Clara Janés, escritora excepcional en muchos sentidos, cumplió 80 años el pasado 6 de noviembre. Dueña de una trayectoria que le ha merecido innumerables reconocimientos en su país y fuera de él —el año pasado el Pen Club de Hungría la galardonó con el Gran Premio Internacional de Poesía Janus Pannonius— sin excepción, la prolífica poeta los ha recibido con la serenidad que la caracteriza tras la cual anida una actividad febril.
De la obra de Janés se ha ocupado extensamente la crítica de diversos países, incluido el suyo, España. La editorial Galaxia Gutenberg publicó, en 2015, la hermosa antología Movimientos insomnes, que recoge poemas suyos del año 1964 a 2014 con prólogo del escritor y académico Jaime Siles.
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Se ha dicho de su poesía que desde muy temprano las disertaciones sobre la existencia y el ser fueron temas que la ocuparon y que han atravesado las distintas facetas de su extensa bibliografía. Se le ha ubicado, también, como una poeta mística, por los puntos de contacto que su voz mantiene con las letras de Juan de la Cruz, Teresa de Ávila y el místico sufí Ibn Arabi.
Otra vertiente donde se la identifica es la mítica, dentro de la cual se señalan sus libros Creciente fértil y Diván del ópalo de fuego que abrevan, el primero, de mitos hititas y sumerio-acadios, y el segundo de una antigua leyenda beduina de origen islámico.
Cierto es que no podría ubicarse en una sola de estas corrientes la poética de Janés, pues su característica ha sido la multiplicidad de indagaciones filtradas en su escritura. Entre ellas, es de importancia central su conocimiento y conexión con el trabajo del poeta catalán Juan Eduardo Cirlot, quien fue un gran investigador del símbolo y del signo. Sobre esto, es conocida la fuerza simbólica en los poemas de Janés cuyos libros han ido reformulando sucesivamente, a lo largo del tiempo, elementos de textos tan antiguos como la Gran Upanishad del bosque, de origen hindú.
El admirable lenguaje simbólico construido por la poeta ha dado vida a libros como Los secretos del bosque, Espacios traslúcidos y Los números oscuros, en los cuales se advierte una visión del mundo que en un primer momento atraviesa el tiempo histórico para adentrarse en vertientes espirituales; después entra en el espacio mítico y, finalmente, construye reflexiones en donde los números son personajes que ordenan y desordenan la naturaleza y el universo.
Antes de llegar a los momentos de Los números oscuros, libro de Janés en que el poeta Antonio Gamoneda dijo ver un hermoso relato en prosa, una “resistencia mortal cruzada por la luz, el sufrimiento y el amor” y una poética del simbolismo, la escritora había explorado intensamente el mundo natural, físico. Había palpado el mundo de la naturaleza no sólo desde su materialidad inmediata, sino en sus repercusiones alquímicas y filosóficas hasta ir abarcando en sus poemas conceptos de la ciencia, sobre todo de la física actual, que correspondieran a sus conocimientos y percepciones.
Los libros Fósiles, Lapidario y la Indetenible quietud, escrito el último en torno a la obra del artista Eduardo Chillida, forman parte de esta época de fascinada observación del entorno, que en realidad la poeta nunca ha abandonado.
Los vínculos que la poesía de Janés comenzó a tener con principios de la ciencia antigua y presente han derivado en libros impactantes. Variables ocultas es uno de ellos.
En él, retomando la teoría de la mecánica cuántica, a partir de la cual las variables ocultas de la ciencia existen y se refieren a parámetros desconocidos que no nos son accesibles, la poeta ha desarrollado, en poemas en prosa, un ensayo simbólico sobre el lenguaje del universo que, finalmente, es también el humano.
Aquí, lo aparentemente inanimado que habita la tierra y el cielo se manifiesta, se expresa, se liga a los seres vivos, surgen las voces, las escrituras y se atestigua la aparición de los alfabetos.
La fluctuación simbólica en la poesía de Clara Janés continúa fiel a su libertad inventiva en libros posteriores. Orbes del sueño, texto escrito en homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz y a Octavio Paz, “que la estudió”, y motivado por el azar de una nevada, es una disertación sobre la memoria, el conocimiento y el cosmos. La música de Arvo Pärt preside estas intuiciones.
En una línea de estudio de algunas postulaciones de la ciencia moderna, como el principio de incertidumbre, de Werner Heisenberg; las estructuras disipativas, de Ilya Prigogine; y la función de onda, de Erwin Schrödinger, surgen los libros Estructuras disipativas y ψ o el jardín de las delicias en los que la poeta apela a formulaciones de dichas teorías para revelar sus vínculos con el conocimiento poético.
Se sabe que Clara Janés, escritora polígrafa, se desenvuelve en diversas ocupaciones que van de sus tareas como integrante de la Real Academia Española, a su persistente dedicación a la traducción de textos en distintas lenguas; también a la creación de libros de artista, pues es, además, dibujante e ilustradora de muchos de sus textos.
El actual aislamiento a que obliga el covid-19, contrario a llevarla al decaimiento ha fortalecido su impulso creativo. Frente a un libro que recién terminara alrededor de Leonardo da Vinci, en el contexto de estos duros días, ha dicho:
“Este encierro me ha aportado el don de sentirme más viva que nunca. La armonía, la belleza, la sabiduría me animaban a una creación optimista en los momentos más difíciles”.
De la escritora de ojos azules, fulgurantes como estrellas; de la poeta que sintiera de niña la armonía de la música de clavicémbalo ejecutada por su madre y el misterio de las oraciones al amanecer de las monjas clarisas, en su casa natal de Pedralbes, en Barcelona, se puede decir que sus numerosos y magníficos libros dan testimonio de ese ánimo infatigable de creación.
ÁSS