Se acerca el fin de año. Es tiempo de hablar de las películas más importantes del año. Bardo (disponible en Netflix) produjo mucho ruido desde que se estrenó. Parece que es una de esas obras que amas u odias y ha encontrado a entusiastas y detractores por igual.
Bardo es probablemente la película mexicana más importante del año por dos cosas. Primero, consiguió poner en escena los amores y fobias de todo un pueblo; el resentimiento ante la invasión de Estados Unidos que redundó en la pérdida de la mitad del territorio, el trauma perenne de la Conquista y, a nivel más personal, la proverbial envidia del mexicano. Y aunque yo no comparto las opiniones de Alejandro González Iñárritu (me parecen mentiras que se han repetido hasta que se creen) admiro en Bardo el valor de llevarlas a escena.
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Tarkovski, Malick y Fellini también hacen suya la historia de sus países y la entrelazan con su historia personal. Así, Bardo entreteje las penurias mexicanas con el sufrimiento de su autor. ¿Sufrimiento? Sin duda. Una de las críticas más absurdas contra Bardo consiste en negarle al director su golpe de pecho aduciendo que es un burgués que no tiene nada de qué quejarse. Pero el sufrimiento, lo dicen los místicos, es una forma de comunicación con la otredad. Si solo los sabios pudiesen comunicarse con el Espíritu que habita el cosmos, pocos podrían conocerlo. El sufrimiento, en cambio, es universal. Sufren pobres y ricos, sabios y tontos. El sufrimiento es la vía real para hablar de lo que verdaderamente importa: el más allá.
Así que, si el protagonista de Bardo sufre porque le dicen prieto, porque los críticos no lo comprenden o porque su hijo se resiste a hablar español, ¿quién es uno para atacarlo? De pronto hasta parece que estamos viendo la adaptación a nuestra década de Un día sin mexicanos, de Sergio Arau, pero con una imagen impecable. Y así pasan casi dos horas de esta película. Sin sentir aburrimiento. Parece que ha llegado el momento para reconciliarnos con su creador. Como cuando Reygadas dirigió en 2018 Our Time y tuvo el valor de retratarse ególatra y millonario, pero eso sí, metido en problemas existenciales. O cuando Sofia Coppola nos espetó la triste historia de una chica rica y famosa que soporta mal su soledad paseando por Tokio. Ambas son extraordinarias películas.
Pero ¿qué sucede con Bardo? ¿Por qué se desploma? El famoso, exitoso y atribulado director de documentales, Silverio llega a Estados Unidos y, durante una secuencia que en realidad resulta muy vergonzosa para su autor, le exige al guardia fronterizo que reconozca que Estados Unidos es su casa. Todo lo que sucede en torno a este hombre moreno, apocado y resentido (el guardia) recuerda uno de esos videos virales que suben a la red los involucrados creyendo que denuncian una injusticia cuando en realidad se están denunciando a sí mismos. Con la secuencia de Silverio en el aeropuerto de Los Ángeles se desploma el velo de ficción y es fácil imaginar a González Iñárritu humillando a un hombre moreno porque no lo reconoce y a su familia gritando a un empleado que “tiene cara de mexicano” y que debe hablar español.
Entonces, en aras de la verosimilitud, la película retrata a su autor no como un místico que busca respuestas existenciales sino como un hombre cruel. Esta es la segunda razón para pensar que Bardo es lo más importante que ha sucedido al cine mexicano en 2022, porque expone, sin quererlo, la crueldad y el racismo que vivimos los mexicanos aquí y en Estados Unidos.
Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades
Alejandro González Iñárritu | México | 2022
AQ