Carlos Saura, ya débil y en vísperas de recibir su Goya de Honor y del estreno de Las paredes hablan, aceptó contestar las preguntas de Papel por escrito. Cansado como estaba, no se veía con fuerzas para hablar más que lo justo y a su ritmo. A las pocas horas teníamos las respuestas de vuelta en el correo, el jueves de la semana pasada. Fue su última entrevista.
—Francisco de Goya, Luis Buñuel y Carlos Saura. ¿Qué diría que une a los tres aragoneses además de su tozudez de ser de Aragón?
La imaginación. De Goya y de Buñuel aprendí a utilizar la imaginación. La imaginación es algo maravilloso que te permite viajar a cualquier lugar y, sobre todo, te permite crear. A veces pienso que la imaginación es lo único que es más rápido que la velocidad de la luz. Yo he usado la imaginación y la uso en todos mis proyectos. Intento siempre innovar, dar un paso más, hacer algo diferente.
—Las paredes hablan, de algún modo, describe en Goya y Buñuel una forma similar de mirar el mundo...
Como decía en la respuesta anterior, su mirada es sobre todo una mirada imaginativa hacia el mundo. Y esa mirada es la que nos hace humanos. Las paredes hablan ahonda en la esencia del ser humano, en por qué el ser humano crea y de dónde nace la pulsión artística. Eso que nos mueve a crear es, al fin y al cabo, lo que tenemos en común todos los artistas. Como dice Pedro Saura en el documental, “somos colegas de los pintores del Paleolítico”.
—Las paredes hablan une las pinturas rupestres con el grafiti contemporáneo. En esta, digamos, evolución, ¿dónde queda el cine? ¿Diría que al cineasta lo mueve la misma motivación que al artista que pinta en las paredes?
Desde luego. Al final lo que mueve al hombre a pintar las paredes de las cuevas y a hacer grafitis es la pulsión artística, que en definitiva es lo que nos lleva a crear y a hacer cine. El cine es el arte total porque aúna casi todos los artes: la fotografía, la literatura y la pintura.
—Me gustaría que echara la vista atrás y me hablara de su relación con la pintura en general y con Goya muy en particular. ¿Cómo influyó en su forma de ver el mundo y en su manera de entender el cine?
La pintura ha sido esencial para mí. Mi hermano Antonio pintaba desde muy pequeño y siempre me ha fascinado la facilidad con la que lo hacía. La pintura está presente en mi cine y en mi carrera. Goya es una inspiración. Es un artista adelantado a su época, un visionario, un inconformista... En todo eso me veo yo.
—Tuvo un hermano pintor y una hermana escritora. ¿Cómo ha sido su relación con cada uno de ellos en tanto que los tres han sido creadores?
Fue una relación buenísima. Los dos eran personas excepcionales con los que tuve una relación muy estrecha. Por desgracia los dos están muertos, es una pena. Mari Ängeles, aunque no ha tenido tanta fama, era una grandísima escritora y vivió su vida dedicada a escribir y estudiar. Tenía no sé cuántas carreras, era una maravilla de persona. Y de Antonio, qué le voy a contar, tuvimos una relación muy estrecha, incluso trabajamos juntos. Hicimos la ópera en Stuttgart. Él hizo la escenografía y yo la dirección. Nos admirábamos mucho mutuamente.
—Ahora se habla mucho de que el cine vive un momento de crisis. ¿Diría que esta crisis es mayor o menor que cualquiera de las infinitas crisis por las que ha pasado el cine desde siempre?
Yo no hablaría de crisis. Hoy en día hay más cine que nunca. La tecnología ha revolucionado todo. Ahora mismo con un móvil y una buena historia cualquiera puede hacer una película. El tema es encontrar esas buenas historias; el problema es encontrar esas buenas películas. Eso es lo realmente complicado, pero existen. Hoy se hace muchísimo cine, hay nuevas miradas y nuevas narrativas. Hay directores y directoras que hacen un cine muy interesante, aunque siempre habrá opiniones contrarias y gente que crea lo contrario, pero eso siempre será así.
—¿Qué le mueve a seguir rodando y a hacer una nueva película como ésta?
El cine es mi vida, es mi pasión y es a lo que he dedicado casi toda mi existencia. No entiendo la vida sin cine y no entiendo la vida sin hacer lo que más me gusta. Este proyecto en concreto me llegó hace unos años por Jose Morillas, guionista, y fue María del Puy la que lo levantó. El documental ha cambiado desde esa idea original, ha ido evolucionando a raíz de ir rodando, de ir investigando, de ir montando hasta llegar al resultado final, con el cual estoy muy satisfecho.
—Lo del Goya de honor... ¿cómo se lo toma?
Pues me lo tomo muy bien, ¿cómo me lo voy a tomar? Es una gran alegría que todos los compañeros de profesión hayan decidido otorgármelo. Estoy muy agradecido a la Academia y en especial a Fernando Méndez-Leite, gran amigo y compañero, por este reconocimiento. Aunque, como siempre digo, los premios no son más que un aliciente para seguir trabajando, no hay que creérselos mucho. Pero bueno, a la vejez viruelas.
—Con motivo del Goya de honor me gustaría que echara la vista atrás. ¿Cuál cree que es la película suya que mejor le define? ¿Por qué?
No podría escoger una película porque todas las he hecho con el mismo cariño, la misma pasión y la misma dedicación absoluta. Todas las películas que he tenido la suerte de hacer han sido experiencias muy gratificantes. Seguramente las más importantes fueron las primeras porque fueron las que, gracias a los festivales internacionales, impulsaron mi carrera y me permitieron seguir adelante.
—¿Es verdad eso de que el arte cura del paso del tiempo?
Pues no lo sé, lo que sí sé es que el arte, la creatividad y la imaginación son lo mejor que existe.
—¿Cuál es su relación con su legado, con la filmografía que deja y que ya forma parte de la historia del cine y de la memoria (y vida) de tantos espectadores?
Pues la verdad que es algo que no me preocupa en absoluto. No he hecho cine para agradar a nadie ni para recibir reconocimiento, lo he hecho porque me gustaba, porque a través de él puedo contar las historias que se me ocurren, porque puedo jugar con la música. Pero desde luego, siempre es un halago que el trabajo que uno hace lo vea la gente, que les haga pensar y que lo aprecien. Yo intento no ver mis películas, no me gusta, una vez hechas... ¡a otra cosa!
—¿Qué es la vejez para usted? ¿Una nueva edad, una enfermedad, un privilegio, una nueva forma de ver el mundo...?
Una putada, con perdón de la palabra, porque ves cómo tu cuerpo empieza a funcionar peor, cómo tu mente es menos ágil... ¡Juventud, divino tesoro!
—¿Se aprende del paso del tiempo o estamos condenados a cometer los mismos errores por los siglos de los siglos?
Yo siempre he sido optimista conmigo mismo y pesimista con los demás. He vivido los bombardeos. He visto muertos en la calle y una casa derrumbarse delante de mí. Veo que el ser humano no aprende nunca. Incluso en la prehistoria sucedía esa cosa tan elemental de que una tribu se creía mejor que otra. El hombre tiene que superar esa cosa que tiene de animal, de posesión, de celos. Llevamos dentro un ADN que nos marca desde hace millones de años. Somos animales territoriales y ese es el gran problema. Solo hay que ver cómo está el mundo.
—Y la última: pensando en su anterior trabajo, ¿cree que la nueva Ley de Memoria Democrática es necesaria? ¿Qué opina de la memoria histórica?
Creo que, aunque sea tarde, es necesario poner fin a la gran barbarie e injusticia que fueron la Guerra Civil y el franquismo, que hay que devolverle a las familias lo que es suyo, hacer justicia. También creo que nos tiene que servir para aprender y no volver a pasar por lo mismo. Yo tengo un enorme miedo a que se produzca una nueva guerra civil, lo digo siempre, pero es que es muy fácil y las consecuencias son terribles.
El Hombre Cine
Iván Ríos GascónEn 2001, Carlos Saura rindió homenaje al surrealismo a través de su admirado Luis Buñuel: 'Buñuel y la mesa del rey Salomón', una ficción lúdica en la que el genio de Calanda, Federico García Lorca y Salvador Dalí, recorren Toledo en busca de la mesa de marras pues, cuenta la leyenda, a través de ésta se puede atisbar al pasado y mirar el futuro de todas las generaciones. Ingeniosa en sus saltos cronológicos, en el retrato de los personajes y hasta en las hilarantes vicisitudes que le acontecen al protagonista principal (la escena en la que un crítico le echa en cara a Buñuel las “bazofias” que hizo en México con Jorge Negrete y sus mariachis, es una perla del humor negro), esa película fue, quizá, la menos exitosa de su ingente filmografía, más de cincuenta películas en las que Saura confeccionó un universo en el que gravitaba una multitud de sombras: la guerra civil; la pesadilla del franquismo; la miseria suburbana de Madrid; el claustrofóbico ambiente de las familias conservadoras; el odio irreconciliable entre clases; los crímenes de la intolerancia y la xenofobia; el martirio del espíritu creador y la desdicha del ocaso físico y mental, pero asimismo, una filmografía en la que la imagen era el timonel de la belleza, mientras que la música y la danza se acoplaron al lenguaje visual y sus eslabones narrativos.
Difícil, en verdad, elegir la mejor de sus películas. ¿'La caza' (1960), esa fábula violenta que tanto gustó a Buñuel? ¿'Cría cuervos' (1976) o el destino a la deriva de tres huérfanas cautivas en la casa de la abuela? ¿'Antonieta' (1982), inspirada en la novela de Andrés Henestrosa y el libro de la propia Antonieta Rivas Mercado, o 'La noche oscura' (1989), su versión del ascetismo de San Juan de la Cruz, o 'Goya en Burdeos' (1999), la recreación de los últimos años del pintor, enfermo y sordo, en su exilio del reinado de Fernando VII? ¿O '¡Ay, Carmela!, Taxi, Pajarico'?
El cine de Carlos Saura, según sus partidarios, no ha sido apreciado cabalmente, quizá porque otros realizadores conquistaron con más ímpetu a los grandes públicos. Los primeros veinte años de su carrera, fue situado un paso atrás de la obra de Buñuel (decían que sus películas tenían claves permanentes del maestro surrealista) y, en adelante, Pedro Almodóvar lo desplazaría en crítica y taquilla. Sin embargo, lo cierto es que su obra no tiene comparación con la de otros directores, porque Saura se empeñó en forjar una especie de mosaico en la que es posible asomar a todas las expresiones del arte. Danza y música, decíamos, pero también artes plásticas y fotografía. Nada quedó fuera de la mirada de quien, seguramente, se asumía como un Hombre Cine.
AQ