El director de orquesta Carlos Miguel Prieto (Ciudad de México, 1965) se define como un aprendiz. Alguien “al servicio de la música y del público”. Así lo ha demostrado en su larga trayectoria como director de la Orquesta Sinfónica Nacional, la Sinfónica de Aguascalientes y la North Carolina Symphony, entre otras, además de ser constantemente invitado a dirigir orquestas de Europa, Estados Unidos, Rusia y Japón. Fue nombrado por la institución Musical America mejor director de 2019, distinción que han recibido figuras como Leonard Bernstein. Su labor educativa ha sido premiada en el Foro Económico de Davos. Pero ni esos reconocimientos ni los dos premios Grammy que obtuvo, uno en 2023 con la Sinfónica de Minería y el otro en 2024 con la Louisiana Philharmonic Orchestra de Nuevo Orleans, han logrado hacer que el también violinista despegue los pies de la tierra. Carlos Miguel Prieto sube a los escenarios con la certeza de que no puede “dormirse en sus laureles”.
En las casi dos décadas al frente de la Orquesta Sinfónica de Minería (OSM), ha llevado a la agrupación a alturas difíciles de escalar en la escena cultural. La OSM agota las localidades lo mismo en su temporada de verano en la Sala Nezahualcóyotl que en el Festival Bravo!, Vail!, en Colorado, donde fue la única orquesta latinoamericana invitada. La Sinfónica de Minería tiene una actividad casi frenética con conciertos, giras, grabaciones y otras actividades. A pesar de esta agenda, Carlos Miguel Prieto se da tiempo para descubrir cómo pueden hacer las cosas todavía mejor.
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¿Cómo ha sido el camino para hacer de la OSM una de las orquestas con mayor reconocimiento internacional?
Está en un gran momento, sobre todo por la manera en que están tocando los músicos. Se trata de un trabajo en equipo que requiere labores de liderazgo, como en mi caso, y de organización. Las cosas se han hecho con mucha cabeza y planeación.
La gira que hicimos en Estados Unidos el año pasado y la residencia en Vail, Colorado, tuvieron un gran impacto porque la orquesta toca con mucho carácter, con mucho espíritu y muchas ganas. La base de todo es la calidad de los músicos, pero detrás hay una organización con mucha generosidad y orden. Así se ha ido construyendo. Siempre hay que ver hacia adelante y nunca pensar que ya llegamos a donde queríamos estar. En la música es muy fácil dormirte en tus laureles. Para un trompetista es fácil pensar que es el mejor de su ciudad y ahí se terminó todo. En el momento en que te sientes muy bueno, llega alguien que te pone en tu lugar.
El éxito de la OSM sobresale en un momento en el que escasean los apoyos hacia la cultura.
Me preocupa todo lo concerniente a mi país, pero trabajo sin mirar a los lados. Para la Sinfónica de Minería es muy importante tener una base en la sociedad civil. Teníamos un fuerte apoyo gubernamental y ahora no. Eso, en vez de frenarnos, nos incentiva a trabajar más. Si le pregunta a un deportista si no tener apoyo gubernamental lo va a frenar para ir a los juegos olímpicos, le diría que no. Las cosas se logran con disciplina y esfuerzo. En Minería tenemos que trabajar para vender boletos porque no contamos con canales oficiales.
Hablando de vender boletos, la OSM agotó las localidades en sus presentaciones en el Festival Bravo!
Fue impresionante la conexión con el público y con los organizadores. Repito: todo viene de hacer las cosas con cabeza y mucho corazón. Las orquestas que participan en el Festival no destinan tantos ensayos como nosotros porque para ellas no representa quizás el mismo tipo de oportunidad. Tuvimos tres conciertos, pero hicimos ocho actividades comunitarias como un servicio social. Eso es algo inusitado en Estados Unidos. En México, en cambio, las organizaciones culturales tienen la conciencia del impacto de la música en la sociedad.
¿Cómo ha dado continuidad a su labor educativa al frente de la OSM?
La Sinfónica de Minería es un proyecto impulsado por ingenieros mexicanos conectados con la realidad del país. Desde que llegué, decidí que haríamos conciertos familiares e infantiles. Empezamos a hacerlos y fue evidente no solo lo necesario sino también lo conveniente de ello, incluso económicamente.
Hay cosas en las que nadie va a cambiar mi manera de pensar: la labor social, la labor con los jóvenes y el mensaje incluyente. En cuanto al repertorio, toda mi vida seré un aprendiz, una persona que escucha al público. No quiero dar la impresión de que estoy en mi torre de marfil y que ignoro cosas en las que puedo ayudar. Por eso a los solistas que se presentan con la orquesta les pedimos que den clases a músicos jóvenes. Es un aspecto muy importante para la orquesta y para mí.
Esta temporada, Timothy McAllister, un increíble saxofonista, dio una clase magistral. Traer a una gran pianista como Lilia Zilberstein es un regalo para la comunidad pianística de México, pero pasa lo mismo con algunos como Paquito D’Rivera o Pacho Flores. Cuando en un concierto le pides al público que levante la mano quién toca un instrumento de metal y 300 personas lo hacen, es que hay algo en el artista que los atrae. La mayoría de esos jóvenes que vienen a la clase magistral tienen un mérito enorme, algunos son de muy bajos recursos. Me impresiona su capacidad de sacrificio. Es impactante saber que alguien salió a las tres de la madrugada de Oaxaca para venir a un concierto en la sala Nezahualcóyotl y que terminando se regresa porque tiene que trabajar al día siguiente. Saber eso me llena de felicidad. Y que nadie me diga que esto es un lujo. Es una absoluta y total necesidad. Hay que ser prácticos sin olvidar la generosidad. No quiero que se piense que la música clásica es elitista.
¿Cómo romper el concepto de que la música clásica es elitista o que los conciertos son actividades solemnes?
Es imposible quitarle la solemnidad a una sinfonía de Bruckner o a una de Mahler, pero eso no lo vuelve un acto elitista. No voy a salir en jeans a dirigir Bruckner porque sería llamar la atención sobre mí mismo y no a la pieza. Yo estoy al servicio de la música y al servicio del público.
El mensaje es: tocamos música muy contrastante, pero todo el mundo está invitado, lo que tampoco quiere decir que todas las obras sean para todos. No traería a niños a escuchar a Bruckner porque es muy largo y muy solemne, pero sí los invitaría al concierto Allegro sinfónico en el Auditorio Nacional o al que ofrecemos con Mario Iván Martínez.
Una orquesta es un vehículo para conectar con públicos muy diferentes y tenemos que ser inclusivos en todos los sentidos. Quienes en el pasado hemos sido parte del mundo de la música crecimos en un momento en el que se incluían, por ejemplo, muy pocas obras de mujeres, pero en los últimos años hemos recibido muchas lecciones. Tenemos que aprender del mundo, estar con las antenas puestas para ver quién lo hace bien y que nos enseñe cómo podemos mejorar. Cuando entré a la Sinfónica de Minería todos en el Patronato eran hombres e ingenieros.
Usted también es ingeniero.
Quiéralo o no, soy los dos. No voy a dejar de ser ingeniero ni de ser hombre, pero sí puedo entender que excluir a contadores o a artistas no está bien. Ha sido un aprendizaje gradual. En este momento tenemos un patronato mucho más incluyente. En el repertorio hemos mejorado el porcentaje de obras de mujeres y de diferentes géneros musicales.
No siempre es fácil. Tenemos un público de edad avanzada y hay muchísimas cosas que querrían que hiciéramos todo el tiempo. Yo les digo que comparto su interés, pero si pongo un programa demasiado complejo la venta de boletos nos castiga. Claro, es un público noble. No lo menosprecio, al contrario, lo entiendo. No les puedo quitar a Beethoven, Mozart, Tchaikovsky, por eso trato de hacer un balance en el programa. Y, por otra parte, cuando invitamos a alguien como Pacho Flores vienen músicos, por ejemplo, de Texcoco, que en su mayoría no son músicos clásicos. Son trompetistas de alguna banda o de algún mariachi. Es muy difícil decir que eso no vale la pena.
Sorprende que el público de música clásica considere que jazzistas como Paquito D’Rivera no son territorio de una orquesta. Conmigo ha florecido el crossover. En su momento, todos los compositores fueron crossover. La Novena sinfonía de Beethoven tiene instrumentos turcos y el folclor de su época. Tocar música folclórica de otras partes del mundo nos da una apertura que nos permite, por ejemplo, tocar mejor Beethoven.
¿Qué deben aprender las orquestas mexicanas de lo que se hace en otras partes?
México es diferente al resto del mundo. Algo fabuloso es la flexibilidad y la buena voluntad, pero podemos mejorar a la hora de planear. No siempre se nos da pensar en el futuro. En Estados Unidos, en Europa, sobre todo en Alemania, se planea hasta la muerte y una vez que se planeó no puede cambiarse. En México, es increíble cómo en poco tiempo se diseña un vestuario o se construye un pesebre, algo que en otras partes del mundo tienes que presupuestar con siglos de anticipación. En México, hay una capacidad de imaginación increíble. En ese sentido, con todo respeto, le damos veinte vueltas a Alemania. Lo que hace lo hace muy bien, pero no inventa de la noche a la mañana un método para arreglar algo. Un ejemplo: hicimos la grabación que ganó el Grammy en los Estudios Churubusco, hacía mucho calor y no había aire acondicionado. La afinación del piano estaba bajando por el calor y a los técnicos se les ocurrió una idea básica pero genial: poner cubetas con hielo abajo del piano,que así dejó de desafinarse.
¿Qué puede decirnos de los compositores mexicanos contemporáneos?
Es un orgullo contar con gente como Gabriela Ortiz o Juan Marcos, que tienen reconocimiento internacional. La semana pasada tocamos Tzam, de Gabriela Ortiz. Ella hizo la presentación y la gente conectó muy bien con la obra, en gran parte porque es accesible y está muy bien escrita, pero también porque ella se acercó al público.
En mayo dirigí un concierto con La Filarmónica de Los Ángeles en el festival Green Umbrella, donde se tocaron cinco obras de compositores mexicanos, todas con un éxito descomunal.
¿Cuáles son los proyectos de grabación de la OSM?
Estamos inmersos en tres. Uno es grabar la obra integral de Silvestre Revueltas para orquesta. El segundo es lo que se pueda de Gabriela Ortiz, porque hay orquestas que tienen la exclusividad de algunas de sus obras. El tercer proyecto es de un saxofonista fabuloso de nuestra orquesta: Rodrigo Garibay, quien ganó una beca del Fonca y quiso grabar con Minería. Es un disco de obras de saxofón de compositores franceses para orquesta y una serie de nuevas obras mexicanas para saxofón y orquesta. El financiamiento no es nuestro, pero el esfuerzo, sí.
Es un orgullo para una orquesta hacer grabaciones. En Minería, desde sus inicios, ha habido una obsesión por comisionar, grabar y difundir música mexicana. Hay que seguir ese ejemplo y hablo tanto del patronato como de los directores anteriores de la orquesta.
Ha mencionado en diferentes ocasiones a Taylor Swift. ¿Le gusta su música?
No conozco mucho de su música. En una gira con la Orquesta de North Carolina una chava me pidió citar cinco canciones de Taylor Swift. Mi cerebro se fue a un absoluto y total cero. No pude citar una sola. Es un fenómeno musical del cual no sé nada, pero que no se puede menospreciar. En otra ocasión, me encontré en el aeropuerto a miles de chavas con camisetas de ella. A una le pregunté por el costo del boleto y era aterrador. Me parece muy interesante que haya gente que diga que los precios de los boletos de la Sinfónica de Minería son caros cuando vemos lo que cuestan los de Taylor Swift. Cuánto nos gustaría que Beethoven tuviera ese mismo pegue. Tampoco se trata de eso. Respeto todo tipo de música y si Taylor Swift llamara a la Sinfónica de Minería para hacer un concierto con ella, le diría que sí.
AQ