Caminito de la escuela

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En la historia abundan los casos de padres y abuelos ausentes en la vida familiar, pero que, en cambio, hicieron grandes cosas en la ciencia, política, artes y literatura, para la humanidad. ¿Existe una moraleja detrás de estas anécdotas?

Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura en 1982. (Foto: AP)
David Toscana
Ciudad de México /

Hace tiempo escribí sobre un documental de la nieta de Camilo José Cela. Se lamentaba de haber tenido tan mal abuelo. Decía: “Me hubiera gustado tener un abuelo que estuviera allí, que me contara cuentos, que me acompañara al cole”. Sin un mínimo de la facultad oratoria de Cela, comentó: “Al día de hoy me da pena, lo que pasa es que me da pena no haber vivido algo que sé que no habría podido vivir porque me da pena no haber visto la realidad del día a día…”. Y ya en el colmo de la simpleza: “Yo la figura de Cela que conocía era un poco la figura de… de… pos Nobel, ¿no? De las tonterías”.

También miré un documental sobre Michael Ventris, el hombre que en 1952 descifró el lineal B, la escritura que utilizaban los griegos micénicos. Los académicos trataron de menospreciarlo, pues no tenía estudios formales de arqueología ni filología: era un mero entusiasta que desde niño se había propuesto leer esos signos que tenían más de tres mil años en silencio.

A su hazaña se le consideró “uno de los grandes logros intelectuales del siglo veinte”, y con ella tendió un puente para comprender nuestro pasado. Sí, el nuestro. De paso dio ejemplo de cómo los grandes logros llegan con tenaz disciplina, esfuerzo de años, carácter y mucho estudio. La suya era una vida con un propósito, que acabó trágicamente en 1956.

En el documental aparece la hija con tono de lamentación y revancha. “Creo que fue un gran hombre, pero no era fácil vivir con él. No nos dedicaba mucho tiempo cuando éramos niños. Hay que decirlo. No me gustaba vivir en esa casa. No recuerdo que pasara mucho tiempo con nosotros. Lo admiraba, pero creo que no lo quería. Quizás eran celos porque él atraía toda la atención”.

La hija del filósofo francés Régis Debray publicó hace poco un libro en el que ajusta cuentas con sus padres “sobre todo por no haberle prestado la atención suficiente cuando niña, obligándola a buscar cariño en sus abuelos paternos y en amigos del entorno familiar”.

Me acordaba de tales cosas porque, no en las páginas de chismes, sino en la prensa cultural, se ventiló que García Márquez había tenido una hija en Cuba fue-ra del ma-tri-mo-nio y me topé con el encabezado de un artículo: “Treinta años de soledad para Indira y de indignidad eterna para García Márquez”. No lo leí, pero como si sí.

Puedo citar casos de más padres y abuelos que no llevaron a sus hijas o nietas al cole, y en cambio hicieron grandes cosas para la ciencia, historia, política, artes y literatura, para la humanidad; pero no sigo porque no me queda espacio.

Además, no sé si estas anécdotas tengan alguna moraleja. O quizás sí lo sé, pero prefiero no decirla.

AQ

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