, tú eres Armando —esta vez el personaje frente a mí no vestía una túnica verde aguacate, sino un elegante traje de color blanco con camisa y corbata celeste; se encontraba tras una vieja máquina de escribir Remington, era Arnulfo Vigil.
—Ponte cómodo —me dijo—, estoy terminando este soneto —después de unos minutos, acabó, arrancó la hoja, le dio un trago a su bebida (jugo de naranja con vodka) y platicamos largo y tendido, además le entregué unos poemas que, por cierto, fueron los primeros que publiqué en mi vida en una revista. Desde entonces, Arnulfo Vigil me vigiló, se convirtió en uno de mis primeros maestros literarios y en uno de mis más entrañables amigos; me prestaba libros y me daba consejos, que le agradezco con el corazón.
Al verlo, al escucharlo, al leerlo, al releer sus poemas felices de corte místico-roquero, que nos muestran las experiencias cotidianas mezcladas con referencias cultas, todo dicho como si no pasara nada, provocando que su poesía y que la poesía no nos deje en paz (a qué bonita intranquilidad, ¿a poco no?). Todo eso me hizo entender seriamente lo que significa la palabra “oficio”.
Vigil era así con la mayoría, por eso las oficinas de OFICIO a lo largo del tiempo y en los lugares donde se encontraran, pero siempre en el primer cuadro del centro de Monterrey, se convirtieron en algo así como una especié de sección amarilla, mejor dicho y para ser más modernos, eran como un Google pero espiritual: ahí encontrabas todo con una explicación y las fuentes precisas; si tenías sed, había jugo de naranja, cerveza y Coca-Cola, a veces hasta agua, (porque tenía tinaco), si tenías una duda etimológica o querías saber qué significa la palabra “oropéndola”, o si te interesaba saber quiénes fueron las primeras mujeres poetas en publicar en Nuevo León, si se te antojaba una charla con la vieja guardia del periodismo regiomontano, o unos tacos de chicharrón, si querías ver fotos inéditas de Marilyn Monroe, o escuchar un disco de vinilo, u hojear la colección completa de Tarzán o de La familia Burrón, si necesitabas un taxi, un caricaturista, un fotógrafo, un luchador enmascarado, un rockstar, un abogado, alguien que organizara una marcha o una lectura de poesía, si tenías curiosidad por saber qué iba a decir el periódico de mañana, solo tenías que ir a cualquier hora a las oficinas de OFICIO, dar tres toquidos lentos y tres rápidos (era como una clave, supongo que para detectar a los cobradores) y se abría la puerta blanca de metal y las puertas del conocimiento y la imaginación de la manera más amable en esta ciudad.
Arnulfo nunca se pasó de lanza, convocó y contagió a varias generaciones (anteriores y posteriores a la suya) a seguir insistiendo no solo en sus ideales artísticos también en los políticos (era de izquierda) y sobre todo en lo humanístico (recordemos que fue seminarista y parte de su formación y después su vida y obra resaltaron esos conceptos) a lo largo de los años.
La poesía mística-roquera
En una entrevista, cuando le pregunté qué pensaba de la poesía, me dijo:
—La poesía debe de ser feliz, juguetona, no debe de preocuparse, a la manera de los grandes barrocos, con los artificios que son buenos y que están bien construidos, creo que la poesía debe de hacerte reír, no creo en la permanencia at eternum del poema; un poema, si tú tienes sueño y lo lees y te hace dormir entonces ya cumplió su función.
Le pregunté también por los premios que había recibido y el olvido que lo había marginado de las antologías poéticas de Nuevo León. Esta fue su respuesta:
—Los premios son un estímulo, pero independientemente de eso yo siempre he publicado sobre todo en revistas marginales, estudiantiles y en suplementos, he publicado más ensayo y más crónica que poesía, el hecho de que no haya sido incluido en ninguna antología de Nuevo León depende de los antólogos, ellos ejercieron sus criterios y sus puntos de vista en torno a mi propuesta, la evaluaron y decidieron no incluirme, es cierto que mi trabajo como editor ha impulsado otros proyectos poéticos y opacaba un poco mi trabajo personal como productor estético, el premio ha ayudado a confirmar que hay una propuesta a través de mi poesía. Los premios son una llamada de atención para mí y, para muchos, un coscorrón.
Y acerca de su propio trabajo poético, me dijo:
—Mi poesía es místico-roquera; yo parto, para hacer mis poemas, de la estructura de un cómic, de un video, de las propuestas visuales de MTV y lo puedes ver en los encabalgamientos de los versos, cuando hablo de cómics lo más fácil sería remitirte a las onomatopeyas, pero a mí lo que me interesa es el lenguaje cifrado, las sentencias, que es un elemento literario muy antiguo, hay que intentar obviar lo evidente.
Milagrosos miligramos de cierta sustancia poética
Los que conocieron a Arnulfo (Antolín era su segundo nombre) saben de qué estaba hecho, pero no todos sabían lo que había hecho, lo que hizo. Intentaré esbozarles algunas de sus hazañas, aderezadas con una anécdota. En 1990 fundó Oficio ediciones, en la que publicó más de 450 títulos de todos los géneros —el que más cultivó Vigil fue el ensayo, a él le debemos Polka para un canto de cerveza (2005), sobre la música de Nuevo León, en el que repasa todos los géneros musicales y épocas, desde la cumbia colombiana que nos recetó Celso Piña desde la Campana en la Indepe y el chuntaro sytle de El Gran Silencio, sonido made in la Unidad modelo, pasando por el movimiento roquero denominado “la avanzada regia”, hasta lo clásicos como El Palomo y el Gorrión y Los Cadetes de Linares, pero ante todo era poeta. Y a los poetas les pasan cosas poéticas. Esta anécdota que les cuento a continuación, sucedida hace algunos años, fue entre otras cosas milagrosa. Después de lo sucedido, le hice saber a Vigil mi preocupación por haber sido el único testigo. Arnulfo, con una voz así como locutor de radio, me tranquilizó diciéndome:
—No te preocupes, tú tienes credibilidad porque eres un hombre bueno y nunca dices mentiras, además Dios fue testigo de este milagro.
El milagro
Arnulfo y yo llegamos tarde, el Subcomandante insurgente Marcos nos había invitado unas cheves y la plática se puso sabrosa, todos habíamos coincidido en la ciudad de Hermosillo, Sonora, en el marco del encuentro literario “Horas de Junio” en 2007. Además, en nuestro presuroso trayecto para ir a una cena con Ernesto Cardenal, en el camino vimos en un aparador unos telescopios en oferta y eso nos hizo demorarnos más.
Cardenal y el Sub habían dado juntos una conferencia magistral un día antes, y nosotros unas lecturas de nuestra obra poética; ellos eran los invitados especiales y las estrellas, aunque el Sub me dijo que la estrella para él era Arnulfo. Estuvimos de acuerdo.
Cuando por fin llegamos al restaurante, Cardenal nos esperaba en una mesa junto a alguien mal encarado que fungía como su secretario particular; el poeta estaba enojado, nos miró feo, a mí me pareció bonito que nos mirara feo y antes de que pudiéramos darle alguna disculpa o pretexto o tontería, Cardenal nos increpó:
—Vienen alegres, no creo que podamos conversar así…
—Discúlpenos, Padre, consagramos un poco de vino —le dijo Arnulfo.
—Es que siempre andamos en eso de la celebración de la palabra —le dije yo.
El secretario particular hizo una mueca de aburrimiento y resopló, por el contrario, Cardenal sonrió.
—Siéntense, poetas, vamos a platicar —exclamó en un tono ya más amable.
—Padre, nosotros también tuvimos una vida juvenil disipada, pero ahora y siempre nuestra fe está concentrada en la poesía, no nos escaparemos de sus yambos —dijo Arnulfo.
—¿Qué? ¿Cómo se atreve…? —rugió el secretario particular.
—Maestro, hace años cuando conocí a quien ahora considero mi maestro en la poesía, el señor Arnulfo Antolín Vigil Jiménez, la primera lectura que me recomendó fueron los poemas de Ernesto Cardenal, no sé si usted lo sepa, pero si alguien en México conoce su obra y la ha estudiado a profundidad es él, yo le estoy agradecido por haberme acercado a su poesía y quiero agradecerle a usted por su poesía que nos renueva la fe en el mundo, que nos ha inspirado y nos ha formado y transformado…
—Algo sabía, algo me habían dicho —respondió Cardenal, quien hizo traer unas ediciones nicaragüenses de sus poemas que nos autografió y regaló ante el disgusto de su secretario particular.
—Padre quiero solicitarle su autorización para editar Telescopio en la noche oscura en la editorial Oficio con sede en Monterrey, Nuevo León, es que mire…
Acto seguido Arnulfo tuvo una larga conversación con Cardenal de la que yo fui un afortunado espectador; el semblante del poeta dejó de ser duro, estaba fascinado con la charla de Arnulfo.
—Por supuesto que te autorizo para que publiques Telescopio, te lo agradezco y será un honor —dijo Cardenal.
—Una última cosa le quiero pedir, Padre, ¿me puede dar su bendición? —le pidió Arnulfo.
—¿Qué? ¿Cómo se atreve? —exclamó nuevamente el secretario particular levantándose de su silla intempestivamente y azotando una servilleta contra el suelo.
—Deja, deja, siéntate por favor —le pidió Cardenal, quien se levantó lentamente, Arnulfo se arrodilló y recibió la bendición del poeta.
Celebración de la palabra
En 2003 apareció el libro Mariposas de lámina, publicada en la colección Árido Reino (poetas de Nuevo León), una coedición de Conarte y Mantis, que antologaba la obra de Vigil reunida hasta ese momento, en la que tuve el honor de hacer la selección y el prólogo. La antología contiene poemas de algunos de sus libros como Gloria Trevi y otros cielos (1993), Arcángeles naranja (1994), El blues de la señorita coliflor (1997) y La banda de los querubines laicos (2001).
En esa antología incluí el siguiente poema:
Un sacerdote se confiesa ante un sacerdote
Confieso padre
haber caído en la tentación de la castidad
Sé que el cuerpo es un templo abierto
y yo lo he cerrado a vistas de caricias
Cuando el animal de la noche recorre mi sangre
ato mi cuerpo sin misericordia
con el cíngulo del silencio
olvido padre que el animal es parte nuestra
me confieso padre
de no ofender la comunión de mi cuerpo
me confieso padre
de no lavar mi cuerpo en agua bendita
de ocultar en ropa de segunda
la imagen de dios
de morderme los labios para no reventar de besos
Le pido padre por el peor pecado que es no cometerlo.
La ecuación que el papel guarda
Siempre humilde, Vigil ofició la celebración de la palabra de la manera más generosa, dándose, compartiendo. Su obra misma, despreocupada por el lenguaje, siempre nos habla mientras va construyendo puentes, y ahí entra su otra obra. Antes apadrinó la opera prima de algún joven poeta, antes antologó la poesía cristiana de Latinoamérica (1989) y la poesía gay de Monterrey (2007), antes estudió a las poetas mujeres nuevoleonesas del siglo XIX y XX (investigación inédita).
Arnulfo ha dejado a la poesía en paz, no porque ya no la escriba sino porque la dotó de colores cítricos y brillos particulares, Arnulfo antes de irse hizo cosas y escribió cosas que lo hicieron quedarse para siempre entre nosotros, nosotros quienes aún estamos, nosotros a quienes siempre llamó querubines laicos.
AQ