El Cid, más recordado que una nación entera: Pérez-Reverte

Entrevista

Sidi, una historia de frontera, de moros y cristianos, es la novela más reciente del camaleónico escritor español.

Arturo Pérez-Reverte, autor de 'Sidi'. (Foto: Blanca Estables)
Carlos Rubio Rosell
Madrid /

Lleva 30 años escribiendo novelas y en todo ese tiempo Arturo Pérez-Reverte ha logrado crear un territorio literario que no sólo refleja una serie de valores e inclinaciones personales, un puñado de personajes característicos de sus historias y una forma de ver el mundo, sino que se ha ido dibujando y revelando. “Nadie puede mentir durante 30 años escribiendo novelas y, al final, sin querer, no se puede evitar definirte en lo que escribes, en tus personajes, en tus preocupaciones, en tus acciones, en tus fantasías, en la parte de ti mismo que llevas a tus novelas, en la memoria que has tenido y que echas en la novela”, afirma Arturo Pérez-Reverte. “Así que al final, un lector que lee con atención a un novelista, termina conociéndolo, porque no puedes mentir, y aunque mientas, porque el novelista es un gran mentiroso, no puedes hacerlo durante tanto tiempo a un lector lúcido, porque una obra larga define no al novelista, sino al autor, al personaje que está tras el novelista. Y eso es muy interesante, porque a veces coincide y a veces no. Y ahí está la gracia del asunto”.

En entrevista, Pérez-Reverte, colaborador de MILENIO, habla de su más reciente novela, Sidi, “un relato de frontera”, en el que narra la historia de cómo se forjó la leyenda de uno de los personajes más emblemáticos del mundo medieval hispano: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.

Aunque ocupó un año de trabajo, tenía la novela desarrollada y pensada desde hace mucho tiempo. “Las novelas no surgen de una ocurrencia, sino que uno las lleva consigo toda la vida y se van acumulando y un día salen. Todo novelista profesional lleva varias historias que un día aparecen y se desarrollan. Y ésta apareció mientras veía una película de John Ford y me planteé el hecho de que el lejano oeste español era la frontera del siglo XI. Y me pregunté cómo lo habría contado John Ford”.

Sidi cuenta una historia épica en tono de western, donde aparecen pioneros, colonos, curas, monasterios y fuertes, y en lugar de apaches y soldados yanquis hay incursiones de moros y cristianos en una zona incierta, ambigua y peligrosa como lo era la España de los reinos de Castilla, Aragón, Zaragoza y Andalucía. “Yo quise buscar los puntos en común y de ahí salió la historia”.

En cuanto al carácter de los personajes que aparecen en Sidi, Pérez-Reverte aclara que si hoy existen las ONG, los derechos humanos o lo políticamente correcto, en la época en que sitúa su historia, el siglo XI, eso no existía. “Esa época fue muy dura. Fue un siglo de muerte, donde se violaba, se mataba, se saqueaba, se vendía a la gente como esclava, y yo quería situar a los personajes en su contexto real. Quería que el lector lo viese con ojos de entonces, que el lector viese natural matar prisioneros o vender esclavos porque entonces se hacía. Ese era mi objetivo: conseguir que el lector sudara, pasara calor, oliera y se enfrentase a la mirada moral de entonces, que no era la nuestra. Es como la historia de México: uno no puede juzgar a Hernán Cortés con ojos del siglo XXI”.

—Escribes que “las leyendas solo sobreviven vistas de lejos”. ¿Necesita la mirada histórica una distancia para cobrar un peso y una dimensión auténtica?

El historiador está más encorsetado, tiene más condicionantes y es menos libre. Pero el novelista debe tener una base rigurosa que le permita no trampear, no falsificar la realidad, sino modificarla un poco narrativamente hablando, lo que le ofrece un recorrido de ida y vuelta en el cual tiene, primero, la misión de rescatar la leyenda, de utilizarla para seducir al lector; pero después tiene la obligación de acercar al lector a la leyenda. El novelista es el alma de la historia, aunque hay novelistas malos que perjudican la historia, que la manipulan, la tergiversan y la envilecen. Pero un novelista honrado, competente, eficaz, que conoce su oficio, le da alma a la historia; hace vivir los cuadros y relatos muertos. Una buena novela histórica permite que el lector se sienta dentro de ese mundo. Y eso es fundamental. Novelas como Memorias de Adriano, El nombre de la rosa o Noticias del Imperio, permiten que el lector tenga una visión mucho más humana, menos fría y más cálida, más cercana y comprensiva de la realidad. Por eso, la materia prima del novelista es el entramado de sentimientos y emociones.

Ahí está el talento del novelista para que su manipulación no pervierta la historia. Eso lo aprendí de Alejandro Dumas, que me enseñó que mirar el marco es mirar la historia, pero cuando uno se acerca y mira despacio encuentra otras cosas. Es lo que hice en Alatriste. Aunque el cuadro, la historia, es el mismo, cambié los detalles para que el lector se sintiera dentro del cuadro. Meter al lector dentro del cuadro: eso puede conseguirlo únicamente la novela.

—Aunque a primera vista parece una novela de acción, hay muchas reflexiones que van intercalándose, en especial la que tiene que ver con ese mundo fronterizo, ese cruce de culturas musulmanas y cristianas.

Es una novela de acción, pero que tiene una honda dosis de mirada y reflexión. Y eso que has comentado vale para México, porque la historia se nos plantea a menudo de una forma equivocada, lo mismo para América y el mundo árabe. Entre otras cosas, todo cazador queda marcado por el tipo de caza que persigue. Uno mata a alguien y al hacerlo ya se está apropiando de parte de su alma y de su esencia. Pero tanto la conquista de América como la guerra contra los musulmanes en España crearon una ósmosis. Los que combatían se impregnaban de los otros, adquirían costumbres de los otros. Los tlaxcaltecas les dan sus costumbres a los españoles. Los musulmanes se alían con los españoles. No se trata de moros contra cristianos, como tampoco fue indios contra españoles. Fueron tlaxcaltecas y españoles contra aztecas, y en España fue igual. Así que las fronteras son siempre ambiguas. Por eso es peligroso que los estúpidos, los simples o los canallas quieran manipular la historia en su beneficio. Toda frontera es permeable; impregna a unos y a otros. Y todo mundo adquiere un lenguaje común. Los enemigos terminan siendo muy cercanos en las fronteras, porque son gente a la que el continuo roce termina marcando.

—El Cid Campeador debe mucho al mundo árabe.

Cuando yo era pequeño, el franquismo planteaba el Cid como un paladín cristiano frente al musulmán. Y eso es mentira; nunca ocurrió. El Cid luchó contra musulmanes y contra cristianos y se alió con musulmanes. Esa ambigüedad del personaje es lo que he querido marcar. Pero hay otro elemento sobre el que también he querido reflexionar: el liderazgo. Cómo un modesto infanzón burgalés, desterrado de su patria, sin otra fuerza que 40 hombres fieles, consigue ser una leyenda, pasar a la historia y ser recordado más que los reyes de la época. En ese sentido, es un libro de autoayuda, porque quería que un ejecutivo de empresa aprendiera en este libro cómo manejar a los seres humanos, cómo seducir, manipular, convencer, disuadir, pelear, combatir, protegerse. Es un manual. Y no lo digo de broma, porque para escribirlo he estudiado los textos de Napoléon, de Tzun Tzu, de Clausewitz, de maestros asiáticos y europeos que escribieron sobre el mando y cómo se ejerce. Así que es una reflexión sobre cómo conseguir que hombres duros, crueles, violentos, criminales, pero hombres al fin y al cabo, te sigan y sean leales.

—En otro momento, dejas caer la reflexión de que un líder promete menos de lo que puede, y este comentario cobra una absoluta vigencia en nuestro tiempo, cuando los políticos prometen mucho más de lo que pueden.

Hay muchos comentarios que servirían a los políticos. Como cuando se dice que una batalla que se cree perdida es una batalla perdida. Yo quiero que el lector, al terminar de leer esta novela, entienda por qué el Cid se convirtió en leyenda, por qué no fue solo una cuestión de valor, sino también de inteligencia, de talento.

—También hay una serie de valores que son ya clásicos en tus novelas: la lealtad, el honor, el valor, la amistad.

En ese sentido, es muy reverteana. Cualquier lector reconoce los grandes temas que están en mis novelas. En Raxida, la hermana del rey de Zaragoza, encontramos un personaje femenino muy característico de mis novelas.

—En otro punto escribes: “Los hombres no son ideas”.

Eso es algo que me interesaba marcar. En este mundo actual, de redes sociales, de medios de comunicación, las ideas parecen ser lo que importa. Y al final casi nadie pide a nadie que ejecute la idea. Sueltan la idea y ya se aplaude, se debate, se sigue y desaparece sin que nadie la haya practicado nunca. Pero en aquel tiempo las ideas no valían nada si no se actuaba. Quería devolver su legitimidad a los hechos por encima de las ideas. Evidentemente, las ideas son importantes; pero los hechos lo son mucho más. Cuando uno necesita comer, las ideas son secundarias. Quería devolverles a los hechos su nobleza, su importancia, peso y protagonismo. Porque cuando todo se va al carajo, las ideas son mucho menos importantes que los hechos.

—Se sabe que hay muchas versiones de la leyenda del Cid y tú has querido hacer tu propia versión. ¿Cómo trabajaste ese aspecto?

Del Cid, lo real y probado es un veinte por ciento de la leyenda. El resto es eso: leyenda que han inventado uno y otros. Yo tenía tanto derecho como ellos a inventar. He leído todo lo que hay sobre el Cid, tras lo cual he sacado mis propias conclusiones. Y he hecho uso de mi derecho a poner ese ochenta por ciento tanto como lo han hechos otros.

—En ese uso has debido tomar decisiones en muchos sentidos, especialmente en el lenguaje y en la forma de exponer o que es un personaje como el Cid en una serie de escenas, desde que sale al destierro hasta que lucha al lado del rey de Zaragoza, Mutamán.

Decidí contar cómo se forja el líder, cómo nace la leyenda, el primer año del destierro. Después ya es el Cid, pero yo quería contar cómo era el Cid antes. En cuanto al lenguaje, busqué la eficacia para reflejar esa frontera en la que se habla castellano, árabe andalusí, árabe norafricano, catalán. Quería darle ese tono mestizo. Y el lenguaje era fundamental. Otra cosa importante era la mirada. En la actualidad, miramos el celular, la pantalla de televisión, el semáforo; pero no miramos el mundo. Miramos el mundo a través de los medios electrónicos. Pero en algunos lugares del mundo, hoy y en aquel tiempo, mirar el mundo es fundamental, incluso para sobrevivir. Estos personajes están mirando todo el tiempo. Cabalgan y miran el paisaje, la luz, dónde puede estar el peligro. Eso se ha perdido y por ello me era importante recuperarlo.

—Al final, esta novela da una vuelta de tuerca a la idea de quiénes serán los personajes más recordados por la historia: si aquellos que creen merecerlo por su rango y alcurnia o aquellos que demuestran una humanidad superior.

Eso se resume en la cita de Elizabeth Smart con que empieza el libro: “Hay hombres que son más recordados que naciones enteras”.

ÁSS

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