Ciencia y religión a 500 años de protestantismo de Lutero

Ciencia

El verdadero conflicto surge cuando la ciencia propone un método que le permite buscar los principios fundamentales del Universo para conocer la “verdad”.

Podemos enlistar a docenas de científicos que han sido profundamente religiosos.
Gerardo Herrera Corral
Ciudad de México /

Hace 500 años que la Reforma iniciada por Martin Lutero alcanzaba su punto culminante en la Controversia de Leipzig. Es a partir de ésta que el papa León X inició el proceso de excomunión que acabaría por transformar la vida de las sociedades cristianas. Sin embargo, la relación entre ciencia y religión no cambió mucho.

Podemos enlistar a docenas de científicos que han sido profundamente religiosos. El físico alemán Max Planck (1858-1947), fundador de la mecánica cuántica, fue un creyente cristiano que expresaba su fe diciendo: 

“La ciencia no puede resolver el último misterio de la naturaleza. Y esto se debe a que, en última instancia, nosotros mismos somos una parte del misterio que estamos tratando de resolver”. 

Planck pensaba que, si bien para los creyentes Dios está al comienzo, para los científicos está al final de todas las reflexiones. El gran Isaac Newton (1642-1727) era un obsesivo defensor del cristianismo y consideraba que “la gravedad explica los movimientos de los planetas, pero no puede explicar quién los pone en movimiento”.

La lista puede ser muy larga y no se limita a los físicos; también son ejemplo de lo mismo Louis Pasteur, biólogo citado a menudo con: “Un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha ciencia devuelve a Él”; o Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), padre de la neurociencia, que en su discurso de ingreso a la Academia de Ciencias de Madrid dijo: “Dios ha escrito en los fenómenos de la Naturaleza”.

Louis Pasteur

La manera como vemos la ciencia puede encuadrarse en dos marcos distintos: o bien la ciencia procura la verdad como fin último, o es que su práctica solo adquiere conocimiento por su utilidad sin reclamar una aspiración más profunda de acceso legítimo a la verdad.

La segunda opción es pragmática. Es la visión que adoptan aquellos que piensan que el quehacer científico no pretende darnos una versión real de las cosas. Viéndola así, la ciencia no ofrecería una explicación global que represente todas las causas. La ciencia, o quien la practica con estas premisas, puede vivir y convivir con los postulados centrales de la religión. El conflicto surge cuando la actividad científica propone e implementa un método que le permite buscar los principios fundamentales del Universo para conocer la “verdad”.

"La ciencia, o quien la practica con estas premisas, puede vivir y convivir con los postulados centrales de la religión".

Pensar en la ciencia como algo instrumental que nada tiene que ver con la realidad no es una salida novedosa del conflicto entre la ciencia y la religión. Recordemos un pasaje histórico que muestra justamente cómo, al adoptar la postura sin ambiciones, se intentó evitar un conflicto.

Cuando Nicolás Copérnico se dispuso a publicar su trabajo Sobre la revolución de las esferas celestes, en el que expuso su teoría heliocéntrica, el encargado de la publicación y la supervisión de la imprenta era el predicador luterano Andreas Osiander (1498-1552). Sabiendo lo controversial que resultaría la publicación de tal libro, Osiander agregó una carta que dejó sin firmar y que antecedía al prefacio escrito por Nicolás Copérnico. Esta carta, titulada “Al lector que concierne esta obra”, decía: 

“Estas hipótesis no necesitan ser verdaderas ni probables. Al contrario, si junto a las observaciones proveen un cálculo consistente, eso es ya suficiente […]. Porque este arte, que quede claro, ignora completa y absolutamente las causas de lo aparente. Y si algunas causas son divisadas por la imaginación, como de hecho muchas son, no significa que sean adelantadas para convencer a nadie de que son verdad, sino meramente para proveer una base confiable a los cálculos. De igual modo, dado que diferentes hipótesis son a veces ofrecidas para una misma [causa], […] el astrónomo elegirá como primera aquella hipótesis que sea más fácil de aprender. El filósofo buscará tal vez, en cambio, la apariencia de verdad. Pero ninguno va a entender o a declarar nada con certeza, a menos que le haya sido divinamente revelado […]. Que nadie espere nada cierto de la astronomía, porque ésta no puede concebirlo, y que se evite aceptar como la verdad, ideas concebidas para otro propósito y así no acabar su estudio más tonto de lo que era cuando comenzó”.

Así, argumentando que se trataba solo de una propuesta conveniente, de carácter técnico, sin aspiraciones de ser “verdad”, Osiander intentó evitar el choque frontal con la iglesia. Uno que parecía inevitable ante la publicación de una nueva manera de ver al mundo. Con todo y sus pacifistas intenciones el enfrentamiento acabaría por darse.

Sobre esta acción de Osiander se ha escrito mucho. Unos acusan de traición a Copérnico quien moribundo ya no se enteró de la inclusión del texto sin firma. Otros dicen que Osiander sabía muy bien de la actitud conservadora de Martin Lutero y de Felipe Melanchton contra el sistema heliocéntrico y por lo mismo trató de evitar la confrontación. No falta quien ahora defienda a Osiander como un amigo de la ciencia y con muchas conexiones entre los académicos de la época.

Nicolás Copérnico formuló el modelo heliocéntrico: la Tierra gira en torno al Sol, y no al revés.

En su libro, Nicolás Copérnico describe por qué los antiguos pensaron que la Tierra estaba en el centro del Universo, explica la periodicidad del movimiento de los planetas alrededor del Sol, describe el movimiento de la Luna y la precesión de los equinoccios, entre otros fenómenos. Sin embargo, el precio era muy alto: quitar a nuestro planeta de su posición privilegiada alrededor del cual todo gira.

Explicó cómo es que lo que parecía ser una vuelta del Sol por cada día y las estrellas alrededor de la Tierra eran en realidad la rotación de nuestro planeta sobre sí misma.

Sin embargo, y a pesar de todos los esfuerzos de Osiander, cuando la visión de Copérnico salió a la luz en 1543, Martin Lutero señaló: “La gente le prestó la oreja a un astrólogo advenedizo que buscó demostrar que la Tierra se mueve, no los cielos en el firmamento, el Sol y la Luna […]. Este loco desea revertir toda la ciencia completa de la astronomía; pero la escritura sagrada nos dice [Josué 10:13], que Joshua comandó al Sol quedarse quieto, y no la Tierra”.

Cuando la actividad científica renuncia a la búsqueda de la verdad la reconciliación es factible. Por supuesto, la consecuencia inevitable es que el anverso de la moneda también es cierto: el conflicto entre ciencia y religión aparece cuando ambas consideran que pueden decir algo acerca de la naturaleza.

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