En 1993 se publicó el mejor álbum del grupo español Héroes del Silencio: El espíritu del vino, con canciones como “Nuestros nombres”, “La sirena varada” y “El camino del exceso”, escritas por el también vocalista de la banda Enrique Bunbury. La tercera de ellas —obvia referencia a William Blake— dice: “Un huracán de palabras en la ronda a tabernas, / Orfeón cotidiano, entóname tu plan. / Salpica la sangre, de espuela enloquece. / Si no hay paraíso, ¿dónde revientas?”.
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Treinta años después, terminada la aventura de Héroes del Silencio y con una exitosa carrera en solitario, sin dejar nunca su faceta de compositor, Bunbury ha cobrado carta de naturalización como poeta. En 2021, en plena pandemia de covid-19, publicó Exilio Topanga en La Bella Varsovia y este 2023, en Editorial Cántico, sorprende con MicroDosis, poemario prologado por el valenciano Vicente Gallego que —sintetiza la contraportada— “es un diario escrito durante los dos últimos dos años en el que Enrique Bunbury decide experimentar en su conciencia la ingesta de microdosis de psilocibina”. Es decir, el libro es una exploración de la mente y los sentidos emprendida por un artista que busca ensanchar sus horizontes y combatir los demonios de la depresión.
En el prólogo, Gallego escribe: “Este es el libro de un loco infinito, de un espíritu libre”. Y más adelante: “Se atreve Bunbury a confesar que se halla en tratos fértiles con lo que en otro sitio he llamado ‘los profetas vegetales’, en concreto los hongos psilocibios, hijos pródigos de María Sabina”. Gallego hace una defensa de la decisión de los individuos de explorar los hongos —y cualquier otra sustancia— como vía de conocimiento y placer, como han hecho tantos creadores con distintos estimulantes a lo largo de la historia.
El libro, dividido en 11 capítulos y un epílogo, es un ajuste de cuentas con la realidad y el sistema. En el poema “Emperador”, cita a los hermanos Rafael y Raimundo Amador, de Pata Negra, diciendo: “todo lo que me gusta es ilegal”, para luego hablar de su consumo de psilocibina: “La que tomo diaria / es una dosis baja, / dentro del rango. / Hoy me decido por un consumo doble. Solo para leer Roma, el poemario último de Manuel Vilas”. En “El asesinato de Lana Clarkson” pregona: “La música y el arte son sagrados. / Los artistas seres de luz / que debemos cuidar/ y perdonar cuando se equivocan, / que no suele ser tanto”.
En el poema que cierra el libro, que es luminoso y crítico, espontáneo y reflexivo, Bunbury se pregunta: “¿De dónde viene la inspiración? / ¿Por qué la perseguimos y es tan escasa? / ¿Dónde está la fuente de la que mana? / Y, ¿por qué no abunda / como los huevos de las hormigas o las moscas? / Y, moscas, ¿no hay demasiadas? / Entiendo lo del equilibrio de la Naturaleza y todo eso / pero ¿no hay demasiadas moscas?”
Con este libro, escribe Gallego, Bunbury ha salido de su recogimiento lisérgico “para tocar una más, una larga canción, esta vez sin guitarras, bajos ni baterías, solamente con una cerilla encendida entre los dedos, y no para acompañar una balada, (sino para salir a buscar) a ese espíritu libre que no encontró Diógenes —el pinche perro— con su linterna”. Un espíritu libre como lo es el propio autor de “Maldito duende”, esa canción de 1990 en la que canta: “He oído que la noche / Es toda magia / Y que un duende te invita a soñar”.
AQ