Charles Baudelaire: el mal por el bien

Poesía en segundos

El autor de Las flores del mal comprendió que el cambio de las costumbres había engendrado un mundo donde “la idiotez, el error, la avaricia, el pecado” dominaban tanto al cuerpo como a la mente.

El 9 de abril se cumplieron 100 años del nacimiento de Charles Pierre Baudelaire. (Especial)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Entre las múltiples traducciones de Las flores del mal, quizá más de veinticinco, la realizada por el poeta cubano Manuel J. Santayana y editada por Vaso Roto (México, 2014) nos propone una nueva aproximación. En una edición limpia y hermosa, la traducción de Santayana conserva la música dominante del original con alejandrinos y rimas; y conserva, asimismo, la personalidad del vocabulario de la época y el humor hastiado y altivo del autor. Leemos, así, poesía en español y logramos intuir la malignidad espléndida del poeta sinestro.

Como Gustave Flaubert, el autor de Las flores del mal comprendió que el cambio de las costumbres había engendrado un mundo donde “La idiotez, el error, la avaricia, el pecado” dominaban tanto al cuerpo como a la mente. Mientras el novelista utilizó personajes típicos de los nuevos tiempos para mostrar el imperio del sentimentalismo y la tontería, el poeta maldito inventó, sin rodeos y con extremo refinamiento, el examen de la carroña, el horror, lo obsceno y lo tenebroso —en concordancia con Poe y Byron— para buscar tanto “La belleza” como el “Ideal”.

Charles Baudelaire eludió el brillante circunloquio narrativo de Flaubert y, de manera sintética, exhibió el ejercicio de una moral compleja: asumir la infamia como una forma de conocer el tedio y excavar a fondo (éste será también el camino de Dostoievski). En vez de explorar las tonterías de la conciencia ordinaria, que no puede entender la volatilidad de todos los principios en el mundo de la ciudad atestada, del hombre-masa, del dinero y la mercancía, el poeta parisino representó más que nuestras fallas (esto ya era común en el pasado), la creación más alta en la vileza, la búsqueda de las flores en el mal. Como casi todos los artistas del siglo XIX, Baudelaire pensaba que la burguesía y sus comparsas, el proletariado y la pequeña burguesía, jamás alcanzarían, por más que lo intentaran, la aristocracia de las costumbres y, en un plano más alto, la nobleza espiritual. El interés desemboca en interés. El dinero en dinero. La vulgaridad en vulgaridad. Sólo el arte podía alcanzar esa condición, acaso por su naturaleza excéntrica, pero a condición de abjurar de la sensiblería, la estupidez, el arte menor y de tomar como punto de apoyo una mirada inconforme y cruel: “A quien busca mi pecho [...] es a vos, Lady Macbeth, criminal desalmada”. Por este abierto carácter subversivo era natural que Las flores del mal, a diferencia de Madame Bovary, no superara la censura. Pero eso importó poco. El mal, estaba claro, abría el camino a la perfección y a la verdad; y, a la inversa, el máximo rigor desembocaba en la conciencia, feroz por refinada y refinada por feroz. Desde esta perspectiva, el desorden de los sentidos y el arte por el arte son dos resultados complementarios obligatorios: uno, en la locura libertaria; el otro, en la reflexión exquisita; ambos, en la soledad inevitable. Y la paradoja más grande: correr el velo de la hipocresía, para observar el mal, mostraba un rostro más complejo del bien y la belleza o, al menos, su rouge idéal.

​AQ

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