Carlos Jaurena, El Sindicato del Terror y otras historias

Entrevista

Con tres décadas de trayectoria, el artista visual rememora los años de actividad de ese grupo contracultural que cimbró el arte mexicano en el ocaso de los ochenta.

Carlos Jaurena, en 1994. (Foto: Teresa Margolles vía Facebook)
'Los nuevos exploradores'. Acrílico sobre tela, 2001. (Cortesía del artista)
Dabi Xavier
Ciudad de México /

Entre 1988 y 1989 Carlos Jaurena (Ciudad de México, 1964) participó en más de veinte performances con el grupo del Sindicato del Terror. En 1989 tuvo su primera exposición individual: Pinturas y ensamblajes, en el Salón de los Aztecas y presentó los perfomances Jamás lánguido, en la Academia de San Carlos, A cada instante en el Bar 9 y Mi papá me pega en el Polifurum Cultural Siqueiros… Son treinta años de trayectoria que no pueden pasarse por alto, de una historia que aquí Jaurena cuenta en primera persona.

El performance

Cuando estudié en la Escuela de Iniciación Artística número 4 del INBA, todos los maestros que tuve me educaron para ser un artista plástico, de academia: saber dibujar bien, saber combinar los colores, saber preparar las telas; lo mismo puedo decir del grabado y la escultura, y de la historia del arte.

En la escuela conocí a Roberto Escobar, quien para entonces ya se había salido de ese molde académico y experimentaba con otras posibilidades de expresión, como el performance. Fue fundador de El Sindicato del Terror y estuvo con Violeta y Salvador Parra. Para eso, en esa época me fui a vivir a Cancún dos años. A mi regreso, me comuniqué con Escobar para ponerme al día y me comentó que estaba haciendo performance —fue la primera vez que escuché esa palabra—. Al ir a las juntas en su casa en la colonia Lindavista, ahí vi que había reclutado a mucha gente, como a Claudio Contreras Pache, a Carlos Salom, Eric del Castillo, a Miguel Álvarez el Dode. Llegué yo y me sumé a ese grupo.

El Sindicato del Terror tuvo su fuerza. Como sea, los miembros que pasaron por ahí se sienten contentos de pertenecer, pero de algo tenían que vivir y de ahí fueron saliendo. Casi quedamos solos Roberto Escobar y yo. Empezamos a reclutar a nueva gente y entraron Félix María Félix, Bertha Romero, Iván Arévalo y Justino Balderas, que luego formó un grupo que lo llamó Café de Nadie con música de rock.

En esa época nos proponíamos expresar un desencanto generacional en el que habíamos vivido por muchos años bajo el gobierno priista. En nuestra expresión artística estábamos en contra de los temas tradicionales del arte y nos vinculamos hacia los temas como la muerte, las perversiones sexuales, las drogas, el rock and roll. Todo eso era una combinación y era lo que manifestábamos en nuestros performances.

​El Sindicato, que duró de 1987 a 1989, definitivamente fue muy intenso porque nos presentamos en lugares como La Quiñonera, Salón de los Aztecas, Museo de Arte Moderno, en el ex Convento del Desierto de los Leones, donde presentamos uno de nuestros performances más intensos, que se llamó Expremort (la experiencia premortal). Apenas estaba entrando yo al grupo cuando Roberto Escobar me jaló para participar. Nos fuimos a trabajar por dos semanas a las catacumbas del ex Convento para preparar el escenario. Cuando convocamos al público, no más de treinta personas, entraban con la luz de vela y se ponían frente a una especie de escenario. Y con música de las voces búlgaras, unos bultos empezaban a cobrar vida: algunos miembros del Sindicato, que estaban dentro de unas bolsas de plástico, empezaban a salir. Como estaban ataviados con todo tipo de telas y plásticos, al desgarrarse esos plásticos salían tripas, y aparte Roberto había puesto carne podrida con un ventilador para crear el olor a putrefacción y dar el efecto de que estos personajes estaban pudriéndose en vida. Fue una pieza que se repitió en dos o tres ocasiones.

Con el Sindicato hicimos por lo menos de cinco a diez performances que fueron trascendentales; por ejemplo, uno en el Salón de los Aztecas, que se llamó Con la z tatuada, Roberto Escobar se flageló la espalda con su cinturón. Era una visión del paraíso, conquistado a través del sadomasoquismo.


La contracultura

Mi interés por este tipo de temas o planteamientos me llamó la atención. El haber nacido dentro de una familia tradicional, católica, al toparme con el rock, cambié completamente mi visión de la vida y empecé a ser un joven rebelde. Gracias al rock conocí la música clásica, el jazz, el blues, reggae, pero también conocí el cine de arte como el de Fellini, Bergman, Kurosawa y tantos otros. Todo eso me fue dando un bagaje cultural y me abrió las puertas a la literatura y al teatro. Es ahí donde inicié el camino contracultural. Me parece una vida mucho más interesante, más intensa.

Conseguimos una casa abandonada en la colonia Obrera y la convertimos en un espacio para el Sindicato, pero éste truena y la transformamos en la Galería El Ghetto, que para mí fue un espacio de mucho aprendizaje. Inauguramos la primera exposición con la obra de Roberto Escobar, Eric del Castillo y la mía, tres individuales a la vez. En los diez meses que duró, hicimos unas diez exposiciones colectivas. Muchos de los artistas venían de La Esmeralda, que estaban estudiando o acababan de salir y ya querían exponer, aunque hubo otros que tenían cierta trayectoria, como Carla Rippey, Adolfo Patiño, Eloy Tarsicio. También se presentaron varios performances y nos vinculamos con otras ramificaciones de la cultura, por ejemplo con la gente del Bar 9. Ahí convocaban a la gente que fuera disfrazada; algunos de los organizadores eran Adolfo Patiño, Rogelio Villarreal y Mongo, estos dos últimos eran los editores de la revista La Pus Moderna y quienes se turnaban para presentar grupos de rock y performances. Los amigos de La Pus Moderna asistían al Ghetto, y al ver las exposiciones invitaban a los fotógrafos o a la gente que le interesaba participar en su revista. El Ghetto ha quedado como un referente de espacio alternativo que contribuyó a la cultura de la Ciudad de México.

'Bodega y archivo muerto'. Caja arte objeto, 2018. (Cortesía del artista)

Después del cierre de la galería, formé otra en mi casa que se llamó El Departamento, la cual tuvo una corta vida, pero hubo exposiciones interesantes. Seguí con el entusiasmo de querer organizar exposiciones y las empecé a hacer donde me dieran chance, como en la galería de Mónica Mayer, o en la Galería del Sur, de la UAM-X. Durante la década de los noventa fui freelance, y pienso que a muchos les di la oportunidad de exponer su obra en diferentes espacios. En el 2000 me invitaron a dirigir la Galería José María Velasco del INBA. Cuando llegué y me di cuenta del estado en que se encontraba, pensé: “tengo que sacarla de nuevo a flote”. En esos cuatro años que estuve, logré que regresara el público, cambié el horario de inauguración en domingo a mediodía y llegaban trescientas personas, a diferencia de las quince que llegaban cuando inaugurábamos en viernes en la noche. Hubo varias críticas favorables dirigidas al artista y al director, que era yo.

Pensé que me iba a a quedar más tiempo ahí cuando me invitaron a ser director del Ex Teresa Arte Actual. Llegué a finales de 2004 y en 2005 formé mi equipo. Implementé un programa de performances todos los viernes del año, y en 2006 retomamos el Festival Internacional de Performance, y consideramos también el Festival de Arte Sonoro. Entonces los años impares eran para el arte sonoro y los pares para el performance, además de las exposiciones temporales, que había por lo menos cinco al año. En general tuve muchos aciertos y mucha experimentación. Hubo toda esa libertad, esa desfachatez, aunque sí tomamos en cuenta la calidad.

Mi alter ego

Cuando eres muy joven y empiezas a crear, muchas veces no estás trazando el camino a lo que quieres llegar; te estás dejando ir por gustos muy personales, por cosas que quieres decir, pero de una manera un poco ingenua. Al paso del tiempo, cuando hay una tendencia, o ciertos temas que hablan de la familia, la revisión del estado o del poder, en mi caso de alguna manera me interesa abordar la figura masculina. Al darme cuenta de las posibilidades de este personaje, puede ser mi alter ego en el cual me quiero convertir, específicamente en el look que lleva: ser una persona limpia, educada, cortés con la gente, amable, puede tener una cultura general.

Todo eso me lo explico yo así: ser un personaje bien vestido y atento a la sociedad, si puede funcionar y tener una opinión de cada cosa. Hay que hacer notar que ese personaje tiene humor todavía, tiene esa posibilidad de entrarle a la fiesta, o a situaciones que no siempre están en la norma. A mi personaje lo considero como una figura universal y representa una figura viril. Me gusta que puede moverse sin miedos, que puede con todo, pero que se va a equivocar, va a fracasar, pero al menos se presenta como alguien que puede dar la pelea en diferentes frentes. Estoy pensando en todo el conjunto de mi obra creada a través de tantos años. Quiero creer que mi personaje masculino representa muchas de las cosas de las que yo me enfrento en la vida diaria.

En 2017 Carlos Jaurena publicó su libro 'El trabajo diario' (Producciones El Salario del Miedo)

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