Banquete literario con José Emilio Pacheco

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Dieciséis voces celebran y exploran las facetas de la obra del polígrafo mexicano, quien el 30 de junio cumpliría 80 años.

Uno de nuestros más notables polígrafos, cumpliría 80 años de vida este 30 de junio. (Foto: Isaac Esquivel | Milenio Digital)
José Ángel Leyva
Ciudad de México /

La poesía fue su eje rector, pero atravesó géneros y épocas. José Emilio Pacheco, uno de nuestros más notables polígrafos, cumpliría 80 años de vida este 30 de junio. Su discurso proteico sigue dando mucho de qué hablar a los prosistas, a los poetas, a los traductores, a los periodistas y a quienes lo conocieron y se maravillaron con su personalidad humilde hasta casi la culpa por su inteligencia y erudición. Su timidez era jocosa, su cortesía no estaba exenta de firmeza intelectual, de convicción.

Imaginemos un banquete en el que el nombre de José Emilio Pacheco llama la atención de todos los comensales que se han reunido para conmemorar el aniversario de su natalicio número 80. El primero en levantar la mano es el de mayor edad, el poeta español Antonio Gamoneda. “Mirad: estoy leyendo prodigiosamente. Escuchad; escuchad prodigiosamente: Vuelven de entre los muertos las vocales. Qué sencillo. ‘Sencillo y hermético’. Cómo no, cómo no. ¡José Emilio hace tan fácil lo difícil y tan difícil lo fácil! Nos ciñe con facilidad, y muy repentino, muy difícilmente, hace la gran conversión: viene la noche con su gran manto de espinas, y funda y fecunda la transformación, y la imposibilidad de cada día entra en la posibilidad eterna. He aquí la gran poesía sencilla en el punto cero de la ciencia hermética.

“Estando cervantinamente en éstas, el Gran Simulador Pacheco sonríe. Sonríe y esconde la primera verdad en la última, y sucesivamente al contrario, y así hasta que todo está incomprensiblemente claro. De esta manera, la mentira deja de existir y se pierde, qué feliz extravío. ¡Ah Pacheco Pacheco!”

Se oye otro acento español, es el escritor Luis Antonio de Villena, autor del libro Iniciación a José Emilio Pacheco, recién publicado por la Universidad Veracruzana. “Pacheco fue un poeta deslumbrante precisamente porque no lo era. Porque la fuerza sencilla de su poesía venía de su profunda inmersión en la cultura y en la vida. José Emilio fue un poeta vitalista y culturalista y lo hizo muy bien y con sencillez. Por eso él se extrañaba de los tantos grandes premios que le llovieron en México o en España, y que él decía no merecer. Lo traté mucho y siempre fue generosa y plenamente entregado al oficio de la palabra, y más en poesía”.

La mexicana Ethel Krauze decide terciar y definir lo que Pacheco representó para los mexicanos. “Jose Emilio fue un hermano mayor para mi generación. No era el padre a quien se teme y al que se rinde culto; no era el par con quien se discute de tú a tú. Exactamente ese intermedio que se tiene más cerca que lejos, que se quiere emular y con quien se puede conversar amigablemente. Así lo veíamos y lo tratábamos, hurgando en la pluralidad de su obra. No era amigo de pasarelas, sino devoto de su biblioteca”.

A su lado, el poeta mexicano José Javier Villarreal, acompañado de su esposa, la también poeta Minerva Margarita Villarreal, asienta afirmativamente y, tras dar un sorbo a su copa de vino, comenta que Pacheco nos enfrenta a la metáfora del río. “Ahora estoy pensando en

Czesław Miłosz, pero también en la ironía de un Joseph Brodsky. La poesía de José Emilio Pacheco guarda un diálogo dinámico con estas poéticas; pero su concreción, la limpieza retórica de sus poemas breves; esa pasión por el dardo epigramático no solo descansa en la tradición latina, sino que se adereza con ese Siglo de Oro, con ese último Siglo de Oro, donde Baltasar Gracián deja su impronta desasosegante en la brillante curiosidad creativa de Sor Juana. Y José Emilio Pacheco está muy atento de la tradición que lo sostiene”.

Marco Antonio Campos se mueve inquieto en su lugar, no para disentir de Villarreal, sino para complementar su propia visión del Pacheco Poeta. “Se ha hablado muchas veces de que la literatura es un sueño ordenado, o para Borges, un sueño dirigido; a la inversa, algo en Pacheco, escéptico e íntimamente desencantado, lo atraía la gran mayoría de las veces a componer con palabras hechas música las más variadas pesadillas. La única fiel, la que nos acompaña siempre —‘invisible, invencible’— es la Desdicha, pero aun así, pese a los triunfos numerosos de ella, como el boxeador de uno de sus poemas en prosa, Pacheco concluiría con algo que podría ser también una declaración o recomendación henchida de orgullo del hombre muchas veces vencido pero no doblado: ‘Nadie jamás me vio tendido en la lona’. Pacheco es un verdadero maestro del poema en prosa, uno de mis maestros”.

La regiomontana Minerva Margarita lanza una mirada aprobadora y cómplice a Campos y se pone de pie. “De la poesía de José Emilio Pacheco admiro virtudes esenciales y al mismo tiempo adversas a movimientos que se empoderaron en Hispanoamérica en la década de 1980 y 1990. La erudición de Pacheco, que era de una vastedad impresionante, jamás se impuso con fines explicativos ni se perdió en la acumulación o el agregado. Sus imágenes son certeras. La música del verso trabaja para dirigirlas hacia un fin determinado. El poema concreta una intención o logra una visión”.

El poeta chileno José María Memet se sirve de una botella de vino tinto, de uva Carmenere, que tiene muy a la mano. Cuenta que se celebraba el Bicentenario Chile–México, en el Palacio de Minería, en 2010. Tras finalizar la lectura de José Emilio, unos amigos poetas lo invitaron a irse con ellos a un bar. Pacheco contestó que no, pues debía escuchar primero a Memet. El chileno, emocionado, remata: “Siempre lo amaré por su respeto enorme a la poesía”.

Reflexivo, mesándose la barba de candado, el argentino Jorge Boccanera, quien vivió su exilio en México, reitera la proverbial sencillez del poeta, su erudición, su elegante manera de resolver lo mismo una antología de haikus que un artículo periodístico, una traducción que un ensayo. Boccanera retoma el tema de la poesía de Pacheco. “En su obra despliega un haz de voces que nos hablan desde distintas situaciones y momentos históricos, que apuntan a la encrucijada del hombre montado en el oleaje del tiempo. Lo transitorio del amor, del poder y el fracaso de cualquier tabla de salvación a la que creemos poder aferrarnos. Una poesía rica en juegos de identidad —poetas apócrifos, traducciones, versiones, escritos a la manera de un coloquio cruzado por referencias culturales, históricas y zoológicas”.

Para el peruano Renato Sandoval Bacigalupo, políglota, traductor, poeta que ahora reside en China, en la poesía de Pacheco todo se mueve, gira, asciende en espiral, cae en vértigos, sin saber de finales absolutos, altos totales, conclusiones definitivas; a lo más, un paréntesis entre dos actos. “Acaso la máxima sabiduría que habrá alcanzado un proteico, cambiante e imperecedero poeta como Pacheco, se resume en estos versos descoyuntantes y deslumbrantes de su ‘Prehistoria’: Enseguida pensé que Dios es dos:/ la luna y el sol, la tierra y el mar, el aire y el fuego./ O es dos en uno:/ la lluvia-la planta,/ el relámpago-el trueno”.

"José Emilio fue un poeta vitalista y culturalista". (Foto: César Durione)

Hay quienes en este banquete dicen decantarse, sin demeritar su poesía, por el Pacheco narrador. Así lo expresan los mexicanos Víctor Toledo y Luis Aguilar. “Prefiero sus relatos: la precisión, ritmo y economía de su escritura —sostiene el primero—, más la penetrante visión y a veces cosmovisión (de un mundo que parece tener como esencia la pérdida), la habilidad narrativa, ligera y profunda como veloz golondrina, antes de la lluvia que desata, lo hacen más poeta”. Concluye y cede la palabra a su colega tampiqueño. “Me pareció siempre mejor narrador. No obstante, su narrativa es sumamente poética. Desde Las batallas en el desierto, pasando por El principio del placer o Morirás lejos, encontramos una obra cargada de una estética por momentos más propia de la poesía”.

Pero ¿qué piensan los narradores?, me atrevo a preguntar, desde un extremo de la enorme mesa, a cuatro de los más destacados novelistas mexicanos que escuchan muy atentos las opiniones de los poetas. De manera sosegada, Élmer Mendoza libera su pensamiento: “José Emilio es la voz revolvente de la poesía mexicana. Como prosista es un provocador; dueño de un estilo zigzagueante, propuso lecturas infinitas de sus textos. Nos compartió ‘Inventarios’ porque debíamos saber más de lo necesario para escribir con propiedad”.

Conmovido, Pedro Ángel Palou, narrador e integrante del llamado Crack mexicano, lo califica de maestro insuperable, de escritor único sin falsa modestia, sencillo y generoso. Ensalza por igual la novela conjetural Morirás lejos que la noveleta Las batallas en el desierto, sin dejar de lado su poesía, a la que define como canto a la desaparición de lo humano desde la desesperación de lo natural. “Sus cuentos siguen deslumbrando. Y ese hermoso libro, El principio del placer, me acompañará siempre. Siempre envidié su memoria literaria, quizá junto a la de Reyes, la más impresionante de nuestras letras. Lo sabía y lo leía todo. No he conocido a nadie igual”.

Martín Solares secunda a Élmer y, refiriéndose a la columna de Pacheco en la revista Proceso, señala que en ‘Inventario’ estaba contenido de manera natural el bagaje literario y el mar de lecturas de José Emilio. Un aprendizaje por el que valía la pena comprar el semanario. Y concluye: “¡Cuánto se extraña un nuevo poema, un nuevo artículo, un nuevo cuento y, en general, un nuevo escrito de José Emilio Pacheco!”.

El mazatleco Juan José Rodríguez se apresura a continuar: “Fue de esos escritores cuyo acto revolucionario radica en escribir y pensar bien. Una vez mencioné, bromeando con otra persona, al inexistente violinista Laszlo Loszla. Él me escuchó y comentó que lamentablemente ese era en realidad Benito Bodoque tocando el violín en Carnegie Hall. José Emilio no solo conocía a los personajes secundarios de Don Gato y su pandilla, podía incluso mejorar el chiste. Me reveló el origen de su erudición: cuando cuidaba a sus hijas, mientras su mujer estudiaba, veía las caricaturas con ellas y por eso se las sabía de memoria. Pacheco, un erudito en las cosas que hacen la vida y, también, un secreto maestro de la ternura”.

El colombiano Juan Manuel Roca pesca al hilo el comentario del mazatleco y hace énfasis en esa erudición totalizante, como cuando luego de mostrarle una antología de Hart Crane, el poeta que se suicidó lanzándose al mar. Pacheco le dijo que el padre de éste era el inventor de los salvavidas. Roca difundió durante años la terrible paradoja: el hijo del creador de los salvavidas había muerto ahogado. El propio José Emilio, tiempo después, le aclararía que en México hay unos dulces con un agujero en medio, llamados así, salvavidas. El padre de Crane ganó mucho dinero con la golosina. Luego, Roca advierte: “Debo decir que tengo en mucha estima sus cuentos y sobre todo sus ensayos. Lo creo uno de los mejores ensayistas de su generación, si no el más. Admiro además su obra hablada. Hay una afirmación de Pacheco que me impactó por su síntesis histórica desde la primera lectura: la idea de que la primera rebelión de la mujer no fue el derecho al sufragio sino a la brujería. Asistir a sus heréticos ejercicios de la memoria fue siempre para mí algo admirable”.

Tras la intervención de los narradores y de Roca, la poeta y conductora de radio y televisión Julia Santibáñez llama la atención a los comensales sobre el Pacheco traductor. Menciona, por ejemplo, el tratamiento soberbio de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot, su trabajo impecable y la revelación de los versos de “East Coker”. Ese trabajo de búsqueda que lo aproximó a escritores de varias geografías. Como la traducción interesa de manera particular al poeta y fundador de los Institutos Cervantes de Cracovia y de Varsovia, el español Abel Murcia es el último en tomar la palabra para apuntar que Pacheco ha estado siempre en las conversaciones con su gran amigo mexicano Gerardo Beltrán. “Hay poetas en cuya poesía uno, por así decirlo, se reconoce. Hay poesía que parece colarse por entre las fisuras del tiempo y del espacio para llegar, para volver a nosotros. Eso es lo que me ha sucedido con José Emilio Pacheco. Si la poesía, en palabras de él mismo, ‘es una forma de resistencia contra todo lo que nos oprime y amenaza’, su poesía lo es en modo extremo y libre de concesiones y pleitesías”.

ÁSS

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