Cuando conocí a Carlos Jaurena era el final de los ochenta. La obra que expone hoy en ArtSpace*, donde se podrá visitar hasta el 15 de agosto, me remite irremediablemente a esa época en que Teresa del Conde acuñó, en un artículo para el periódico Unomásuno, la expresión de “Nuevos mexicanismos” para un grupo de pintores jóvenes que no hace ya falta presentar. Ahora bien, a Jaurena no se le asocia precisamente con el “neomexicanismo”, pero me parece que su nostalgia lo liga irremediablemente a aquella generación de artistas a la que pertenecieron Julio Galán, Enrique Guzmán o Froylán Ruiz... Es innegable, no obstante, que se aprecia en la obra de Jaurena una cierta frialdad y distancia con respecto al espectador que no corresponde del todo a la emotividad muy mexicana de aquellos artistas y lo liga más bien a ciertas manifestaciones del surrealismo, —que se piense, por ejemplo, en Magritte— si bien, igualmente, con sus muchos bemoles.
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Por supuesto, la referencia más inmediata al surrealismo es el formato que Jaurena adopta para sus obras: imposible no pensar en los poemas-objeto de Breton o en las cajas de Joseph Cornell. Pero, a la vez, hay algo aquí que no encaja del todo con el espíritu poético de estas producciones. Se intuye que el azar, en su correspondencia con el inconsciente y el sueño, no tienen aquí el mismo significado y se adivina una intención mucho más consciente y racional que la de las obras surrealistas, siempre un tanto románticas (en el sentido alemán del término) aun en la ironía que muchas veces despliegan. La ironía de las cajas de Jaurena parece estribar, en cambio, en una muy ácida crítica social, dirigida en particular a la sociedad mexicana y sus fantasmas. Es, de hecho, debido a esta ironía, teñida de melancolía, que la obra de Jaurena se acerca tanto a las manifestaciones del neomexicanismo, en las que el ambiente onírico parece ser un mero artificio para exponer las características del modo de ser del mexicano, del que se trata, ante todo, de revelar la carga existencial.
¿Pero en qué estriba precisamente el lado “mexicano” de las cajas de Jaurena a nivel formal? Primero, está la factura misma de la obra, la cual nos remite inmediatamente al universo de lo popular en México: a los juguetes de madera, a las láminas de la lotería, a los exvotos... Hay un “acabado”, logrado de forma muy consciente por Jaurena, que se presenta como un homenaje hacia lo popular, pero que a la vez confirma el estatus de artista de su autor y su alejamiento simultáneo de las producciones populares a las que se refiere. Por otro lado, está también la multiplicación de objetos del universo cotidiano mexicano que, si bien todavía forman parte de nuestro día a día, remiten irremediablemente a los oficios masculinos del México de los cuarenta y los cincuenta, tal como los conocemos, por ejemplo, por películas como las de Pepe El Toro (1952), al que El último jardín, remite inevitablemente ya que pone en escena a Pedro Infante en medio de plantas tropicales.
Así, en Nahual del taller, dispuestos en círculo alrededor de un animal salvaje que funge como nahual, aparecen serrucho, taladro, martillo, tijera, brocha, desarmador, pinza de electricista, regla de madera y, sorprendentemente, paleta y pincel, como para subrayar el lado artesanal del trabajo del artista, así como la nobleza del trabajo manual. En Trabaja y te irá bien se multiplican las cucharas de albañil, plantadas como tantas espadas vengadoras en el busto de una figura de autoridad masculina, probablemente un Díaz Ordaz, cuyos anteojos emblemáticos hubieran sido remplazados por una banda negra que lo ciega. En La vaca azul, el ambiente místico que proporciona tal animal azul —el color de Krishna en el hinduismo—, así como el aspecto sobrehumano de un hombre trajeado que emite un rayo misterioso por los ojos como Superman, quedan ambos anulados por la humilde caja de “boleador” de zapatos en la que está contenida la escena.
Tanto en El último jardín, como en el Nahual del taller, Trabaja y te irá bien o en La vaca azul, predominan las figuras masculinas de los cuarenta, cincuenta y sesenta, un periodo en que el orden social del país estaba indudablemente marcado por el patriarcado. Era ese un mundo en que la palabra “macho”, más que un insulto, era un halago. Al recorrer todas las cajas de Jaurena, es evidente que predominan estas referencias al tipo de masculinidad que ese universo impuso no sólo a las mujeres, sino a los hombres mismos. Por ejemplo, en Un ser divino, las palabras “falócrata”, “macho”, “sistema patriarcal”, “cerdo”, “misógino”, son evidentes referencias al feminismo. En cambio, las expresiones “menos cero”, “poco hombre”, parecen aludir a aquella presión que muchos hombres sintieron por generaciones en México por comportarse como “verdaderos hombres”. La cuchara de albañil, suspendida a la manera de una espada de Damocles sobre un cuerpo masculino, abierto anatómicamente hasta sus entrañas y expuesto a una mirada supuestamente objetiva, agrega a la presión de ser un “hombre de verdad”, la de ser además un “hombre de provecho”, cuyo oficio, en particular en las clases populares debe de “viril”, como el del albañil.
Así pues, si bien la obra de Jaurena es triplemente nostálgica (nostalgia por los cincuenta, por los ochenta y por el surrealismo) ésta se inscribe de lleno en los problemas de la sociedad presente, una sociedad en que el valor de “lo masculino” está en constante escrutinio. Si bien se podría interpretar como una crítica social al patriarcado mexicano, parece ser ante todo una reflexión sobre la doble presión psicológica que su herencia ejerció y ejerce todavía sobre el hombre mexicano desde lo colectivo: la de la tradición y, simultáneamente, la de la crítica feminista que se ejerce en el presente. De ahí su aspecto existencial. Esta reflexión existencial, no es sin embargo directa, sino que alude a aquellos imperativos que nos moldean desde el inconsciente y que nos afectan más allá de lo que nuestra conciencia quisiera admitir. De ahí su aspecto onírico. Es porque la obra de Jaurena se plantea el problema de “lo masculino” en la sociedad desde un punto de vista vivencial, y no puramente conceptual, que es susceptible de esbozar una respuesta con respecto al papel del “hombre” en la sociedad, en un momento en que las mujeres se lo reclaman con más insistencia. De ahí su suprema actualidad. De ahí también el gran valor de esta exposición.
*ArtSpace se encuentra en Campeche 281, colonia Hipódromo Condesa, Ciudad de México.
ÁSS