La diversidad en las publicaciones firmadas por Claudio Lomnitz reflejan sus múltiples intereses: Evolución de una sociedad rural (Sepochentas 1982); Las salidas del laberinto: Cultura e ideología en el espacio nacional mexicano (Joaquín Mortiz, 1995); Modernidad indiana: Nueve ensayos sobre nación y mediación en México (Planeta, 1999); Idea de la muerte en México (Fondo de Cultura Económica, 2006); El antisemitismo y la ideología de la Revolución Mexicana (FCE, 2010); El regreso del camarada Ricardo Flores Magón (ERA, 2006); La nación desdibujada: México en 13 ensayos (Ediciones Malpaso, 2016).
Cultura, nacionalismo, identidad, muerte, historia, revolución o presente mexicano, eso sin tomar en cuenta los temas que aborda en sus textos periodísticos, lo que construye una mirada que permite el acercamiento al México en el que se formó antes de convertirse en catedrático de la Universidad de Columbia, donde fundó el Centro de Estudios Mexicanos.
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El antropólogo e historiador, quien este viernes ingresó a El Colegio Nacional, donde pronunció el discurso “Interpretación de ‘el tejido social rasgado’”, habla a Laberinto sobre los retos del México contemporáneo ante los nacionalismos y frente a la pandemia.
—En administraciones anteriores se hablaba de un “tejido social rasgado” vinculado con la violencia y el crimen organizado, pero ahora parece que ese tejido se está rasgando de muchas partes…
Lo que nos está costando mucho trabajo colectivamente en México es comprender que la sociedad mexicana se ha transformado de manera profunda en los últimos 40 años, en todos los terrenos. Por ejemplo, en el ámbito demográfico México ya no crece como lo hizo a lo largo del siglo XX, la estructura familiar ha ido cambiando y la demografía es un reflejo de esos cambios.
La sociedad ha ido cambiando en las relaciones de pareja, en la crianza de los niños. Lo mismo en el campo: el campo de hoy ya no es el mismo que el de hace 30 años. Es un campo muy urbanizado, no hay tanta diferencia entre el campo y las ciudades, como la hubo históricamente: la migración, las telecomunicaciones, la telefonía celular… Es una sociedad muy diferente a la sociedad con la que se construyeron las grandes instituciones, el gran Estado, la gran ideología nacional mexicana que conocemos del siglo XX.
Parte del problema que tenemos hoy es un problema de reconocimiento, y de cierto desconocimiento de la sociedad que, a veces, se vive como el rasgado del tejido social. A veces uno siente que no hay una comunidad como la que había o que no hay una estructura familiar similar a la que hubo.
—La violencia, la inseguridad, sin embargo, se mantienen como una de las principales preocupaciones de la sociedad.
Tiene que ver con el extrañamiento colectivo que nos ha generado la violencia tan impresionante que ha asolado al país desde los inicios de la llamada guerra contra las drogas. Esa violencia sí nos produce un problema de estupefacción colectiva: cómo podemos entender que vivimos en una sociedad capaz de esos niveles de violencia. En el siglo XX, México sí tuvo altas tasas de homicidio, sobre todo en las zonas rurales, pero nos hemos encontrado con unos niveles de violencia que sí son novedosos.
Por ejemplo, el desmembramiento de cuerpos no existía antes: destrozar el cuerpo de una persona ya indefensa. Las desapariciones son una novedad histórica, porque había asesinatos, pero no precisamente desapariciones. Esto nos ha generado una sensación de desencuentro con nosotros mismos, de desconocimiento, y eso es parte de lo que habla la gente cuando se refiere al tejido social rasgado.
El caso de los desaparecidos es el más fuerte en ese sentido, porque cuando desaparecen a alguien, los familiares no pueden pasar por un duelo, porque no saben si la persona está viva o muerta. Aun cuando les dijeran que su familiar está muerto, no saben dónde quedó, entonces no es posible hacer un duelo: es una sociedad que tiene decenas de miles de desaparecidos, lo que significa cientos de miles de amigos y de familiares que quedan en un estado entre la vida y la muerte desde el punto de vista social. Lo que espero en El Colegio Nacional es tratar de usar las herramientas que tengo como antropólogo social para hacer un poco más específico el problema, porque se ha convertido en una gran angustia para todos.
—Pareciera que la realidad avanza mucho más rápido de lo que la misma sociedad espera.
Ha avanzado muy rápido, son cambios a nivel de la sociedad y también del Estado. Hay una transformación del Estado y tampoco ha logrado nombrarse a sí mismo: qué le ha pasado, qué tipo de Estado tenemos. Vivimos un tiempo para tratar de conversar, son momentos para aprovechar las herramientas de mi disciplina para emprender una discusión abierta y pública.
Lo que es muy bonito de El Colegio Nacional es que son cursos abiertos a todo el público que se pueda interesar y esa es una gran responsabilidad, pero es importante que se trate de enriquecer la discusión pública con los conocimientos diversos que hay de las diferentes artes y ciencias, porque estamos en un momento de confusión colectiva, todos estamos metidos en ella. Y la única manera de salir es juntos, es con la discusión colectiva. Las soluciones a esto no van a venir de una sola cabeza.
—La conversación, sin embargo, es un arte que se ha dejado de lado, en especial con el dominio de las redes sociales.
Hay una gran tradición no sólo mexicana, sino iberoamericana, mediterránea, de la conversación. Es algo que se nos da, tenemos larga tradición y en la actualidad la necesitamos. Las redes sociales son comunicados muy breves, unas pocas palabras o una imagen o un meme: eso podría dar pie a una conversación, pero no es en sí misma una conversación, porque se requiere de un toma y daca, se necesita un poco de paciencia para oír al otro y ser escuchado, y esos son espacios que normalmente tenemos a través de la lectura de periódicos o de libros.
—¿La pandemia, el encierro, nos permitirá cambiar? ¿Nos obligará a cambiar?
No estábamos preparados para esto. Cuando empezó, imaginaba que en dos meses iba a terminar. Para mí ha sido una experiencia novedosa. Me tocó vivir la pandemia del sida, tengo lecturas de la pandemia de la influenza de 1918-1919, y son pandemias muy diferentes, porque esta tiene la tecnología de las comunicaciones, que ha permitido que una parte de la economía siga funcionando, a pesar de estar cerradas las escuelas, las universidades.
La pandemia sí coincide con otros cambios en la economía mundial, en la tecnología mundial, de modo que va a ser un punto de inflexión y de cambio: allí sí importa mucho que estemos considerando los cambios, reaccionando colectivamente ante ellos, sin el impulso de la simple restauración: ojalá se restauren muchas cosas, pero es muy probable que quedarán otras que no serán iguales, como la docencia. No creo que se vayan a acabar las clases presenciales, pero sí se van a suplementar con otras formas que antes no eran socorridas y que ahora todos saben manejar. Creo que, en este contexto, se hace indispensable un trabajo de diálogo y de información, para tomar, precisamente, decisiones informadas.
ÁSS