La propuesta artística de Cecilia Vicuña (Santiago de Chile, 1948), como ella misma ha escrito, “habita en el ‘todavía no’, en el futuro potencial de lo no formado, donde el sonido, el tejido y el lenguaje interactúan para crear nuevos significados”. Estos significados entretejidos —desde el segundo lustro de los sesenta del siglo XX— son los que han tejido potencias creativas que han sido reconocidas con el León de Oro a la Trayectoria, en la edición 59 Bienal de Arte de Venecia, distinción compartida con la escultora alemana Katharina Fritsch (Essen, 1956).
Si el trabajo de Vicuña es potente, se debe a que exhibe todo lo que puede llegar a ser. En el intersticio de la imposibilidad está su fuerza. Así ha sido desde sus inicios; desde sus jugueteos con desechos encontrados; muy distinto al Arte Povera que irrumpía en la misma época, enfocando la atención internacional en artistas como Mario Merz, Jannis Kounellis y Luciano Fabro. Mientras en Europa se hablaba de materiales pobres, en América Latina una jovencísima Cecilia entretejía “basuritas”. Ellos confrontaban el mercado. Ella indagaba la posibilidad extraviada en la imposibilidad.
La experiencia al deambular en los estudios de las mujeres artistas y en las bibliotecas integradas por los hombres de sus familias materna y paterna, la provocaban tejer estos conocimientos en el paisaje chileno y a la tradición de las culturas andinas en las que también se refugiaba. Al estilo de los quipus, Cecilia Vicuña anudaba ideas, materiales y metáforas resignificando un hacer artístico fuera de la convención. A los 18 años ya era una tejedora de posibilidades. Desde entonces, aprendió que “tejer es conciencia del intercambio”.
De aquellas primeras intenciones surgieron muchas preguntas que la empujaron a continuar experimentando. Más que preocuparle la articulación de una sentencia, lo que la ocupaba era la contemplación del cómo accionaban materiales poco estables, poco seguros, poco duraderos. Precarios. Sus piezas son atractivas porque son la posibilidad de desaparecer. Vicuña se descubrió en la invención de lo que nombró “arte precario”, no para retar al sistema (aunque lo ha hecho) sino para explorar un ritmo distinto al dominante, uno más lento y menos voraz y competitivo.
Cecilia Vicuña nos recuerda que lo precario es incertidumbre, como lo devela también en su poesía que hilvana los sentidos. Tocar, oler, degustar, escuchar y contemplar para reconstruir sus curiosidades en piezas en las que los ecos de tecnologías espirituales antiguas (¿qué sino es el quipu?) rebotan en teorías occidentales para continuar anudando sistemas de pensamiento como sus ancestros.
Un nudo y otro. Vicuña instintivamente narra posibilidades ajenas a la del mainstream en otras lenguas. Su obra recupera ese otro tiempo que sucede fuera del ritmo marcado por lo convencional y por la “originalidad” inspirada en cánones occidentales. Este atrevimiento es el que hoy celebramos.
“Es una artista excepcional que ha traspasado y sostenido una producción por décadas; a pesar de su periplo personal efecto de la dictadura en Chile y de años de ninguneo, pues su postura política y el ser mujer no cuadraba en el mundo hegemónico masculino. Cecilia, al igual que otras artistas —como Mónica Mayer y Maris Bustamante en México—, ha sostenido una producción muy particular, muy propia que ha vinculado a otras disciplinas, como la poesía. Su experimentación ha abierto, indudablemente, camino a otras mujeres productoras”, dice Sol Henaro, curadora de Acervos Documentales del Museo Universitario de Arte Contemporáneo.
Resulta ingrato que la exposición Veroír el fracaso iluminado inaugurada el 8 de febrero de 2020 en el MUAC (proveniente del Witte de With Center for Contemporary Art, en Róterdam, Holanda) tuviera que cerrar el 22 de marzo debido a la covid-19. La pausa pandémica interrumpió la posibilidad de observar las más de 100 piezas que integran esta retrospectiva itinerante, curada por el peruano Miguel A. López. Actualmente, se presenta en Bogotá, el Museo de Arte Miguel Urrutia del Banco de la República (hasta el 11 de julio), y coincide con la distinción de la Bienal, en un momento coyuntural.
Y no podía ser de otra forma. El cambio climático, la necropolítica, el extractivismo, las avanzadas decoloniales y las marejadas feministas, entre muchas otras fuerzas, han provocado cuestionamientos a los sistemas que, sin importar latitudes y altitudes, nos urgen a la reinvención. En esta coyuntura, la posibilidad de imaginar otros mundos es más que un acto de fe, la oportunidad para inventar una infinidad de modelos de resistencia. Este premio es sumamente importante, porque visibiliza la existencia de esas otras narrativas que siempre se están escapando de las dictadas por las hegemonías dominantes y que dan cuenta de que, como ella lo ha dicho: “La historia del norte excluye a la del sur, y la historia del sur se excluye a sí misma, abarcando solo los reflejos del norte”, frase que resume ese relato del cual ella continúa escapando.
En este sentido, también hay que celebrar la labor de Miguel A. López, con quien ha sostenido un diálogo, como detalla Henaro: “Miguel ha hecho grandes esfuerzos por dimensionar el trabajo de Vicuña. Por fortuna, la curaduría crítica ha revisado su lugar en el feminismo de su tiempo y en los feminismos actuales”. Sus piezas son rituales que juegan con hilos, telas, tejidos, cuerpos y formas sutiles y poderosas hoy conquistan la Bienal de Venecia. Si bien probablemente existe una coyuntura que abre un resquicio para reconocer la obra de las mujeres como Vicuña y Fritsch, como recalca Henaro: “También corresponde celebrar a los y las pioneros de los lenguajes artísticos que han marcado nuestros presentes y, sin duda, Cecilia Vicuña es una de esas agentes”.
Las andanzas, aprendizajes y retos vividos antes, durante y después de su nomadismo creativo —huyendo de la dictadura— son nudos que se añaden a su sistema creativo, el cual ha sido una inspiración para las generaciones de artistas latinoamericanas posteriores como la colombiana Rosario López, quien asegura que Vicuña “ha sido un referente muy interesante con relación a lo escultórico, al territorio, a la voz, digamos, de la mujer en el arte”. Su obra es activismo y creatividad y al mismo tiempo traza un perfil muy al margen, autónomo y sincero”.
Imaginar un mundo libre lleno de posibilidades es el eje de esta bienal, curada por la italiana Cecilia Alemani, la cuarta mujer en 59 emisiones. En esta coyuntura, la posibilidad de imaginar otros mundos es más que un acto de fe, la oportunidad para inventar una infinidad de modelos de resistencia, como el explorado por Vicuña, quien ha cuestionado el colonialismo y las normas de género, practicado en el ecofeminismo y recuperando el tiempo de la naturaleza para inventar ritmos poéticos que tejen palabra, imagen, objeto e ideas a la vida misma. He ahí su magia.
Más allá de influencias visibles, o no, en la obra de las artistas latinoamericanas actuales, los hallazgos de Vicuña resuenan en intereses compartidos, como se observa en Soneto de alimañas, la obra que Naomi Rincón Gallardo exhibe en el Pabellón Mexicano en la Bienal de Venecia, que integra magia, deseo, sueño y contenido político, y que prioriza la labor manual desde un lado que está más en contacto con la facultad autónoma del hacer que con el conocimiento académico.
La obra de Vicuña —además relata, desde el exilio, los dolores de su país y de un continente. Y esta mirada politizada y activista nos toca, como a Rincón Gallardo al recorrer la instalación “NAUfraga”, creada ex profeso para la 59 Bienal de Venecia: “Su trabajo me conmueve mucho por varias razones. Con materiales muy precarios encontrados va armando cada uno de los elementos que conforman este cosmos. Todo hecho con mucho detalle y cuidado, de un modo manual artesanal muy delicado. Se siente la ritualidad de la elaboración, en vez de la maestría de la manufactura impecable. Es un cosmos femenino, latinoamericano, de realidades distintas a las modernas occidentales”.
Las manos de Vicuña moldean el deseo. Al desacelerar la mirada entendemos que no es ofrenda al deseo, sino que el deseo es la ofrenda. Así, es una grata coincidencia que reciba este reconocimiento en la bienal titulada “Leche del sueño”, en homenaje a Leonora Carrington, una de las influencias en las piezas tempranas de Vicuña, como las seleccionadas, en 1972, para la muestra Pintura instintiva chilena que se presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Santiago de Chile. En un momento en el que la presidencia de Salvador Allende entusiasmaba a los jóvenes que, como ella, soñaban tejer otros mundos.
Aún antes de su beca en Londres, donde el golpe de Estado a Chile la sorprendería, ya escudriñaba y observaba los modelos hegemónicos para soltarse de ellos y rearmar un pensamiento visual original, no solo como latinoamericana, sino como mujer y como continuidad de la cosmogonía andina. Desde entonces, ha expresado en su hacer un profundo respeto de la labor manual que prioriza el cuidado. Sus manos no pretenden perfeccionar la técnica, sino resaltar lo humano. Nunca ha estilizado lo precario. No. Más que belleza nos devela el sentido de la vida en la fragilidad. “Precario significa oración”, escribió la artista y… “la oración es cambio, el instante peligroso de la transmutación”.
En ese instante están suspendidas las pinturas (la mayoría producida en la década de los setenta) también exhibidas en la bienal. “Se trata de obras de personajes humanos y no humanos en composiciones muy sincréticas, ya en narrativas familiares con personajes animales y fantásticos que te hablan de otras cosmovisiones, que te hablan de otros mundos muy íntimos, muy femeninos, muy latinoamericanos, relacionados con el exilio. Imágenes se podrían conectar con el surrealismo, pero que también me recordaron los vinilos de protesta latinoamericana con los que crecí”, detalla Rincón Gallardo.
Por otra parte, la artista colombiana Rosario López asegura: “La obra de Vicuña nos abre los ojos. Este León de Oro es el reconocimiento a una trayectoria muy coherente tejida, sutilmente, con hilos demasiado finos y vulnerables en contextos tan duros como son los nuestros”. Su trabajo además de emocionar, provoca confianza. La palabra confianza, asegura López, resume su trabajo. “Cecilia nos dice que hay que tener confianza en los procesos, para mí como artista es lo que me nutre y me abre una ruta para seguir caminando”.
En este deambular muchas mujeres en distintos ámbitos empiezan a tener, como menciona la artista argentina-mexicana Irene Dubrovsky: “Vicuña es una pionera que ha desarrollado un contenido muy bien destilado, nada anecdótico. Una artista que ha utilizado lenguajes nuestros, de nuestro continente, para contar historias que no se podían contar de otros modos”. Sin duda, como reflexiona Rincón Gallardo: “Su propuesta es un itinerario visual-político de otras tradiciones, de otras formas entender el mundo, es la recuperación de otros conocimientos”.
Es gratificante y poderoso que una plataforma tan determinante e influyente como la Bienal de Venecia reconozca a una artista que ha rechazado la obediencia y hecho de la rebeldía una ofrenda. Cecilia Vicuña es una creadora que, desde los años sesenta, se ha comprometido a tejer conexiones en un mundo que se está derrumbando.
AQ