“El arte es una terapia del alma”: Leonidas Kavakos, violinista

Entrevista

A unas semanas de presentarse en la Sala Nezahualcóyotl, el músico griego habla sobre el sentido de la música, su familiaridad con Brahms y su primera visita a México.

El violinista griego Leonidas Kavakos. (Música UNAM)
Ciudad de México /

El filósofo griego del violín Leonidas Kavakos (Atenas, 1967) se presentará por primera vez en México, con la Orquesta Filarmónica de la UNAM (Ofunam), en la Sala Nezahualcóyotl.

Horas antes de festejar el pasado 30 de octubre su cumpleaños 57, el violinista y director de orquesta concedió una entrevista exclusiva para Laberinto, en la que expresó que, para él, el sentido de la música: “No se trata solo de emociones, sino de una terapia del alma”.

Kavakos escogió el Concierto para violín y orquesta en Re mayor, Opus 77, de Johannes Brahms, para las sesiones grupales de sus conciertos en el Centro Cultural Universitario (viernes 29 y sábado 30 de noviembre), organizado por el Patronato y la Sociedad de Amigos de la Ofunam, bajo la dirección de Sylvain Gasançon.

Solista con las principales orquestas del mundo y compañero frecuente también en conciertos y recitales con gente como Yo-Yo Ma, Yuja Wang o Emanuel Ax, Kavakos considera que la perfección es algo imposible de alcanzar para los humanos, pero que es absolutamente imprescindible de buscar.

¿Por qué México y por qué la Ofunam? Porque dice que ya ha tocado alguno de sus dos Stradivarius en salas de todo el mundo, menos de México. Tampoco sabe mucho de la orquesta, viene a conocerla; para Kavakos “la música tiene que ver con la conexión, la interacción, la comprensión y la comunicación”.

Siempre con sonrisas, este gigante del violín de más de 1.85 metros de estatura, barba y pelo casi estilo hippie, responde sin prisas, como en diálogo interior, a las preguntas formuladas con asistencia en la traducción de la artista griega Alkistis Athanasiadou —que por azar también cumplía años ese día—, aunque al final habla en inglés Kavakos, recién nominado al Grammy 2025, tercera vez en una década, por grabaciones de las sonatas para violín de Ludwig van Beethoven y dos de sus sinfonías para trío.

Las tres nominaciones siempre ha sido en Mejor Música de Cámara: en la edición 56 (2014), por las sonatas para violín, con Enrique Pace al piano; y en las ediciones 66 (2023), con su Sinfonía Pastoral; y en la 67 (2025), por la Sinfonía 4, Archiduque, ambas con Yo-Yo Ma al chelo y Emanuel Ax al piano.

Se toma su tiempo, como si tocara una cadenza, con la misma virtud de su violín llevada a las palabras.

“Nunca he estado en México, lo cual es bastante extraño; he estado más o menos por todo el mundo, así que esta será mi primera vez en Ciudad de México y en su país, en general, lo cual por supuesto, es sumamente emocionante. No puedo esperar, de hecho. Seguro será maravilloso. Y por eso tampoco conozco a la orquesta”, explica Kavakos.

Es también director de orquesta. ¿Qué espera como solista y como director de una orquesta?

Ya sabes, la música tiene que ver con la conexión, la interacción, la comprensión y la comunicación. Y tengo muchas esperanzas y anhelos de lograr este tipo de cosas con las orquestas, en este caso con la Ofunam, centrándome en el director (Sylvain Gasançon), para producir la mejor interpretación posible.

Su repertorio incluye obras para violín ignoradas o poco tocadas. ¿Por qué eligió para su debut en México el concierto de Brahms, uno de los cuatro más famosos y populares de la historia?

Es uno de los conciertos más importantes en nuestro repertorio, una de las obras más grandiosas en este género. Y pensé que sería bueno venir por primera vez y tocarlo. Creo que tenía 19 años cuando lo toqué por primera vez, eso significa que llevo cuatro décadas tocándolo, lo he grabado; lo he llevado de gira muchas veces, así que es una de las piezas que me resultan más familiares. Y, por supuesto, como es un gran concierto, como los de Beethoven, Mendelssohn o Tchaikovski, nunca te cansas de tocarlo.

¿Qué implica técnicamente para un violinista?

Es una obra maestra. También es maravillosa la forma en que está escrita la partitura. Es muy sinfónico, de proporciones enormes, como es habitual en Brahms, que escribió obras enormes. Y tiene algunas de las melodías y tonadas más hermosas que uno puede encontrar, junto con enormes desafíos. Brahms no era violinista y no sabía escribir muy bien para violín. Así que le debemos mucho a su amigo Joseph Joachim, quien le ayudó a componer un concierto más o menos ejecutable, aunque es muy difícil. He tocado este concierto desde niño, y es una obra que quiero tocar una y otra vez.

Ha dicho que, para usted, el efecto final de la música son las emociones. ¿Qué emociones siente y transmite cuando interpreta el Concierto para violín de Brahms?

Bueno, el efecto final de la música y también de las artes, yo lo llevaría un poco más allá. Y diría que no se trata solo de emociones, sino de una terapia del alma. A través de la música y de las artes, en general, logramos restaurar todo aquello que de alguna manera se altera en la vida cotidiana. Es decir, la vida se mueve entre dos niveles: el nivel terrenal y el nivel espiritual. Y nosotros, los humanos, tenemos que movernos entre esos dos niveles. Y las artes son, por supuesto, algo que nos ayuda a navegar por el nivel espiritual a través de su increíble armonía, de su increíble estructura, su increíble belleza. Pero, sobre todo, a través del hecho de que es un logro de la humanidad muy, muy humanístico, centrado en el ser humano. Y es algo que es para todas las personas y algo que puede llegar y acercar a las personas de donde sea que vengan sin ningún tipo de importancia. No importa de dónde seas, lo que hagas, lo que creas. La música simplemente está ahí para unir todas estas cosas. Así que siento que, a través de la armonía en la que se basa, cada composición se basa en cierta armonía.

¿En qué sentido armonía? ¿En música o en espiritualidad?

No me refiero ahora (solo) a las armonías acústicas, sino también a la estructura de la obra. Esta armonía es algo que también buscamos como seres humanos para nosotros mismos, para nuestro bienestar y para nuestras vidas. Y, por eso, a través de las artes, podemos encontrarla. Yo diría que esa es realmente la esencia de las artes: la terapia del alma y la conciencia espiritual que las artes nos ayudan a alcanzar. Y eso es, por supuesto, lo que debería surgir de cualquier interpretación.

Y, en este caso del concierto de Brahms, la pieza tiene su propia historia. En general, no es una pieza demasiado dramática. Es más como el Concierto para violín de Beethoven. No es la música más dramática que escribieron Beethoven o Brahms. Por otro lado, es una de las piezas más hermosas, serenas y alegres, pero, por supuesto, hay mucha melancolía. Hay muchos momentos de drama que, por así decirlo, sobre todo en el primer momento, contrastan enormemente con los personajes más cantores, es decir, los motivos más cantores de la pieza. Y, por tanto, esto es algo que permite al oyente viajar a través de la música en áreas psicológicas totalmente diferentes, digamos. Y está lleno de emociones.

¿Cómo logra transmitir eso a diferentes públicos?

No quiero imponer ningún tipo de pensamiento ni de emoción a nadie que venga a escuchar la interpretación, porque para mí lo mejor de una interpretación en directo es que puedes tener 2 mil personas en la sala y, de ellas, puedes tener 2 mil impresiones diferentes del concierto. Y todas son buenas. Eso es lo bueno de la música instrumental, por así decirlo, clásica: que no hay marco, no hay palabras. No es como en la ópera o como cuando estás escuchando un ciclo de canciones donde sabes exactamente lo que la música está describiendo. Aquí no hay descripción de la música. Solo tienes la música. Y la descripción es algo personal que cada uno de nosotros puede hacer y siempre es correcta. Para mí, la pieza, el violín, la batería, el concierto, aportan todo lo que es posible. Como dije, el concierto trae tristeza, melancolía, drama, pero también alegría, buen espíritu, serenidad. Todo esto lo aporta. Sobre todo, el baile en el último movimiento. Pero, como cada persona del público se lleva todo esto a casa, es algo muy personal, y no quiero imponer ningún tipo de palabras o sentimientos.

Brahms y Joachim eran amigos, el concierto fue compuesto para este, en una época en la que compositores y músicos tenían relaciones estrechas. ¿Cómo es su relación con compositores vivos?

La relación entre compositores e intérpretes siempre estuvo ahí, no sólo con Brahms y Joachim, también más tarde. Esto ocurrió mucho en el siglo XX, con Béla Bartók, Igor Stravinsky, Dmitri Shostakovich o Sergei Prokofiev, en Rusia. Todos tenían conexiones con grandes músicos, grandes instrumentistas, y muchas veces compusieron para ellos. Esto siempre ha sido parte de la historia. Hoy en día ocurre lo mismo. Hay muchos músicos que tienen una buena relación con los compositores; hablan, discuten sobre música. Es una simbiosis absolutamente necesaria y realmente hermosa, porque siento que si alguien compone pensando en alguien más, es algo muy hermoso, algo muy personal, porque el compositor está creando algo para todos los humanos a través de una persona. Por supuesto, esto nos lleva de nuevo a lo que decía antes, que se trata de conectar, de comunicarse y de interactuar.

Por eso siento que conozco a los compositores que me han escrito piezas y que he tenido muy buenas y amistosas relaciones con los compositores que escribieron para mí; pero, también con otros que no han escrito para mí. Y estoy seguro de que hay muchos colegas que también han disfrutado de buenas relaciones similares con los compositores. Y los compositores siempre están abiertos a la posibilidad de componer algo que no esté idealmente escrito para el instrumento, siempre están dispuestos y son flexibles a revisar y hacer que la impresión musical sea la más fuerte y no las obras tal como las concibieron en la primera versión. No olvidemos que hubo muchos compositores en los tiempos antiguos que revisaron sus obras. Y por eso, hoy en día, eso también es posible. Y cuando sucede, es hermoso. Es muy bonito que desde la época de Brahms e incluso antes, esta tradición continúe.

En 2016 grabó el álbum Virtuoso, con obras poco conocidas o interpretadas de varios compositores, igual, muy famosos o desconocidos. ¿Qué es para usted un virtuoso?

Virtuoso tiene que ver con la palabra virtud. Desafortunadamente, hoy en día sentimos que quien es virtuoso es alguien que tiene habilidades técnicas muy, muy, muy grandes. Pero, no es así. Virtuoso tiene que ver exactamente con lo que describí antes, con alguien, un ser humano que puede transmitir todo lo que es la música, todo lo que son los artistas, las artes. Eso significa centrarse en el carácter humanístico de las artes, que es algo muy necesario en nuestros tiempos. Simultáneamente, virtuoso saca a relucir toda esa belleza y el verdadero mensaje que conecta a las personas a través de las artes.

Y es por eso que tenemos, por ejemplo, en el idioma griego, una hermosa palabra para interpretación: hermeneia (ἑρμηνεία), en cuya primera parte está Hermes, el mensajero de los dioses en la antigua mitología griega. Y así es exactamente como llamamos a alguien que toca en el escenario como solista, en una orquesta o como director. Hermes es el mensajero. De modo que, en realidad, somos nosotros quienes llevamos el mensaje. Somos los mensajeros, no el mensaje. Esto es algo muy importante que un virtuoso debe y puede proyectar. Es un mensaje importante. Somos como un canal por el que pasa la música y no somos necesariamente el punto focal. Y esto es lo que un virtuoso debería ser capaz de comprender y llevar a cabo en gran medida.

Y en este tiempo que se define dominado por lo virtual (incluso esta entrevista por Zoom es virtual), ¿cómo debe encarar un virtuoso a la virtualidad, al mundo virtual en que vivimos?

En primer lugar, nuestra entrevista no es virtual, es digital. Hay una gran diferencia entre ambas. Y este es un momento en el que entramos en una nueva era para la humanidad en la que la tecnología digital realmente no es solo una parte de nuestra vida, sino que se convertirá en una parte muy, muy importante de nuestra vida. No tengo nada en contra, porque, por ejemplo, si pensamos en cuántos árboles se salvan escribiendo correos electrónicos y no escribiendo en papel y enviando cartas, eso ya significa que la era digital está aportando algo muy bueno al ambiente. Por otro lado, también hay cosas malas que vienen con la digitalización. Creo que la tarea aquí es ser capaces de encontrar cuál es la proporción áurea absoluta entre lo digital y como con cada logro de la humanidad, si es algo tecnológico, es muy importante ponerlo al servicio de la vida y no dejar que domine la vida.

Gracias por la corrección. ¿Y cómo se traduce esto a la música?

Es como cuando tocas un instrumento: si tienes una gran técnica y te dedicas a ella, es una cosa; pero, si tienes una gran técnica y la utilizas para la música, para la gran expresión, es una dimensión diferente. Así que eso es exactamente lo que estamos aportando con el arte. En otro aspecto, si nos fijamos en el aspecto acústico de nuestras vidas, porque la digitalización no es solo visual, no es solo práctica, sino también acústica, en ese sentido, yo diría que los sonidos electrónicos, o los sonidos eléctricos que estamos cada vez más acostumbrados a escuchar, y el volumen que permitimos que nuestros oídos y nuestro cerebro capten, es algo que podría ser un problema. Y ahí, precisamente ahí, la música clásica tiene una propuesta enorme, que es realmente escuchar música con el sonido natural y no el sonido digital o electrónico. Y no hay nada más hermoso, como todos sabemos, que los sonidos de la naturaleza y los sonidos de nuestro planeta y de nuestro universo. Y creo que la música clásica sigue estando lo más cerca posible de ellos, mientras que el resto de la música se está alejando de ellos.

Me parece una gran reflexión sobre el papel de la música clásica y los conciertos.

Esto es algo que la música clásica está planteando como una propuesta para mantener el progreso digital como un logro, pero utilizarlo solo donde y cuando sea y en proporciones que no sean perjudiciales. Porque esto es lo que pasa: la tecnología es algo asombroso y los descubrimientos de la tecnología y de los científicos son cada vez más asombrosos. Ahora tenemos la inteligencia artificial, que es algo que supone un enorme desafío para nuestro tiempo. Y se convertirá, probablemente no en mi generación, pero sin duda en la próxima, en una parte muy, muy importante de la vida. Si no podemos utilizar la inteligencia artificial de una manera que sea prohumana, se volverá contra nosotros como un monstruo, y tendremos que enfrentar nuestros propios logros como grandes problemas. Por eso creo que es muy importante que, cuando miremos hacia el futuro, también miremos hacia atrás y aprendamos de los errores o los grandes logros del pasado.

Y mirando hacia el pasado. Este 2024 el Stradivarius Abergavenny (1724), que usted tocó, está cumpliendo 300 años. ¿Qué le aporta a un violinista un instrumento así en su interpretación?

Bueno, en primer lugar, tengo mucha suerte, porque tengo en mis manos, de hecho, dos violines Stradivarius. Desde hace poco, tengo el Willemotte (1734), que es el que toco desde hace ocho o nueve años. Y una sociedad me acaba de regalar otro Stradivarius, de 1721, para tocar. Así que estoy muy contento de poder elegir entre los dos instrumentos. El violín, el instrumento, es algo muy personal para cualquier violinista, porque, en primer lugar, cuando lo tocas, lo tienes justo encima del corazón, debajo de la oreja, debajo de la barbilla, entre las manos. No puede estar más cerca de ti y es parte de tu cuerpo. Por eso, cuando tocas un violín como un Stradivarius es un milagro total.

Y sorprende su trascendencia y resistencia después de varios siglos. ¿Qué le dice el tiempo?

Mi Willemotte, por ejemplo, se construyó en 1734, tiene 290 años. Sorprendentemente, Antonio Stradivarius (1644-1737) murió 20 años antes de que naciera Mozart (1756-1791). Y, en aquella época, las interpretaciones musicales se hacían en salas pequeñas, la orquesta no se parecía en nada a la de hoy; Mozart, cuando tenía 40 personas, estaba muy contento de tener una orquesta; hoy salimos a tocar con una orquesta de 100 personas. Gente como Stradivarius, Guarnieri, los Amati o Guadaginini, todos esos grandes creadores, concibieron algo que estaba muy adelantado a su tiempo, algo que realmente parecía que no iba a ser necesario sino hasta muchos años más tarde. Además, si nos fijamos en el piano, su forma ha cambiado mucho desde la época de Bach hasta hoy. En cambio, el violín no ha cambiado. Y esto es algo milagroso; es decir, que la forma del instrumento, del violín, del violonchelo o de la viola, ya estaba perfeccionada y no era necesario cambiarla para poder tocar el nuevo repertorio. Como, por ejemplo, sucedió con el arco, los arcos de la época antigua, de la época de Bach, eran diferentes a los de hoy. Pero, el violín era igual. Esta gente creó algo eterno.

Si su Stradivarius fuera un órgano suyo, una parte de su cuerpo, ¿cuál sería y por qué?

Buena pregunta. Cuando tienes algo así en tus manos, yo diría que en lugar de que sea parte de mi cuerpo, yo trato de ser parte de su historia y de lo que aporta a la humanidad. Es obvio, por supuesto, que su función es muy parecida a la de mi voz. El instrumento del instrumentista es su voz. Pero, en este caso, como hay mucho más que eso, en lugar de que el violín sea parte de mi cuerpo, prefiero ser parte de su asombrosa historia. Es un concepto asombroso. Por eso, cada día que abres un estuche de violín y practicas con un violín como este, no deja de ser emocionante. No puedo describir con palabras lo privilegiado que uno se siente, lo inspirado que está uno y el tipo de alegría que eso le produce.

Es un violinista y director de orquesta muy famoso, viaja todo el tiempo, posee Stradivarius. ¿Me pregunto qué es el lujo para usted?

La vida es el lujo. Estar vivo y tener salud. Ese es el mayor lujo. Y luego, por supuesto, realmente lo que hago es un privilegio. Tocar música para la gente. Es una de las mejores cosas que uno puede hacer en la vida. No es fácil. Es muy difícil. Es muy exigente. Hay mucha presión, muchas expectativas y muchos viajes, lo que, por supuesto, en términos de la vida personal, no es nada fácil, lo hace bastante difícil. Pero la interacción con la gente, la comunicación, la música es algo que no tiene precio. No hay nada mejor que eso. Así que creo que ser músico es un lujo. Y, por supuesto, este lujo viene después del don de la vida con buena salud.

¿La belleza es perfección?

La perfección no se puede definir. No puedo definir qué es la perfección, porque todo el universo busca la perfección. Y, filosóficamente hablando, la perfección significa fin, porque algo que es perfecto significa que está terminado y ya no tiene sentido que exista. Por eso siento que la búsqueda de la perfección es otra cosa. Y eso es lo mágico de las artes: he tocado el Concierto para violín de Brahms unas 200 veces en mi vida, quizá 300. No sé cuántas veces, pero siempre estoy buscando cosas diferentes, cambiando algo, probando algo diferente y busco la perfección, que, si me preguntas qué es, no te lo puedo decir. Pero, sigo buscándola. ¿Cómo puedo decirlo? Esa perfección tal vez en el cuerpo signifique que la sangre hace un círculo hasta llegar al corazón para el siguiente latido. Tal vez ese sea el ciclo perfecto, por así decirlo, el de la biología. Pero, en la vida y en la música, no sabemos qué es. No podemos saber qué es perfecto. No podemos nombrarlo. Podemos hacerlo sentimentalmente; pero, a mí no me gusta ser sentimental, prefiero ser sincero. Y la perfección es algo que, para nosotros los humanos, es imposible de alcanzar, pero es absolutamente imprescindible de buscar.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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