Audomaro Hidalgo: “Un poeta no debería desconocer su propia tradición”

Entrevista

El escritor tabasqueño, autor de ‘Los designios de la intemperie’, libro por el que se encuentra entre los finalistas del Premio Mallarmé 2024, habla desde Francia de su poesía y de su próxima obra ensayística.

El poeta, ensayista y traductor Audomaro Hidalgo. (Cortesía del autor)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

Audomaro Hidalgo (Villahermosa, 1983) es poeta, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía El fuego de la noche, Pequeña historia de la destrucción, Sajadura y Los designios de la intemperie, estos dos últimos fueron traducidos al francés y publicados en Francia; posteriormente aparecieron en México. Su libro de ensayos El río que no cesa aparecerá en 2025. Como traductor es autor de la antología El gallo y la serpiente. Poesía francesa actual. 1967-1990 (Círculo de poesía). Ha traducido Medea (Cuadrivio ediciones) de Pascal Quignard; Pequeño elogio de la poesía de Jean Pierre Siméon y Apocalipsis para nuestro tiempo de Yves Ouallet, son libros de próxima aparición. Es maestro en Letras, Lenguas y Artes por la Universidad de Le Havre y actualmente es doctorante en la Sorbonne. Vive en Francia desde hace siete años.

¿Cuántos libros de poesía llevas publicados?

Llevo publicados cuatro libros de poesía, el más reciente se llama Los designios de la intemperie, que fue traducido y publicado en edición bilingüe aquí en Francia el año pasado; luego salió publicada la edición mexicana este año en Ediciones Cuadrivio.

¿Cuándo salió publicado tu primer libro?

La aparición de mi primer libro fue en 2012. Es un libro que se llama El fuego de la noche, que comencé a escribir en la Fundación para las Letras Mexicanas cuando fui becario en 2008. En 2010 el libro obtuvo el Premio Nacional de Poesía Juana de Asbaje; me gusta recordarlo porque el jurado del premio estuvo compuesto por Thelma Nava, Dolores Castro y Alí Chumacero. Es un libro al que le tengo mucho cariño.

¿Cuáles fueron los poetas que comenzaste a leer?

Yo comencé con los modernistas. Recuerdo que leí mucho a Gutiérrez Nájera cuando estaba en la preparatoria; a Amado Nervo, a Manuel José Othón —que me gustó mucho y todavía me sigue gustando—, a Enrique González Martínez. Más adelante a Villaurrutia, aunque él no es modernista.

Por esos años leí también a López Velarde, que me causó una impresión contradictoria porque no terminaba completamente de tomarle el pulso. Sin embargo, sentía algo en su poesía que fui descubriendo con el paso de los años. Esos fueron los primeros poetas mexicanos a quienes leí con mucha devoción.

Y tu paisano Carlos Pellicer, ¿qué impresión te causó?

Por supuesto leí a Pellicer, pero no todo. Nos lo daban a leer en la preparatoria; luego, por mi parte, fui haciendo el descubrimiento de su obra que es ingente.

¿Esas fueron las influencias de tu primer libro?

No, ahora si vuelvo a mirar ese libro más bien reconozco a los poetas que en esos momentos en la Ciudad de México yo estaba leyendo o releyendo; por ejemplo, Pablo Neruda, Álvaro Mutis, Enrique Molina. Y por esos tiempos descubrí también a un poeta chileno, Jorge Teillier. Yo más bien reconocería estas voces en mi primer libro.

Recordando el dictum de Rimbaud, “Hay que ser absolutamente moderno”, ¿tuviste conflicto entre ser “moderno” y “conservador”, para decirlo así?

No, la verdad es que nunca me lo planteé de ese modo porque siempre me sentí como muy en sintonía con el momento que estaba atravesando en diferentes periodos de mi vida, los cuales estuvieron marcados por diferentes lecturas, diferentes descubrimientos. Y no, nunca me obsedió esa idea un tanto paradójica porque el hecho de vivir en este tiempo ya nos hace modernos de alguna manera. Entonces, ese dictamen bastante categórico de Rimbaud nunca me pesó.

Vives en Francia. Tu apertura hacia la poesía europea y no sé si de otros ámbitos ¿cuándo ocurrió?

La verdad, como muchos poetas mexicanos, yo leí muy pronto la poesía francesa o la literatura francesa en español. Comencé leyendo novelas del siglo XIX y posteriormente una cosa me llevó a otra: descubrir a Baudelaire, a Rimbaud, a Verlaine, a todos esos poetas que digamos marcan una impronta para un joven de veinte años. Recuerdo que cuando leí a Lautréamont fue para mí un descubrimiento brutal; me impactó mucho la lectura de Los cantos de Maldoror.

Entonces, primero los leí en español y poco a poco he ido profundizando más sobre todo en la poesía francesa, que es lo que más me interesa desde que vivo aquí en Francia desde hace siete años. Puedo decir que he leído en profundidad a Baudelaire, a Rimbaud. Le he dedicado tiempo de lectura a esos poetas en particular; ese periodo de la poesía francesa, que ya sabemos o creemos conocer, es extraordinario. Es difícil no admirar lo que sucedió en Francia en apenas unas décadas.

En estos días del nuevo siglo ¿cómo ves la relación de los poetas jóvenes con el pasado? Para algunos, hablar de poetas de hace veinte años es como si fueran años luz.

Qué bueno que mencionas eso, porque es algo que veo en Francia y veo en México a la distancia. Daría la impresión que muchos poetas piensan que con ellos inicia la poesía y que están escribiendo todo desde cero. A mí me parece un error de perspectiva porque —es la percepción que yo tengo—, cuando uno escribe poesía, uno escribe con una tradición detrás de uno; un poeta no debería desconocer su propia tradición.

Después uno hace lo que quiere, pero lo importante es estar en contacto con los poetas del pasado; con los que escribieron antes de mí, sobre todo en mi país, y sin olvidar por supuesto que toda lengua es una tradición, es una manera de sentir una realidad. Una lengua no es solamente un sistema de comunicación de todos los días, sino que es algo muy antiguo y muy presente al mismo tiempo. Para mí, es fundamental no perder los lazos con el pasado, porque en mi caso siempre me gusta decir que yo pertenezco a dos siglos: nací en el siglo XX, pero escribo en el siglo XXI. Entonces, me gusta tejer esos hilos con los que estuvieron antes de mí, lo que me pueden decir y cómo puedo dialogar con ellos y cómo se puede continuar esa tradición.

Esa puede ser la poética a la que has llegado.

Sí, la he construido poco a poco. No es fácil, porque ya nadie habla de tradición, nadie se ocupa de nuestros poetas, pero a mí sí me interesa mucho dialogar con los poetas del pasado.

Hablando de tu poesía, especialmente en ejemplos de uno de tus últimos libros, me parece que eres un poeta, diré, telúrico. Hablas de tubérculos, piedras, árboles, sangre, trenes; a esas cosas externas, tú les encuentras una vida interior.

Sí, la sangre es un elemento que está de manera inconsciente presente desde mis primeros poemas; la sangre, hablar de mis mayores. Ahora me doy cuenta cuáles han sido los temas, las imágenes recurrentes en mi poesía.

El poema que mencionas de “Tubérculos”, pertenece a mi libro Pequeña historia de la destrucción, que fue publicado por Círculo de Poesía, en la colección Valparaíso en 2017, que es un libro en el que hablo de la enfermedad de mi abuelo materno, que es el poeta que más me ha influido; es un poeta que ni siquiera sabía escribir, pero es el que más me ha influido. Fue campesino toda la vida. Ese libro está dedicado a su enfermedad, el Alzheimer. En el caso de Los designios de la intemperie es una colección de 37, 38 poemas, por decirlo, líricos. Y el libro que lo antecede es un libro que se llama Sajadura, que es de poemas en prosa y es resultado de un diálogo que sostuve con el poema en prosa francés, pero que trata de inscribirse en la tradición del poema en prosa mexicano.

¿Consideras que Sajadura es tu libro más arriesgado?

Si debo ser honesto, debo decir que es un libro con el que estoy casi casi enteramente convencido; es un libro que me gusta mucho, es un libro que escribí lejos de México, es un libro que escribí en soledad y del cual me convencen muchas páginas. No sé si utilizar el término “arriesgado” porque responde a una forma, pero si veo que en cuanto al conjunto me convence.

¿Cómo has visto tu crecimiento como poeta?

Veo una línea de continuidad y estos dos últimos dos libros en particular —Sajadura y Los designios de la intemperie— me permito decir que ambos me gustan en su totalidad. Y sí veo una cierta evolución en cuanto a la factura del poema, a la concepción del verso, a pulir ciertas imágenes.

También eres ensayista, ¿qué buscas ahí?

Yo colaboro en la revista Casa del Tiempo desde 2016. En ese espacio he publicado ensayos y artículos sobre poesía y poetas, sobre todo de lengua española de diferentes países de América Latina. Cuando yo decía que me interesa dialogar con los poetas, me refería también a reflexionar sobre la poesía, a escuchar qué nos dicen nuestros poetas porque ya casi no nos ocupamos de ellos. A mí me gusta reflexionar sobre mis poetas.

Se anuncia un libro de ensayos que estás preparando.

Sí, se llama El río que no cesa y qué bueno que me preguntas eso porque es un libro de ensayos de escritores nacidos en Tabasco. Es un libro que ya había comenzado en Villahermosa antes de venir a Francia; había escrito tres, cuatro ensayos y yo sabía que era un libro que debía terminar. Decidí terminarlo aquí en Francia y está compuesto por ensayos sobre José Carlos Becerra, Andrés Iduarte, Álvaro Solís; no todos son poetas. También me ocupo de una joven poeta del siglo XIX, Teresa Vera, no muy conocida y de un sacerdote que estuvo en las Cortes de Cádiz en España.

AQ

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