Christopher Domínguez Michael: “La crítica o es libre o es catecismo”

Entrevista

En entrevista con Laberinto, Domínguez Michael habla, entre otras cosas, sobre el papel actual de la crítica, la posibilidad de un lector ideal y sobre la idea paradisíaca de resguardarse “en el silencio de la lectura”.

Christopher Domínguez Michael, crítico literario y miembro del Colegio Nacional. (Foto: Octavio Hoyos)
Ángel Soto
Ciudad de México /

Escritor y crítico literario, Christopher Domínguez Michael (Ciudad de México, 1962) ha configurado uno de los corpus más nutridos de la literatura ensayística mexicana. Las páginas que ha dedicado a la crítica y a la historia de la literatura se cuentan en millares. Es miembro de El Colegio Nacional desde 2017. Ahí ha dictado conferencias y lecciones magistrales sobre poesía, escuelas críticas, pensadores y otras figuras del ecosistema global de las ideas.

Su nueva publicación es Maiakovski punk y otras figuras del siglo XXI (Taurus, 2022), un libro cosmopolita donde el autor de Octavio Paz en su siglo reúne algunos de sus textos más recientes y destacados.

En esta entrevista, Domínguez Michael habla, entre otras cosas, sobre el papel actual de la crítica, la posibilidad de un lector ideal y sobre la idea paradisíaca de resguardarse “en el silencio de la lectura”.

—Toda selección implica, necesariamente, un descarte. Si bien Maiakovski punk es un libro nutrido, imagino que hubo mucho material que debió quedarse fuera. ¿Qué mecanismos configuraron esta selección?

Cada lustro procuro reunir los mejores de mis ensayos y ofrecerlos en libro como es común en el ejercicio de la crítica. La omisión es fundamental. Entre más se escribe más uso debe de hacerse de la goma de borrar, para decirlo a la antigüita.

—El libro inicia con un texto sobre la destrucción de una ciudad, que es también la destrucción de la memoria. ¿Encuentra en la crítica literaria un soporte para la preservación (de la Historia, de la belleza, del Zeitgeist)?

La destrucción de Palmira prueba que la guerra, como en el principio de los tiempos, arrasa con civilizaciones antiguas y modernas y con sus monumentos. No hay nada nuevo en ello. Pero desde la Ilustración, los modernos (en Occidente) preservamos. Ese artículo es un homenaje al arqueólogo guardián de Palmira, asesinado por el fundamentalismo islámico.

—El canon literario es un concepto mutable. En ese sentido, la labor del crítico —retratista del instante— parece condenada a caducar. ¿Se identifica con esa idea?

A veces caducamos, a veces no. Shakespeare tuvo enemigos de la talla de Voltaire y Tólstoi y se equivocaron; en cambio, no pocos de los autores por los que aposté hace una década, desaparecieron o hibernan. Cada generación lee de manera distinta pero hay valores que permanecen y permanecerán, desde Homero hasta Proust. Lo que ignoramos es cuáles de los autores contemporáneos a nosotros sobrevivirán. Y la mayoría de los críticos desaparecemos. Esa es la apuesta, algo de posteridad, es decir, elegir novelas o poemas que permanecerán.

—Los narradores hablan de la ficción como el terreno de la libertad. ¿Es posible ejercerla también desde la crítica literaria?

Sí. ¿No fueron libres Steiner, Harold Bloom, poetas–críticos como Eliot y Paz o Luis Cernuda, Helen Vendler en las alturas académicas? ¿No lo era hasta hace muy poco Denis Donoghue? Menéndez Pelayo se liberó de la Iglesia Católica, disimuladamente, como Lukács de la literatura soviética. La crítica o es libre o es catecismo.

—Los compromisos adquiridos al pertenecer al ámbito literario pueden sesgar el juicio estético del crítico, que con frecuencia se abstiene en aras de mantener cierta armonía con sus congéneres. Usted, sin embargo, no ha rechazado escribir sobre aquella literatura que no le gusta. ¿Cuáles son sus reflexiones al respecto?

En la vida moral no hay independencia absoluta. Es cosa de regresar a la Crítica del juicio de Kant. Un crítico es ciudadano o ciudadana, súbdito acaso, votante, ateo, religioso, casado o casada, homosexual o heterosexual, paga o no paga impuestos… Escribir sobre lo que disgusta es una preferencia de algunos críticos; otros no lo hacen, tan buenos unos como otros. Yo no puedo respirar sin señalar lo que me disgusta. Eso no me hace más independiente, es mi temperamento.


—Los creadores literarios aspiran a forjar una voz propia y única. ¿El crítico literario debería aspirar a algo semejante?

Los grandes críticos literarios son grandes escritores: Diderot, Sainte–Beuve, don Marcelino, Steiner, Roland Barthes, Connolly, Virginia Woolf… Algunos escriben no sólo crítica sino poesía y novela y algunos sólo crítica, como Bloom o Charles du Bos. Nuestro Guillermo Sucre (que era venezolano, es decir habitante de nuestra lengua) también fue poeta. Se confunde al crítico con el reseñista que le pone estrellas a las películas. Es cosa de leer gran crítica literaria, como las reseñas del joven Borges, para entender de qué se trata.

—En tiempos en que la diatriba se ha apoderado del discurso público —creo que ningún ámbito susceptible de debate se escapa— con preocupante soltura, ¿qué papel juega la crítica literaria?

Huir del tuiter, de lo fenoménico, resguardarse en el silencio de la lectura, conversar con pocos amigos y pocos lectores. Pensarlo me parece hasta paradisíaco. Pero todavía alcancé a instruirme en la Edad de la Crítica. Ante la barbarie, la verborrea, el fanatismo, las ideas huecas, las obligaciones del buen lector, del crítico perseverante son muchas más que en épocas de ilustración.

—¿Percibe diferencias entre el papel de la crítica en el contexto actual en comparación con los años en que usted comenzó a practicarla?

Sí, eran los últimos años de la Edad de la Crítica. Había más revistas y suplementos, literarias y culturales, donde un joven crítico disponía, si era convincente, de hasta veinte páginas para explicarse. Eso pasó o está en la red, donde nadie soporta leer algo que dure más de unos minutos. Pero no creo en la Decadencia sino en los ciclos, a lo Vico, en el Eterno Retorno, etc. Lo fenoménico pasará. El medio no es el mensaje, contra lo que se repetía estúpidamente desde el siglo pasado.

—¿Piensa usted en un lector ideal para la crítica? ¿Existe tal cosa?

Sí, el lector de la calle, sin título universitario a veces, que se da tiempo para leer contra la familia, el trabajo y los famosos medios. Ese es el héroe. Para él escribió Virginia Woolf. Es mi lector ideal.

—Como toda persona que ofrece opiniones estéticas o intelectuales, el crítico literario es susceptible de cometer equivocaciones. Haciendo un ejercicio de autoevaluación, ¿ha cometido usted errores al escribir sobre algún autor, libro o tema? ¿Le han cobrado factura a la postre?

Me equivoco varias veces al año. Con los años la gravedad de las equivocaciones crecen y abochornan, pero así va. Pero es ver sólo el aspecto judicial (hacer justicia, separar al trigo de la cizaña) de la crítica. Mi obligación es leer para otros lectores, no necesariamente decidir entre lo bueno y lo malo (lo cual es una dura asignatura estética). El público quiere que los críticos “recomienden” y a veces no nos queda más remedio que complacerlo. Pero la crítica es en verdad la transmisión de la experiencia de un lector en busca de esa comunidad imposible de la que hablaba Blanchot. Espero que algunos de los ensayos de Maiakovski punk y otras figuras del siglo XXI (Taurus, 2022), cumplan con ese propósito.

AQ

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