La sobreinformación y la inmediatez han hecho de nuestra era un camino a la desmemoria. La lectura de enciclopedias y diccionarios ha quedado cercada por el imperio del clic y los motores de búsqueda. Por eso, sin nostalgia por tiempos pasados, perseguimos el gozo de regresar a esos autores memoriosos que invitaban a leer desde la pausa y la cautela. No se trata de elogiar el padecimiento de Funes, como quien no admite que vivir es muriendo y que ya somos el olvido que seremos. Se trata, más bien, de tener siempre presentes a los personajes de Fahrenheit 451 que memorizan libros completos y para preservar su identidad y su libertad se convierten en ellos.
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Inventarios, enciclopedias y laberintos
Emir Rodríguez Monegal, biógrafo y estudioso de Borges, descubrió que el argentino había aprendido el placer de la lectura recorriendo el laberinto de entradas de la Encyclopedia Britannica, en una edición de 1911. Borges tiene entonces doce años. No sabe que será Borges. Sin embargo, el laberinto de esas entradas —nos recuerda José Emilio Pacheco en Jorge Luis Borges (conferencias e inventarios ahora reeditados por Era y publicados por primera vez en 1999)— será clave en su obra; analogía del universo y de la vida misma, cuyas puertas de entrada y salida son las fechas de nuestro nacimiento y nuestra muerte; reino de lo inexplicable donde la única brújula es otro laberinto, “el laberinto de los libros, la biblioteca que por definición no agotaremos nunca. […] En el centro de ese laberinto hay otro: la enciclopedia, el libro de libros, que sería la traducción exacta de la palabra ‘biblia’ ”.
Lector como Borges de diccionarios y enciclopedias, José Emilio Pacheco suma un volumen más a su amplio Inventario, un libro de libros, compendio de saberes de nuestra época donde el erudito, es decir el memorioso, estudia sin cesar contra el oleaje del tiempo (“Toda una vida dedicada a la lectura no alcanza sino para leer a lo sumo unos cuatro mil [libros] y cada año se publican más de medio millón de nuevos títulos”), apunta, copia, cita, recopila y va creando una enorme red enciclopédica cuyo hilo de Ariadna sólo puede ser un índice onomástico. Acaso en el futuro los átomos fatales repetirán un Borges de doce años que encuentre su vocación en las entradas universales de Inventario.
Crear al precursor
“Todo gran escritor crea a sus precursores”, afirma Borges al referirse a Kafka. José Emilio Pacheco se sirve de la afirmación para entregarnos dos afinidades tan alejadas como asombrosas: la primera es con fray Antonio de Guevara, “secretario de Carlos V y autor del Libro áureo del emperador Marco Aurelio, lleno de citas falsas, erudición paródica, autores imaginarios, personajes fabulosos, anécdotas apócrifas”. La segunda es con las “nivolas de Unamuno y las antinovelas de Azorín [que] resultan el primer alejamiento formal de los modos de representación postulados por el naturalismo” a inicios del siglo XX.
Pero más allá de estas afinidades, Pacheco también crea en Borges a un precursor. En él se refleja y en él se lee. A partir de Borges construye lo que se convertirá en su poética inexpugnable: su constante visión de la literatura como un gran tejido de intercambios, diálogos, apropiaciones, plagios voluntarios o indeseados y deudas con sus precursores. (Un fenómeno mundial del posmodernismo que los académicos llamarán más tarde intertextualidad, culturalismo, resultado de la “muerte del autor”, de la desaparición del artista como creador original.) Y esa poética —que Mary Docter llamó “poética de la reciprocidad” y nosotros hemos llamado “poética del inventario” porque se extiende, se alimenta y se entrelaza con todos los ámbitos del periodismo literario de Pacheco— proviene también del encuentro de Borges con Reyes y Henríquez Ureña. Si Reyes afirmaba que “nada puede sernos ajeno, sino lo que ignoramos”, la apropiación cultural debía ser la seña moderna para entrar al banquete al que no fuimos invitados. Para Pacheco, Borges logró realizar la utopía de América con que soñaba Ureña, “única alternativa contra la barbarie”, “conciliación de lo autóctono y lo universal”, liberación del hombre por medio de la literatura, “vuelo hacia la libertad” para sobrevolar, aun de forma ilusoria, el laberinto.
La daga de las noticias
José Emilio Pacheco encontró un gran precursor en la prosa de Alfonso Reyes y en el periodismo literario que ejerció en Madrid a partir de 1915. En Borges también encuentra una lección estilística y un modelo de trabajo cuyo origen son los modernistas. Además de poemas, cuentos, reseñas y notas, Borges publicó innumerables traducciones en la prensa (por ejemplo, dos de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob en la Revista Multicolor, una labor de difusión que continuó de 1930 a 1970 en Sur). Lo mismo hizo Pacheco desde joven y durante cuatro décadas en Proceso. Ambos encontraron en el periodismo un taller creativo; ahí fue donde Borges atrevió los primeros cuentos que son ensayos o ensayos que se vuelven cuentos y donde Pacheco publicaba sus primeras versiones propias o ajenas, sus homenajes y pastiches. Además, el mexicano descubre un aporte más agudo al estudiar “Setenta años de poesía” de Borges (en el libro ahora reeditado por Era).
En Fervor de Buenos Aires (1923), Borges ya trae a las orillas de la lengua española las adquisiciones coloquiales y conversadas de la poesía estadunidense moderna. Pero le agrega a los héroes y personajes locales y populares de la calle, “lo mismo sus ancestros militares que los cuchilleros del barrio”. De modo que “la espada de la épica se ha convertido en la daga de las noticias policiales. Borges quiere elevar esta sordidez a una altura mítica”. Como la fealdad y la belleza transitoria que permitieron a Baudelaire fundar la modernidad es inseparable de su lectura diaria de periódicos y notas rojas, la renovación literaria de Borges es inseparable del periodismo. Pacheco es consciente de esto y sabe seguir el camino de un periodismo creativo, enciclopédico y directo.
Si Borges es una literatura, José Emilio Pacheco en su justa medida lo es también, al haber abarcado todos los géneros y al haberlos sintetizado en Inventario, la otra enciclopedia, con absoluta honestidad y concisión. Aún no vemos dónde termina el laberinto de su influencia.
ÁSS