A sus 80 años, Jorge Ayala Blanco asegura que sigue viendo el cine como un niño y que como crítico ha perdido a muchos Ayalas Blancos durante la evolución de una carrera que se inició a principios de los años sesenta, cuando escribía las presentaciones de las películas que se exhibían los sábados en el cineclub del auditorio de la entonces Escuela Superior de Medicina Rural, del Instituto Politécnico Nacional.
De mirada y bigotes gatunos, sarcástico e irreverente, defensor de la piratería, que no le hace “fuchi” a las películas de Eugenio Derbez o Mauricio Ochmann y conoce a la perfección textos sobre cine de Gilles Deleuze, Félix Guattari, Roland Barthes o Ilya Ehrenburg, entre muchos otros autores, Ayala Blanco recibió el domingo 10 de abril el primer homenaje que rinde el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) a un crítico cinematográfico, en una ceremonia presencial realizada en el Palacio de Bellas Artes.
Ingeniero químico, protagonista de legendarias polémicas sobre el cine nacional, Ayala Blanco (Ciudad de México, 1942) estuvo acompañado de fans, alumnos y exalumnos que pasaron por sus clases en 57 años de docencia en la hoy Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC), antes Centro Universitario de Estudios Universitarios (CUEC).
Para el autor del famoso abecedario que se inició con La aventura del cine mexicano (1968) y que ya va en La potencia del cine mexicano (de hecho anunció que este mes saldrá en e-book La querencia del cine mexicano, volumen 18 de su compendio, y que ya está imprimiéndose el correspondiente a la letra R, que aparecerá para mayo), el homenaje lo hace sentir “ajeno”, como cuando le dieron la beca del Centro Mexicano de Escritores, pero destaca que a semejanza de ese año de 1965, se trata de un reconocimiento al crítico de cine como ensayista y a la crítica cinematográfica como una de las artes.
“Me siento total y absolutamente ajeno, porque estoy en un territorio que por primera vez se abre a la crítica de cine, a un crítico de cine. Para mí, no es una consagración personal —ya he estado muy festejado desde la medalla al Mérito Universitario—, sino a esto que llamo el arte de la crítica de cine, como una forma literaria, como un evento cultural, como algo fundamental de nuestra formación personal, social, política y cultural. Esta sorpresa enorme de que se acepte la crítica de cine como elemento de cultura y como arte, dentro de las bellas artes y de la literatura, para mí es como abrir posibilidades a la crítica en un momento tan difícil como el que estamos viviendo”, afirma el autor de Cartelera cinematográfica, Cine norteamericano de hoy, Falaces fenómenos fílmicos y A salto de imágenes, entre otros libros.
Afirma que para el crítico “es muy fatigoso” ver un filme completo. “Cuando tengo la película en casa, la veo por partes y tomo anotaciones, eso ya es una deformación profesional”, contesta a una estudiante de Comunicación que le pregunta sobre si es capaz de separar al crítico del espectador.
“El primer acercamiento a una película es la hipnosis; el segundo, la disección; y el tercero, la reflexión”, agrega. Pero aclara que sigue viendo el cine con mirada de espectador ingenuo. “Sigo siendo el niño que quiere ver una película de Errol Flynn”, responde sobre si aún disfruta el cine.
Ayala Blanco, quien también ha aparecido en cortos y largometrajes de alumnos, como Sombras del cielo (2008), de Víctor Velázquez, en la que sale de Dios; ¡Cácaro!, de Andrés García Franco; El infierno tan temido (1975), de Rafael Montero; o del último espectador en un corto apocalíptico de Santiago Torres, El tiempo y la memoria (2012), que también analizó en su libro La khátarsis del cine mexicano (2016), accede a esta entrevista poco antes de recibir el homenaje en la Sala Manuel M. Ponce, en el que participaron Adriana Bellamy y Sergio Raúl López.
—Usted ya ha recibido numerosos reconocimientos, pero esta vez es uno nacional, en Bellas Artes. ¿Cuáles son sus emociones al respecto? ¿Qué opinión tiene de este tipo de homenajes?
Antes que nada, la sorpresa y el enorme gusto que se reconozca mi trabajo en otro territorio que no se considere de la crítica de cine, que es el de la literatura, y en el Palacio de Bellas Artes. Es como una especie de desterritorialización de mi trabajo. Es un reconocimiento muy sorpresivo y, sobre todo, muy satisfactorio, porque siento que estoy abriendo brecha a la dignificación del cine y de la crítica del cine; es decir, que se está considerando como ensayo literario el oficio, el arte de la crítica de cine. Para mí es muy importante, no hay antecedente en la historia de la cultura mexicana de un reconocimiento así.
—Aunque la crítica de cine en México se inició con poetas y novelistas.
Así es, era un oficio de poetas. Xavier Villaurrutia, Alfonso Reyes, eran, ante todo, poetas. Ahora regresa esta revalorización de la crítica de cine como un género literario en sí mismo. Eso es lo que a mí me interesa. Me siento como cuando me dieron la beca en el Centro Mexicano de Escritores (donde tuvo de mentores a Juan Rulfo y Juan José Arreola) para escribir ensayos, y estaban considerando que lo que yo estaba haciendo con el cine era ensayo literario, al mismo nivel de cualquier otro género.
—¿Recuerda qué películas le motivaron a escribir sobre cine?
Por supuesto: las películas que presentábamos en el cineclub del IPN los sábados. Tenía 18 años, estaba haciendo el Servicio Militar, que se realiza los sábados; entonces, al terminar, me iba a presentar las películas al auditorio de la Escuela de Medicina Rural (hoy Escuela Nacional de Medicina) del Poli. Las primeras películas que presentábamos ahí eran, sobre todo, aquellas difíciles de ver y que, obviamente, tenían un valor artístico, entre ellas La bella y la bestia (1946), de Jean Cocteau. Organizábamos ciclos con filmes como los de Fernando de Fuentes, El compadre Mendoza (1933) o ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935), que ya estaban fuera del circuito y no eran fáciles de ver ya en la década de los sesenta. Así empecé a escribir las presentaciones de esas películas para el cineclub.
—Lleva los mismos años de crítico que de docente. ¿Qué disfruta más: enseñar o escribir de cine?
Disfruto todo. Tanto la docencia, el contacto con los alumnos, el cuestionamiento constante de varias generaciones de jóvenes —voy a cumplir 57 de dar clases en CUEC, hoy ENAC—, lo disfruto muchísimo porque hay una retroalimentación directa, pero también disfruto mucho las clases que doy en otros lugares donde la gente es adulta, por ejemplo, en Coyoacán, que ya no se están formando como cineastas, sino que están añadiendo algo muy importante a su formación cultural. También disfruto muchísimo la investigación, que es lo que más me absorbe, a final de cuentas. Pero, por supuesto, la base de todo es la cinefilia, ver muchas películas. Antes veía tres o cuatro diarias, ahora veo fragmentos y tres o cuatro completas a la semana. Y debo escribir de ellas.
—Después de 60 años como crítico, y toda su vida como cinéfilo, ¿cómo ha evolucionado el concepto de usted como crítico?
Como que he pasado por varias etapas y he perdido varios “Ayalas Blancos”, porque he cambiado muchas veces el enfoque. Ahora, lo que a mí me interesa muchísimo es hacerme de un lenguaje, que se adapta a una especie de traducción verbal literaria de lo que está en la pantalla, que finalmente son hechos fílmicos. Esa traducción ha sido motivo, por supuesto, de un ejercicio analítico que ha ido evolucionando con el tiempo. Una cosa que a mí no me interesa es glosar al infinito la trama de la película, para eso está el guión, sino lo que realmente está en la pantalla; o sea, el análisis cinematográfico, para lo cual ya tengo un método, que enseño en diferentes lugares.
—También han cambiado sus lectores, ahora es, tal vez, el autor más leído en Confabulario.
Es muy probable. Creo que también es el empujón que ha dado la pandemia. El cine ha cambiado su función sobre el espectador. Para decirlo rápido: estuvimos encerrados dos años, y en ese lapso la gente leyó menos pero vio más películas y, por supuesto, muchas series que finalmente son derivado del cine.
—La crítica que usted escribió sobre The Revenant, la película de Alejandro González Iñárritu, es sin duda uno de los textos más leídos en ese suplemento. Y fue antes de la pandemia.
Es increíble, sí. Cuando haces una crítica negativa de algo, tiene más fuerza, es impresionante, y tiene más lectores. Eso para mí también fue muy asombroso. Ahora, también lo que se escribe sobre los Oscar o los balances de fin de año, son algo muy atractivo, son la parte lúdica de la crítica. También quiero decir que el espacio que se me concede en Confabulario es estupendo, el respeto cultural que he encontrado en ese suplemento es uno de los más altos que he tenido en mi vida, el otro serían los 25 años que estuve en El Financiero, con Víctor Roura.
—Participó en una película apocalíptica donde se acababa el mundo y usted seguía viendo cine.
Sí, yo me quedaba como el último espectador de la última película. Es un corto de Santiago Torres, un egresado del CUEC y ahora uno de los más importantes fotógrafos de México. Era un juego con él de vamos a hacer un filme en el que yo era el último espectador de la última película que se proyectaba. El cine Ópera estaba derruido, pero todavía se podía entrar, y ahí hicimos el rodaje, fue muy divertido.
—La pandemia pudo plantear un escenario así. ¿Se sigue imaginando como el último espectador?
No, como ya ha cambiado la forma de consumir el cine, a través del streaming, ya el cine como que ocupa un lugar muy particular en la vida de las personas, esta idea de La querencia... (de mi próximo libro) nace precisamente de ese aferrarse al consumo cinematográfico como una necesidad vital.
—Ciertamente hay más aficionados al cine, las películas están disponibles en casa todo el tiempo por las plataformas, pero ¿cree que eso ha cambiado el papel del crítico?
El papel de la crítica se ha transformado, sin duda. Por un lado, están los influencers, que son una opinión casi siempre consensual, sin mayor exigencia ni mayor formación; o sea, el cine como espectáculo, siempre ha habido. Yo he escrito en suplementos o secciones culturales; uno, por la libertad que te da; dos, por el enfoque, y tres, por el lenguaje que empleo, que no es nada común o el de la recomendación directa. La crítica ha cambiado con las redes sociales, el problema es la superficialidad de los comentarios que uno encuentra en ellas, difícilmente uno halla un análisis cinematográfico real, son excepcionales.
—Ha visto pasar generaciones de críticos. ¿Quiénes le gustan en la actualidad?
Hay varios grupos de jóvenes, eso es interesante. Y los de vasta trayectoria, como Carlos Bonfil. Se van quedando de varias generaciones. Hay gente que hace carrera y hay quienes desaparecen o se transforman, ya no hacen crítica, sino articulitos sobre películas del pasado, nostalgias.
—Después de 60 de escribir sobre cine ¿cuál es su definición de un crítico?
Antes que nada: un amante del cine con capacidad de expresión literaria o periodística. Nunca encontré la diferencia entre periodismo y literatura, por supuesto.
—¿En qué película le habría gustado ser actor o director?
Bueno, en las últimas películas que veo, es que siempre son las más fuertes, las que tengo. Ayer vi una mexicana, Travesías (de Sergio Flores Thorija), o C’mon C’mon (de Mike Mills) o ¡Queridos camaradas!, de Andréi Konchalovski, las películas más recientes. A mí me da la impresión de que escribo de una película para librarme un poco de ella, y a la que sigue. Estar siempre renovando a través de las películas; te mantiene eso un poco vivo, como sangre que te alimenta.
—¿Cómo le gustaría que lo recordaran como crítico, como persona, como cinéfilo?
Espero se me recuerde como alguien que amaba al cine y que lo transmitía de mil maneras, eso es todo. No sé si sobrevivirá el docente, el investigador o el escritor, pero es una conjunción de todo eso.
AQ