Cancionero del Décimo Piso | Por José de la Colina

La mar en medio

Entre los años 50 y 60, en la Torre de la Rectoría de la UNAM, un grupo de jóvenes escritores tenía entre sus pasatiempos inventar canciones para ellos mismos y otros personajes de la literatura mexicana como Octavio Paz y Carlos Fuentes.

Panorámica de la Rectoría de la UNAM. (Foto: Héctor Téllez | MILENIO)
José de la Colina
Ciudad de México /

En la Hemeroteca Nacional, esta mañana de un revuelto y gris pero inlluvioso veintiocho de marzo de 1990, encuentro a Scarlet Kelly Alonso, norteamericana, veintitantos años, de sangre fifti fifti irlandesa y cubana, estudiante en Kansas University, en trance de tesis de “letras hispanas”, que había estado ya dos veces en mi casa a entrevistarme sobre mi generación literaria, e inmediatamente me reprocha algo que yo le había dicho, que cuando Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Carlos Valdés y yo, entonces meros escritores y amigos que no nos sabíamos futuramente catalogables en una Generación, trabajábamos en Difusión Cultural, décimo piso de la Torre de la Rectoría de la Ciudad Universitaria, veíamos desde allí los volcanes en mañanas aún trasparentes. Cómo es posible, me dice Scarlet (nombre que le puso su papá, enamorado del personaje de Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó), que vieran ustedes desde allí los volcanos, si este edificio no tiene ventanales, es ciego, solo tiene unas decoraciones biútiful en sus cuatro fachadas. Me doy cuenta de que ha confundido la torre rectoral con esta Biblioteca en la que estamos, y tal vez me ha sospechado como un impostor, tal vez hasta duda de que yo haya sido, siga siendo, amigo de aquellos entonces jóvenes escritores, García Ponce, Melo, Valdés, Segovia, Inés Arredondo, Batis, el teatrista Gurrola, que para ella, Scarlet, a fuerza de estudiarlos amorosa y aplicadamente, han adquirido una especie de aura mítica. Cuando esperamos el autobús que recorre el circuito universitario y lleva a la terminal del metro, yo, sospechando ya la sospecha de Scarlet, procuro darle algunas pruebas de mi frecuente trato de entonces con aquellos amigos, ya le enseñaré en casa fotografías y libros dedicados y hasta ¡cartas!, ¡cartas!, lo que más busca y codicia la muchacha: cartas llenas de circunstancias, anécdotas, chismes, confidencias, secretos profesionales y amateurs, la petite histoire de nuestra generación en resumen, y si petite histoire quiere, comenzaré, aquí mismo, en el vagón de cola del metro en que viajaremos hasta el centro de la ciudad para comer en la Hostería de Santo Domingo, pues ella está impaciente por conocer algo de la cocina mexicana, particularmente los chiles en nogada que tanto le he ensalzado, exaltado (y sí, lector gastrónomo, ya sé que no es temporada, pero en la Hostería de Santo Domingo, arreglándoselas no sé cómo, ofrecen todo el año ese plato sublime tanto para los ojos como para el paladar), comenzaré informándola de cierto folclor que habíamos hecho entre todos los congeneracionales en aquellos finales de los años cincuenta y principios de los sesenta en que trabajábamos en aquel piso diez, belvedere del campus universitario, del Pedregal y de, sí, los volcanos cuya vista aún no nos había sido robada por el smog que ha hecho de la Ciudad de México una Ciudad de Smógico.

Ese folclor del piso décimo que prometí darle por escrito a Scarlet después de canturréarselo casi al oído en el metro, incluye además de canciones una gran variedad de chistes, chismes, inocentes diatribas, aviesas alabanzas, noveletas tremebundas y farsas orales de las que éramos autores tanto como personajes, si bien la lista de estos últimos iba más allá de nuestro círculo y de nuestra Generación.

En la composición de las letras de canciones, no de la música, que ésta la tomábamos de dondequiera, intervinimos Melo, García Ponce, nuestra tabasqueña y veloz secretaria Alicia Pardo, buena voz, buena guitarra, nunca Valdés, sordo a la rima y al ritmo, y eventualmente el benjamín José Emilio Pacheco, y me parece que hasta el sabio Huberto Batis, aunque este último era menos frecuentador de nuestro alto piso porque trabajaba más a nivel de tierra, en la Imprenta Universitaria, donde su heroica erudición se afanaba, entre otras cosas, en corregir no sólo nuestras erratas sino además nuestros errores en los textos para la Revista de la Universidad, publicación entonces y por más de una década dirigida por el licenciado Jaime García Terrés, también director de Difusión Cultural. (Parte de esa época nuestra de la revista está contenida en los dos tomos y las dos mil y pico páginas de la antología Nuestra Década, UNAM, l964, que apenas cubre los años de l953 a l963.)

Estas son algunas de las canciones del piso décimo, desgraciadamente sin posible identificación de autor, pero en cambio con los datos de los patrones musicales sobre los cuales, como en palimpsesto, poníamos otras letras:


Tomás Segovia


y García Ponce,


ay ay, chiquitos,


qué lata dan


con su misterio


que resplandece,


con su Pavese


y su Thomas Mann.

Música de una canción de Cri Crí: “Gentil burrita de los prados.

Tomás y Juan, en efecto, nos predicaban la grandeza de los autores mencionados, a quienes Melo y yo, con la adhesión inmediata de Valdés, encontrábamos aburridos.)


José Emilio Pacheco


ya no escribas más versos


que los que te he leído


no podré olvidar


nunca jamás.

Música de “Cuando vuelva a tu lado / y esté solo contigo”)

La quinteta era pura broma sin veneno y quizá se refería al gusto de Pacheco por poemizar lo aciago y la catástrofe.


Fernando Benítez


es nuestro protector,


nuestro redentor


y guía nuestro es.


Que viva, que viva


Fernando Benítez.


¡Guerra, guerra,


contra Octavio Paz!

Con música del himno “La virgen María es nuestra protectora”

Algunos de nosotros, si no todos, y yo no con frecuencia, colaborábamos en México en la Cultura, el suplemento dominical de Novedades que dirigía Fernando Benítez.


Jaime García Terrés,


de Difusión Cultural,


allí plantó los dos pies


con humareda inmortal.

Con música de “Tuyo es mi corazón”.

Supongo que aquí se aludía a la perpetua pipa en boca del director de Difusión Cultural y de la Revista de la Universidad.


Gastón


García


Cantú,


En México se piensa mucho en tú,


y vas a ver


lo que es cultura fina


y armar la degollina


cuando llegue Octavio Paz,


¡tran trán!

Con música del chotís “Madrid”.

El licenciado Gastón García Cantú ya por entonces era defensor de algunas ideas nacionalistas sobre la cultura precisamente nacional, a las que se consideraba opuestas al cosmopolitismo atribuido a Octavio Paz. La ironía del azar, o del destino o de la historia quiso que quien armara la degollina fuese dicho licenciado, que nos despediría de Difusión Cultural. Espero que hayamos aprendido la lección.


Buenas corrientes


son Carlos Fuentes,


las que dimanan


de Octavio Paz.

Con música de “Hermosas fuentes son las corrientes”.

Se decía en los medios culturales de México que en su novela La región más transparente Carlos Fuentes ilustraba algunas ideas de Octavio Paz.


Juan Vicente Melo,


escribe mejor,


Juan Vicente Melo,


o no escribas más.


A Colina deja de plagiar


y a Pacheco comienza a imitar.


¡Juan Vicente!

Con música de un jingle de la Coca Cola.

Melo había declarado varias veces que yo influía en la escritura de sus cuentos. Quizá el consejo de imitar a Pacheco sea una invitación a la parquedad prosísitica.


José de la Colina,


sediento como un briago,


en cuya oscura prosa


un día me perdí,


ay, me perdí.

Aunque ni mucho menos era yo el bebedor más abundante ni quizá el prosista más críptico entre mis amigos, éstos consideraban que mis ebriedades alcanzaban dimensiones épicas y las frases de mis textos se alargaban y ondulaban demasiado.


A dónde vas,


Octavio Paz,


con el surrealismo


colgando hasta atrás.


Anoche estaba yo solo


leyendo todo


tu gran poema


y a mí


me dije solito


ay que me quema


ay que me quema.

Con música de la canción de Cri Crí “A dónde vas, Conejo Blas”.

Paz ha sido uno de los poetas de habla española más relacionados con el surrealismo, y es autor de un poema titulado La estación ardiente.


¡Rubén!


¡Salazar!


¡Mallén!


¡Que te agarra,


que te come


el comején!

Con música de una conga no identificada.

Esta conga —juro que no la compuse yo— que en principio es cruel porque se decía que su protagonista cojeaba con muy buen ritmo tropical, fue bailada por el aludido, con gracia y un estoico sentido del humor. Espero también que hayamos aprendido la lección.


Huberto Batis,


nuestro corrector,


con las muchachas


galán seductor,


no llega a tiempo,


nos dice el Rector,


por lujurioso


y ciego lector.

Con música de “The lady is a tramp”.

He aquí una típica forma de difamación de aquellas de las que solo son capaces los amigos. Algunos le envidiábamos a Huberto su más que considerable buen éxito con las muchachas; y, por otra parte, no se sabe que haya sido impuntual en su horario de trabajo en la Imprenta Universitaria.

​ÁSS

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