La comprensión de la finitud de nuestra vida, del agotamiento de los átomos de nuestro cuerpo es, según Epicuro, la condición para alcanzar la serenidad. Lucrecio, en la Naturaleza de las Cosas, explica que la serenidad unida a un cuerpo saludable nos lleva a la ataraxia, un estado entre la indiferencia y la paz, inalterable ante las emociones.
Las emociones las desencadenan nuestros deseos, Epicuro aconseja no desear aquello que daña la salud del cuerpo o del alma. Los lujos, la comida, los placeres promiscuos, no son negativos en sí mismos, lo son porque el temor al perderlos y las consecuencias en el cuerpo trastornan la serenidad, y se convierten en las obsesiones.
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La filosofía de los estoicos señala cuatro emociones: el anhelo de los bienes futuros, la alegría por los bienes presentes, el temor por los males futuros y la aflicción por los males presentes. Platón, en una metáfora, las compara con un caballo brioso que el cochero o auriga debe controlar, para llevarlas al camino correcto, el auriga es la razón. Es muy similar al Bhagavad-gītā, en un diálogo filosófico, Krishna es el cochero de Arjuna, y controla los caballos del temor, apegos y arrogancia que paralizan y someten a Arjuna.
Aristóteles las relaciona con la ética, y las define como “aquellos sentimientos que la condición del individuo se trastorna a tal grado que afecten su juicio y que van acompañados de placer o dolor”. La moral del individuo influye en la búsqueda de sus placeres y es la ética el camino para saber elegir y alcanzar la serenidad.
Las emociones son casi antagónicas al razonamiento, y es este el que puede darles forma y control. La pregunta es: si la razón podrá encontrar razones para conducir las emociones, y una vez conducidas a dónde llevarlas. Decía Flaubert: “Hay razones del corazón que la razón desconoce”.
El arte es la catarsis de esos temores, odios, anhelos, y se manifiestan, se declaran, y son sometidas a las técnicas, géneros, estilos o disciplinas.
El desencanto amoroso, que puede ser traducido como “la aflicción por los males presentes”, en el proceso artístico se convierte en un estado propicio para crear, decía Proust: “Sufres de amor, estás melancólico, escribe, es el mejor momento”. Las canciones que han sido escritas en un trance de pérdida amorosa son coreadas por millones que sienten que ese pesar es suyo.
Entonces, en el arte ese “razonamiento” que buscan los filósofos se convierte en la razón para crear. El arte exacerba, potencializa, incluso rebasa todos los límites y registros emocionales para llevarlo a la tragedia, y la sangre corre en el sacrificio, Edipo se saca los ojos mientras Ifigenia es asesinada por su padre.
Las emociones expuestas en una pintura, un poema, una sinfonía, desempañan el espejo de nuestro ser, y nos empujan a asumir que la gran razón para vivir es crear.
ÁSS