'Ven y mira': la belleza del horror

Cine

Es una de las mejores películas de guerra en la historia; sus secuencias sofisticadas y terribles siguen siendo tan atractivas como hace 30 años.

Ven y mira ha sido narrada desde el punto de vista de un niño de 12 años que se une a los partisanos
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Esto es la guerra: la hemos visto en Apocalipsis ahora, de Ford Coppola. La vemos en Ven y mira, de Klímov. El horror, sin embargo, no está exento de belleza. Es por eso que esta obra aparece a la mitad de la Muestra Internacional de Cine que ha llegado a sus 66 años de edad.

Hay algo, dice Chapman, en su libro War and Film, que une Ven y mira con Salvando al soldado Ryan, de Spielberg. Las dos tienen como fin sensibilizar a las audiencias, sobre todo a los jóvenes. Asunto importante hoy que la gente parece insensible a la posibilidad de una guerra que, sin embargo, se prepara en todos los rincones del mundo. Tal vez por eso la insistencia de la Muestra, que presenta viejas y nuevas películas bélicas.

Ven y mira ha sido narrada desde el punto de vista de un niño de 12 años que se une a los partisanos. Al principio, parece que lo ha hecho sólo por aventura, pero cuando vuelve a casa con una hermosa chica un poco mayor, Florián encuentra el cadáver de su madre y sus hermanas asesinadas. La aventura sigue, ahora en marismas inhóspitas, en bosques grises de altos árboles. 

Ven y mira sigue, en primer lugar, la escuela del realismo soviético, se concentra en los humildes, en esos de los que nadie escribe su historia. Pero Klímov abreva también en el neorrealismo italiano: sus actores son gente que se interpreta a sí misma. Habiendo ganado el premio de oro en el Festival de Cine de Moscú, Ven y mira parecía haber desaparecido del recuerdo de la crítica, pero ha comenzado a estrenarse en el mundo con la idea de mostrar lo que le espera a la civilización si viene la guerra.

Basada en el libro I Am from the Fiery Village de 1978, la película de Klímov está más allá del lirismo facilón de las exaltaciones bélicas hollywoodenses. Es una obra comprometida en decir lo que sucedió en Bielorrusia en 1943. Y lo hace de modo seco, dejando la poesía para otra ocasión. En ello estriba la posible comparación con Salvando al soldado Ryan. Ni una ni otra son didácticas (como La caída de Berlín, por ejemplo), ninguna tiene la poesía de Balada de un soldado.

Klímov, sin despreciar la fotografía, la deja en segundo plano. Alexei Rodionov, director de cámara, emplea el gran angular y usa el cámara en mano para dar al espectador la sensación de inmediatez. Sin embargo, usa también planos cerrados para describir con todo detalle los cuerpos muertos, desmembrados o quemados. Este es el arte del fin del mundo. La puesta en escena es fragmentada, casi surreal. Hereda de Godard el corte directo. Durante una escena, Florian y Gasha se bañan bajo la lluvia y una cigüeña vuela en torno del campamento. Klímov corta entonces y, poeta al fin, se pierde en los detalles. En cierto sentido su película desorienta pero es que todos sus personajes están extraviados. Los nazis son aquí una amenaza que no se manifiesta del todo. Son como una realidad que nadie quiere ver. Pero además, Ven y mira tiene otra influencia que no ha sido pensada: la picaresca española. Florian es una suerte de Lazarillo de Tormes que vive en el área de uno de los 628 pueblos que fueron arrasados por Alemania en la Segunda Guerra Mundial. En este horror, sin embargo, puede ser pícaro.

Ven y mira es una de las mejores películas de guerra en la historia humana. Sus secuencias sofisticadas y terribles siguen siendo, sin embargo, tan atractivas como hace 30 años, como esas pesadillas que todo el día nos dejan meditando en lo que somos, en lo que no queremos ser.

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