Charles Simic: taumaturgo excepcional, poeta rotundo

Los paisajes invisibles | Nuestros columnistas

El recién fallecido escritor adoptó el inglés no para sobrevivir sino para pensar e imaginar. Para escribir.

El poeta vivió en carne propia los crímenes del nazismo y las penurias de la guerra. (Especial)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Charles Simic podía recorrer el mundo de extremo a extremo, relatar una biografía de cabo a rabo, describir el alma o sugerir respuestas a ciertos misterios en dos o tres versos de un poema. Lo mismo sucedía con sus ensayos. Un espléndido amasijo de reflexiones literarias y, sobre todo, de recuerdos breves en los que cabían vidas enteras, el temperamento de una generación, el tiempo y sus reliquias, la ventura o los sinsabores del porvenir.

Simic era experto, también, en representar la energía de los objetos, digamos, un sillón, una vela moribunda o una cama vieja. En descifrar el espíritu animal (cómo olvidar al perro que intenta escribir un poema de la razón por la que ladra de “Mi turno para confesar”) y en percibir el aliento de los callejones, los bulevares, los almacenes, los bares, el asfalto, las habitaciones ajenas: en su obra, el ser es inseparable de su ambiente. Quizá es por eso que así definía su oficio: “Poema: un teatro en el que uno es la sala, el escenario, los decorados, los actores, el autor, el público, el crítico. Todo a la vez”, y aunque le adjudicó a Neruda el arte de hallar poesía en lo insospechado, lo justo sería decir que quizá no descubrió ese talento en el Nobel chileno, sino que lo identificó como un rasgo compartido.

Y es que, en el universo de Charles Simic lo poético habita en todas partes. En las carátulas de los relojes, en las carreteras donde los autostopistas tiritan de frío, en un mazo de cartas, en lo repugnante de los días de invierno sin un copo de nieve, en las cocinas en las que los ancianos se sientan no para asomar a la ventana sino para encorvarse y mirar sus pies. Sus personajes favoritos (¿debíamos decir sus modelos ontológicos?) eran los borrachines, los campesinos, los carniceros, los inmigrantes, los outsiders. Había en él un peculiar interés por los insomnes (él mismo fue un desvelado empedernido, tal vez por tanto pasado que llevaba a cuestas, y nunca le fue fácil conciliar el sueño. Por tanto, aprendió a sobornar a la vigilia para poder crear mundos paralelos).

Nacido en Belgrado, la antigua Yugoslavia, en 1938, Dragoljub Simic (ese era su nombre de pila original) vivió en carne propia los crímenes del nazismo, las penurias de la guerra y la invasión y acoso de Stalin (caray, a cuántos poetas les jodió la vida o influyó en sus destinos el endemoniado Koba), así que su familia lo llevó a Francia y luego a Estados Unidos, donde aprendió inglés y, como Vladimir Nabokov, como Sándor Marai, adoptó esa lengua no para sobrevivir sino para pensar, imaginar. Para escribir.

El murmullo de fondo en cada verso o viñeta existencial con que miraba, y nos hizo contemplar, a los seres que desfilan en sus cortometrajes de aparente insignificancia, fracaso y soledad, proviene de un oído afinado por el jazz; una vista entrenada por el cine, la sensibilidad curtida por el arte y la atención clarividente de la fotografía: El mundo no se acaba (Premio Pulitzer 1990), Mi séquito silencioso, El amo de los disfraces o el tan celebrado Una mosca en la sopa, no son meras piezas bibliográficas sino una fantástica reunión de monstruos y prodigios de lo cotidiano, la cotidianidad de Simic, un taumaturgo de excepcional sentido del humor, un poeta rotundo: en entrevista con Christopher Nelson (incluida en Si le falla la suerte, publicado en 2015 por Cal y arena, con traducción de Rafael Vargas), Simic dictó su declaración de principios: “Solo un hipócrita podría afirmar que sus pensamientos están completamente dedicados a asuntos superiores. No me gusta la poesía que olvida que comemos, cogemos y cagamos, así como también nos hincamos para rezar”.

Simic partió el 9 de enero en una residencia de Dover, New Hampshire. Informaron que el genio murió por complicaciones de demencia. Ese mal degenerativo que, en latín, refiere a la cualidad de salirse de la mente.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.