Camarón de la Isla: la leyenda en el museo

Música

El municipio San Fernando de Cádiz acaba de inaugurar un recinto que se convertirá en punto de peregrinaje para los seguidores del cantaor flamenco y llevará su música a las siguientes generaciones.

El Centro de Interpretación Camarón de La Isla fue inaugurado el pasado 2 de julio. (Foto: Centro de Interpretación Camarón de La Isla)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

Memphis es a Elvis Presley y Liverpool a The Beatles, como San Fernando de Cádiz es a Camarón de la Isla. Por eso, en este pueblo costero hacía falta un espacio para honrar al cantaor flamenco más grande de todos los tiempos y, de paso, acoger a su legión de admiradores. El sitio, construido al lado de la Venta de Vargas, donde su aventura musical comenzó, fue inaugurado el pasado 2 de julio y, a lo largo y ancho de mil 200 metros cuadrados, exhibe la vida y obra del artista.

San Fernando es, durante estos días, un horno. Suerte que tiene mar para poder refrescarse, pero la verdad es que el calor no cede ni durante la noche-madrugada. A mediodía, cuando la furia del sol está en su apogeo, las calles se vacían y los comercios cierran (para poder comer y echarse la siesta). Aquí se sigue diciendo buenas tardes hasta eso de las diez de la “noche” (así, entre comillas, porque a esa hora todavía hay luz natural) y, sobre esa hora, los lugareños y visitantes salen a tomar algo (con esta costumbre no hay pandemia que pueda). Entonces las terrazas se llenan de cervezas frías o de rebujito o de sangría, también de “flamenquito” y, claro, de la particular articulación y vocalización, gracia y arte que distingue al habla gaditana.

En Las Callejuelas, uno de los barrios más populares de este pueblo, nació José Monge Cruz. Dicen que fue un niño muy delgado, muy rubio y muy blanco, igual que los camarones, y que su familia y amigos no tuvieron más remedio que apodarlo camarón. Por la casa de los Monge, en la calle del Carmen, pasaban cantaores como Manolo Caracol o Antonio Mairena para saludar a la Juani, matriarca del hogar y cantaora gitana aficionada. Así que Camarón no pudo tener mejores maestros. Cuando se murió su padre, él tenía siete años y para ayudar a la economía familiar cantaba en algunas tabernas del pueblo. Luego se apuntó a varios concursos regionales de cante jondo y, claro, casi siempre ganaba. Avalado por esos triunfos, un día se atrevió a pedir que lo dejaran cantar en la Venta de Vargas, el bar-restaurante-tablao de gran solera flamenca de San Fernando. “Bueno, pero por la tarde, ¿vale? Que los menores de edad no pueden trabajar por la noche”, le dijeron, y Camarón no desaprovechó la oportunidad.

No tardaron en invitarlo a actuar en Madrid, en las mismísimas Cuevas de Torres Bermejas, uno de los tablaos capitalinos más importantes de la época. Ahí conoció al guitarrista Paco de Lucía, con quien luego grabaría sus primeros discos. Poco a poco su estilo fue dejando de ser ortodoxo y, a pesar las críticas de los puristas, Camarón se atrevió a experimentar con su voz, con los ritmos y con los instrumentos. En 1979, su disco La leyenda del tiempo supuso una revolución para todo el arte flamenco: al tradicional toque le añadió un poco de jazz y de rock, adaptó algunos poemas de Federico García Lorca y, después de una bronca con Paco de Lucía, comenzó a trabajar con Tomatito, el gran guitarrista de Almería. El disco fue recibido con cierto escepticismo, pero hoy se sabe que fue “muy moderno, adelantado a su tiempo y todo un parteaguas para el género flamenco”.

La fusión de músicas de La leyenda del tiempo le abrió a Camarón las puertas de varios países y, gracias a los halagos en el extranjero, en España se convirtió en un mito. Pero el éxito le llegó acompañado de un arsenal de cigarrillos (“unos 60 al día se fumaba el canijo”) y, para aguantar giras y noches maratónicas, también de generosas dosis de heroína y cocaína. Una vez iba conduciendo su coche a toda velocidad, chocó y la tragedia se saldó con dos personas muertas. No lo encarcelaron gracias a la astucia de sus abogados y a que carecía de antecedentes penales, pero la tristeza mermó para siempre su rostro de melena leonina. Después vino el cáncer de pulmón (“¡maldito tabaco!”) que ni unos reputados y costosísimos médicos gringos pudieron vencer. Le dio tiempo, sin embargo, de grabar un último disco, con el que se reconcilió con Paco de Lucía, sin excluir a Tomatito, y con su muerte se instauró la leyenda. Era 1992, “el año de España” (por los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo Universal de Sevilla) y, luego de un entierro multitudinario, mausoleo gigantesco incluido, canciones como “Soy gitano” o “Como el agua” se convirtieron en himnos populares.

Hoy la leyenda de Camarón cabe en un museo, donde se distribuyen sus fotos, su ropa, sus instrumentos, sus cuadernos y libros, sus discos, sus videos y hasta el coche con el que siempre soñó (y pudo comprarse): un Mercedes 300D blanco. Predominan los paneles interactivos con fragmentos de entrevistas o videoclips de sus grandes éxitos. El museo tiene, además, dos amplias salas para realizar conciertos y/o talleres. El resto del espacio está dividido en tres áreas: Origen, Leyenda y Revolución.

El origen es, cómo no, San Fernando de Cádiz: la infancia, la familia, las primeras influencias artísticas, la afición por el toreo, la guitarra y los equipos de sonido para escuchar todo lo que le interesaba y para hacer grabaciones rudimentarias. La leyenda se forja en Madrid, con las actuaciones en vivo, la grabación de los primeros discos y las apariciones en programas de televisión. La revolución comienza en la década de los 80 del siglo pasado, con los conciertos multitudinarios en España y las giras internacionales y termina en la recreación de la habitación donde Camarón pasó sus últimos días, acompañado por la Biblia, las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer y las Charlas en la prisión de Marcelino Camacho. Lo último que la vista recorre es una enorme vitrina repleta de premios y reconocimientos a la carrera artística del gran rockstar flamenco de voz desgarradora.


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