Alexandr Bogdánov (1873-1928) es uno de esos personajes fáusticos que emergen en las grandes revoluciones. El médico y psiquiatra bielorruso participó en Naródnaya Volia (Voluntad del pueblo) y cayó prisionero antes de integrarse a la fracción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) en 1903. Tras el fracaso de la Revolución de 1905, Bogdánov disputó a Lenin el liderazgo partidario hasta su expulsión de la fracción. Como parte de esta confrontación política, Lenin dedicó su Materialismo y empiriocriticismo (1909) a refutar las tesis filosóficas de Bogdánov, quien concilió los hallazgos de la física moderna con el marxismo en Empiriomonismo (1904-1906) y escribió las novelas futuristas Estrella roja (1908) y El ingeniero Menni (1913), secuela de la anterior.
Alejado de la militancia partidaria, el también economista y escritor residió en Francia antes de la guerra en donde avanzó el análisis comparativo del poderío económico y militar de las naciones europeas desde la innovadora perspectiva de la Teoría de los Sistemas (tectología, la llamaría). En los veinte, el artífice de la Proletkult aventuró la teoría del “colectivismo fisiológico”, basada en la experiencia empírica, y exploró la hipótesis las sucesivas transfusiones sanguíneas podrían aumentar las expectativas de vida, además de transferir saberes y sentimientos de unas personas a otras, superando de esta manera las limitaciones de la individualidad a fin de unir al pueblo en una camaradería colectiva. Bogdánov consideraba “que la sangre de un individuo sigue viviendo en el organismo del otro, mezclándose con su sangre y renovando en profundidad todos sus tejidos”, consideración obliterada por los científicos en el capitalismo y atribuible al acendrado individualismo. El médico y psiquiatra bielorruso, quien se sometió a una docena de transfusiones (la última fatal), logró que Stalin cediera un edificio para instalar en 1926 el Instituto de Hematología y Transfusiones Sanguíneas dirigido por el mismo Bogdánov.
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Estrella roja (1908) y El ingeniero Menni (1913) aventuran una utopía en Marte. Los habitantes del planeta rojo han alcanzado el socialismo y poseen sobradas capacidades técnicas y conocimiento científico, pero tienen un déficit de elementos radioactivos que les permita desarrollar a mayor escala los viajes espaciales. Para ello, la colonización de Venus y de la Tierra, incluida una migración masiva al planeta azul dada la creciente sobrepoblación de Marte, resultaban indispensables. Habitada esta última y en un conflicto perpetuo, era necesario establecer un puente entre las sociedades marciana y terrícola. Quienes llevaron a Leonid al planeta rojo justificaron su selección por las capacidades intelectuales, las condiciones físicas y “el menor individualismo posible” del joven revolucionario. Para asimilar el paso de una sociedad “salvajemente fragmentada por una perpetua lucha intestina [la terrícola], a las condiciones de nuestra sociedad organizada de modo socialista”, requerían de un “hombre peculiar” dotado de un “temple especialmente propicio” que además fuera representante del “socialismo científico revolucionario”, pues “todas las otras concepciones del mundo están demasiado atrasadas con respecto a nuestro mundo”. Por eso “usted está aquí”, explicaron al inopinado viajero sideral quien llegará a convertirse en traductor dentro de la unidad espacial habilitada para diseminar la “Nueva Cultura sobre la Tierra”.
Si bien la historia marciana era similar a la terrícola, pasando por los estadios tribal, feudal y capitalista “hasta llegar al triunfo de los trabajadores”, aquélla no conoció la esclavitud ni tampoco el militarismo medieval, mientras que su capitalismo creo las condiciones para la unificación política de las tribus y pueblos, además de cobrar un elevado impuesto a los terratenientes para solventar la construcción de los fabulosos canales de Marte, admirados a la distancia por los terrícolas, obra del ingeniero Menni, director del Gran Plan, que concitó un fuerte conflicto laboral y la disputa por el poder dentro de una burocracia corrupta. Debilitada la clase terrateniente, se nacionalizó la tierra. Entretanto, la conciencia de clase alcanzada por el proletariado permitió “introducir el orden y la armonía en su colaboración” fundiéndose “en un único e inteligente organismo”. Y las huelgas obreras forzaron la socialización de las herramientas sin prácticamente recurrir a la violencia.
Dados el desarrollo tecnológico del socialismo marciano, que permitía la programación, y la disposición de la población a las actividades colaborativas, la productividad del trabajo posibilitó reducir considerablemente la jornada laboral, ello sin prohibir trabajar más tiempo a quienes así lo desearan. Las condiciones económicas óptimas gestionadas por el socialismo dieron sustento a la libertad de todos y cada una sin limitar “los sentimientos y las relaciones personales”. Quedaban por delante todavía dos tareas esenciales: transmitir el legado del socialismo marciano a otros planetas y sistemas estelares y elaborar la Ciencia Universal que permitiría de manera sencilla y ordenada ofrecería las pautas para “la construcción de la vida social en general”.
AQ