La cuarta metamorfosis de este país inició con la detención de Naasón, el profeta de La Luz del Mundo y siguió con Ovidio, el prófugo.
Publio Ovidio Naasón, el original, estuvo exiliado en una especie de Sinaloa, el país de los sármatas; hasta mandó obsequiar a sus amistades romanas una flecha como muestra de la única forma de artesanía de esa región.
Dentro de 40 años, con otros gobiernos y mentalidades sociales, vaticino que alguien llamará “valientes” a cualquiera de los bandos participantes en los sucesos de Culiacán y volverá a arder de nuevo la Troya del Humaya.
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Ovidio como forma de decir que todos somos Espartaco. Empezó como chiste en una página de broma y ahora ya todo mundo da por hecho que en Culiacán se han registrado decenas de niños con el nombre de Ovidio y hemos visto replicado el asunto en diferentes páginas y portales.
No es tan sencillo: la gente aquí, en Sinaloa, está dolida, traumatizada, e incluso la que ve con simpatía al narco no está cómoda y se mantiene preocupada por sus amigos y parientes.
Tocar el tema les incomoda a muchos amigos de Culiacán del mismo modo que la mención del terremoto afecta a otros en la Ciudad de México. No tuvo la misma dimensión, pero nuestra sensibilidad y sensación de seguridad tuvo un sacudimiento sísmico a nivel nacional. El chiste no se cuenta solo. Pero así como hubo camisetas con la frase “Chapo, hazme un hijo”, existe una población que simpatiza con la figura de Ovidio como el sucesor místico de Jesús Malverde.
La figura del bandido generoso es la más socorrida por los condenados de la tierra. ¿Qué tipo de sociedad es Culiacán cuya figura más emblemática es la imagen de un salteador del que no existen registros en los archivos de la época? A principios de los años noventa, cuando el culto a Jesús Malverde encontró eco en Colombia, un reportero entrevistó a personas longevas, algunas que incluso habían presenciado la Revolución, y ninguna reportaba haber tenido noticia de Malverde antes de los años ochenta.
Parece ser que la figura surgió en los años setenta, cuando el aguerrido sacristán y principal depositario del culto erigió la capilla con el apoyo discreto del gobernador Alfonso G. Calderón, todo con tal de que se moviera del sitio donde se erigiría el Palacio de Gobierno.
En este entorno existe también un ambiente como de Cavalleria Rusticana. Las ofensas deben pagarse de inmediato y con creces. Yo viví en Mazatlán y no sé si por la influencia costera la gente es menos rencorosa y las discusiones se resuelven en el mismo momento a fregazos.
Mis amigos de Culiacán, en cambio, pelean todas las batallas y un malentendido en una parranda o un incidente de negocios lleva a un enfrentamiento que, por fortuna en el ambiente que me desenvuelvo, no llega siempre a la fuerza física. Así que los sucesos del jueves negro revelaron la gran capacidad de reacción inmediata y organizada.
También la geografía de Culiacán aportó su parte: una y griega fluvial que forma tres ríos y divide la ciudad en áreas unidas por puentes donde formaron círculos de violencia y áreas de defensa. Tres ríos y dos fuegos con la población atrapada en medio.
¿En qué momento las sociedades quedan atrapadas en esa adolescencia de los comportamientos? Culiacán tiene dinero del bueno y del malo: la agricultura es de las más exitosas en un contexto incluso intercontinental y los empresarios ya trabajan en el cultivo de invernaderos, hidroponia y producciones orgánicas. Aclaro que no todos los nativos del valle del Humaya adoptan y defienden estas conductas; pero cada vez más la todopoderosa clase media ocupa estos espacios, como si ésta ya fuera una sociedad sin retroceso y los valores del hampa fueran moneda corriente.
Antes nos preguntábamos si no sería necesario que un ejército extranjero destruyera y ocupara nuestras ciudades por un periodo de varios años, como en la Europa de la Segunda Guerra Mundial, para que emergiera una sociedad consciente de la necesidad de contar con el apoyo solidario de sus semejantes, además de ahorrativa para tener algo con que sobrevivir en posibles épocas de crisis consecutivas y demoledoras.
Susan Sontag se preguntaba si la población de Estados Unidos, de haber visto su país devastado, hubiera sido tan guerrerista durante la segunda parte del siglo XX. Lo que pasó y no pasó en Culiacán será ahora una reflexión permanente y referente.
La panacea de legalizar la droga como palanca del cambio no es tan sencilla. El factor cultural y la historia económica de las regiones no solo determinan la manera en que aceptarían la despenalización gradual, sino también explican la manera en que durante el pasado quedaron atrapadas entre sus expresiones más perniciosas. No hay sociedad imbuida en el narcoterror que no provenga de la complicidad de un poder político enquistado y la complacencia activa de los sistemas de justicia. Quizá legalizar las drogas de manera abrupta puede llevarnos a una dinámica que no estamos listos para prever y el proceso gradual sea el más efectivo, aunque de esto no existen garantías o modelos probados en nuestro entorno.
Quiero en verdad a Culiacán. Tengo allá amigos de toda la vida que han sido fundamentales para mi formación humana y literaria. A veces los provoco diciéndoles que su ciudad es tan fea que prefiero estar preso en Mazatlán que suelto en Culiacán. O que Culiacán es la capital, pero que en Mazatlán está el verdadero capital. Sinaloenses de allá se quejan del hecho de que su sociedad considere la actitud de acatar reglas como una cuestión de debilidad: incluso un grupo de ciudadanos sacaron una campaña visual llamada “Lo cortés no quita lo sinaloense”. Pero el problema ya es generacional.
Hay que despertar a esta sociedad atrapada en una ensoñación que se volvió una pesadilla similar a las que provocan el opio y los espejismos de la locura. No dejar que gracias a las redes sociales la culpa de todo sea porque el operativo estaba mal hecho y pensar que lo demás está bien, todo positivo. Que el mal no existe y nadie es cómplice.
Toda sociedad que olvida el pasado está condenada a repetirlo. Aquel día de ira recuerda cuando en los años ochenta el gobierno federal, durante el gobierno de Francisco Labastida Ochoa, detuvo a toda la policía de Culiacán y a algunas cabezas operativas de grupos delincuenciales. El gobernador estaba ausente. Se informó que se encontraba en Los Cabos, y por haber buceado en la mañana no podría tomar un vuelo en varias horas. No hubo baño de sangre y, años después, usaría este incidente a su favor en su campaña por la presidencia en el año 2000.
Pero cada repetición multiplica los sucesos, como ocurrió con el caso de La Barbie en 2009: un acontecimiento más violento que la prueba que enfrentó Labastida y menor que la de hace días. Toda sociedad que olvida el pasado está condenada a competirlo y repartirlo.
RP/ÁSS