Beatriz Espejo: “Sueño con escribir una gran novela”

Entrevista

La escritora veracruzana, autora de libros como ¿Dónde estás corazón?, repasa su historia, habla de sus maestros, de sus obras y sus amores, el más grande Emmanuel Carballo (1929-2014), con quien estuvo casada cuarenta años.

Beatriz Espejo: "Los escritores somos unos mentirosos que salpimentamos la realidad". (Foto: Nelly Salas | MILENIO)
Carlos Landeros
Ciudad de México /

El currículum de Beatriz Espejo es impresionante: nació en el puerto de Veracruz en 1939. Desde muy joven comenzó a escribir y publicar. Es maestra y doctora en Letras Hispánicas, fundó y dirigió la revista El Rehilete (1961-1971) y su primera colección de textos breves, La otra hermana (1958), fue el primer volumen de los Cuadernos de unicornio que editaba Juan José Arreola. También es autora, entre otros libros, de Muros de azogue (1979), El cantar del pecador (1993), Antología personal (1996), De comer, coser y cantar (1997), Cuentos reunidos (2002) y ¿Dónde estás corazón? (2014).

Beatriz Espejo ha sido becaria del Centro Mexicano de Escritores y de El Colegio de México y ha obtenido distinciones como el Premio Nacional de Periodismo (1984), Premio Nacional Colima de Narrativa (1993) y Premio Nacional del Cuento (1996).

Beatriz y yo nos reunimos una tarde de abril en el estudio de mi departamento, desde donde se ve el hermoso Castillo de Chapultepec, el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el impresionante entorno de la ciudad que aprisiona al legendario bosque de Chapultepec.

Así, entre recuerdos, se fue desgranando nuestra plática. Hablamos de diferentes temas, de sus escritoras favoritas, entre las que descuellan Elena Garro, Katherine Anne Porter, Katherine Mansfield y Marguerite Yourcenar, así como de los grandes mitos literarios y luego, nostálgicamente, comenzó a recordar sus inicios.

“Hace ya muchos, muchos años que el señor Carcho Peralta, dueño del Hotel Regis, en donde se encontraba El Capri, el cabaret más exclusivo de su época, me preguntó si quería ser la estrella de ese lugar. Le dije que sí, pero como era menor de edad, mis padres, con sutileza, dejaron de pagar mis clases de baile flamenco con Óscar Tarriba y me propusieron volver a mi primera inclinación que era ser escritora. Esto te lo cuento porque ya en la Facultad de Filosofía, estaba en la biblioteca leyendo algún texto. ¿Te acuerdas que se encontraba en un pasillo?, y en eso un señor muy hermoso, parecido a uno de los héroes de nuestra Independencia, Ignacio Allende, sin patillas, me preguntó: “¿Eres bailarina?”, le dije que sí pero que también escribía poemas, seguramente horrorosos; me dijo: “Me gustaría verlos”. Así fui a su oficina para leérselos, con la falta de autocrítica de mis diecisiete años. Ese señor era nada menos que Don Pablo González Casanova quien hace poco cumplió 100 años y ha sido una persona absolutamente benéfica para la cultura de este país. La vida me ha favorecido porque conocí a Juan José Arreola, que fue un maestro espléndido, a Rubén Bonifaz Nuño, quien se convirtió en mi mejor amigo durante años… y así, he conocido a personas cultas y refinadas como tú”.

—Pasando a otra cosa, ¿te gustaría escribir un cuento totalmente realista?

Los escritores partimos de la realidad; pero somos unos mentirosos que salpimentamos la realidad porque ningún cuento se apega totalmente a lo vivido; sin embargo, tengo uno que si está dentro de ese rubro, se titula “El monograma de oro”. En él narro mi adolescencia, hablo de mis compañeras de clase, de mis afanes estudiantiles de preparatoria y del primer novio que tuve, se llamaba Cabalán Macari y me fue a pedir matrimonio a los 16 años —él tenía 17. Mi papá no accedió, dijo que eso no era una boda, sino un infanticidio.

—Lo que estás afirmando es en cierta forma lo que decía Ernest Hemingway en el sentido que él solo podía escribir de lo que había vivido.

Creo que debes escribir de lo que conoces muy bien o investigas a fondo, como en el caso de mi cuento “El poeta y el bandido”, el de “Marilyn Monroe” u otro titulado “Poema de amor y odio” sobre Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, que de paso alude a tu siempre admirada Elena Garro.

—En el de “Marilyn Monroe”, me quedé con varias preguntas que hacerte. ¿Realmente la entrevistaste?

No, leí algunas biografías suyas y la imaginé sin sus galas y en la intimidad. Conocí a su marido, el pesado de Arthur Miller, y en una ocasión le serví de interprete porque yo en ese tiempo hablaba muy bien el inglés, entonces Miller me utilizó. Era un hombre muy pedante, ni siquiera me dio las gracias; en cambio me puso como condición que la prensa no le preguntara nada sobre Marilyn Monroe. (lo cual resultaba comprensible), y se limitara a sondear la concepción de sus obras dramáticas, que por cierto son muy buenas.

—Volvamos al caso de Marilyn: al terminarlo me pregunté, ¿por qué escogiste solo el lado negativo del personaje?

Porque resultaba muy impresionante su vida cotidiana y ello quedó registrado en varios textos que intentan entenderla. Tardaba hasta ocho horas en transformarse en su personaje, se cuenta que le cerraban el traje ya puesto y un maquillista experto se encargaba de diseñarla. Esto, claro, sin olvidar que era absolutamente cautivadora, graciosa y talentosísima; pero también una mujer completamente difícil y enferma.

—Beatriz, pienso que Marilyn es un símbolo sexual y una comediante deliciosa; su recuerdo sigue vivo y se convirtió en mito.

Recuerda que a pesar de haber crecido sin conocer a su padre y que su madre estaba internada en un hospital psiquiátrico, supo superarse y aun siendo una reconocida actriz asistía a la escuela por las noches y ya de estrella nunca dejó de asistir al Actor’s Studio de Lee Strasberg en Nueva York.

—Como algunos mitos murió joven, a los 36 años, algo similar ocurrió en nuestro país con Pedro Infante (39) quien es el mito más grande del cine mexicano.

Sí, estoy de acuerdo en que los mitos mueren jóvenes casi siempre, como el mismo López Velarde que murió a los 33 años, y todo el mundo lo lamenta porque estaba en la cumbre de su talento; pero te voy a contar una inquietud que me planteé el otro día: tuve que presentarlo en una conferencia sobre mi primera tesis profesional. Enfoca su vida y su obra y se titula Entre vírgenes y hetairas porque acuérdate que López Velarde adoraba a las vírgenes, pero buscaba mucho a las prostitutas y además, según uno de sus poemas, estaba contagiado de algún mal venéreo.

—¿De sífilis?

Puede ser. En cualquier caso, algo muy grave. Porque a los 33 años dice: “Señor Dios mío, no vayas a desfigurar mi pobre cuerpo pasajero más que la espuma de la mar”. A los 33 años, ¿tú pensabas en la muerte, Carlos, en esa forma? Claro que no, ni yo tampoco. Entonces algo le pasaba y he llegado a la conclusión leyendo de nuevo toda su notable poesía, que realmente López Velarde murió en el momento preciso porque ya lo demás hubiera sido quizás repetición de su misma temática.

—Quién sabe, porque mira, Beatriz, ¿qué habría pasado si Picasso hubiera muerto joven? O cualquiera de los genios que duraron muchos años.

Tal vez tengas razón. Sería una gran interrogante que podría contradecirse porque López Velarde, un poco antes de morir, escribió “La suave patria”, celebrando el aniversario de nuestra Independencia y probablemente influido por Leopoldo Lugones que hizo “Odas seculares” con el mismo propósito en Argentina.

—Cambiando de tercio, “como en los toros”, Beatriz, como escritora, ¿qué te han enseñado los años?

A no aspirar a la obra maestra, sin embargo, en el fondo de mi corazón siempre sueño en escribir una gran novela, o un gran texto, aunque me conformo con regar unas cuantas flores y a pesar de mis anhelos sigo escribiendo.

—El amor, el desamor, el engaño, el desengaño como tales intervienen en tus cuentos siempre: ¿dime si me equivoco? ¿Y, por otra parte, qué piensas del movimiento feminista?

Bueno, te contesto dos cosas. No soy una feminista violenta; pero si te pones a ver mi trayectoria, he hecho mucho más por las mujeres que las que destruyen monumentos históricos en diferentes partes de la República. A los veinte años lancé con otras escritoras una revista, El Rehilete, con un directorio femenino y a base de antologías (que por cierto tuvieron mucho éxito) publiqué numerosos textos escritos por mujeres. Yo no creo en la destrucción sino en la construcción; pero sí creo en protestar contra las violaciones, los feminicidios, el machismo y todos esos horrores. En eso sí estoy completamente de acuerdo.

—Si, comulgo contigo básicamente, pero, ¿cómo puedes romper el binomio entre la mujer y el hombre porque sin uno ni otro no existiría la familia?

Exactamente.

—Es un binomio indisoluble.

Así es, así lo suscribo. Por otro lado, he tenido grandes amores, siempre tuve grandes pasiones, primero mi padre al que adoré, mi hermano con el que me llevo admirablemente bien, mi hijo a quien amo entrañablemente. Mis amigos cercanos. Además, en otro aspecto de mi vida tuve dos grandes amores, mis dos maridos. El primero ejemplificó una pasión tormentosa y, curiosamente espléndida; el segundo me proporcionó la felicidad cotidiana, apoyó mi quehacer literario y me llevó a admirar el suyo.

—¿Quién fue el primero?

Se llamaba Marcos Wanless. No lo conociste porque duró muy poco. Fue más largo el noviazgo que el matrimonio; sin embargo, la relación fue una pasión verdaderamente brutal que de alguna manera todos deberíamos vivir.

—Qué maravilla haberla vivido.

Sí, una maravilla. Por eso nunca le he guardado rencor. Al contrario, agradezco haberlo conocido. Tal vez él no pensaba lo mismo.

—¿Todavía vive?

No, murió hace tres años.

—Dices que fue muy breve esa pasión.

Duró menos de un año; la terminé un día cuando me di cuenta que no íbamos a ningún lado, los dos éramos muy vanidosos, jóvenes y tontos.

—Y muy cachondos, además dicen que cuando la pasión termina lo único que queda son las cenizas las cuales únicamente sirven para que te las pongan una crucecita en la frente él miércoles de ceniza.

Y el otro fue el amor de mi vida.

—¿Quién?

Emmanuel Carballo.

—¿Cuántos años duraste casada con él?

Casi cuarenta.

—¿Fuiste una mujer infiel o no?

Fui una mujer fiel. No sé si él lo fue. La verdad es que hacíamos muchos viajes solos a dar conferencias o cursos en el extranjero.

—Por eso duraron tanto.

Pero fíjate, Carlos, que nos respetamos uno al otro, lo cual no implica que no hayamos cometido errores.

—Es decir, se daban su aire…

Nos dábamos nuestro aire, pero además nos divertíamos mucho juntos, viajábamos constantemente. En la India nos casamos por segunda vez, creo que fue una de las épocas más felices de nuestra vida matrimonial, tuvimos un hijo en común, ya te lo he dicho, Francisco. Él tuvo tres en su primer matrimonio y en lo único que me falló fue en que no quiso tener un segundo conmigo por más que insistí. Después me ocupé de mi tesis de doctorado titulada Julio Torri, voyerista desencantado. Ese libro motivó cuarenta y seis notas en periódicos y revistas, mención honorífica y lo reeditó la UNAM varias veces. Es un libro muy divertido. Me recibí de doctora muy joven y me dieron siete mils pesos por eso durante siete años, hasta que surgió otra doctora con las mismas características. Este sobresueldo lo recibí sin descontarlo de mi salario. Antes de que terminemos nuestra plática, Carlos, te quiero confesar una cosa que nunca le he contado a nadie: ahora que ya me encuentro al final del sendero de mí ya larga, larga vida, tengo miedo de morir sola.

—Y yo también, le respondí.

AQ

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