Dacia Maraini: “Soy una obrera de las palabras”

Entrevista

La autora de 'Donna in guerra' ('Mujer en guerra', 1975) comparte algunas anécdotas y habla de su libro más reciente, que pronto se traducirá al español.

La escritora italiana Dacia Maraini durante su reciente visita a Guadalajara. (Foto: Ariel Ojeda)
Enrique Vázquez
Guadalajara /

Dacia Maraini (Fiesole, 13 de noviembre de 1936) es una de las grandes autoras italianas de la generación de los años treinta. En su larga trayectoria ha escrito periodismo, poesía, novela, cuento, teatro y guion cinematográfico para directores como Marco Ferreri y Pier Paolo Pasolini.

Autora, entre muchas otras obras, del poemario Crudeltá all'aria aperta (Crueldad al aire libre, 1967), de la obra de teatro Dialogo di una prostituta con il suo cliente (Diálogo de una prostituta con su cliente, 1969), de la novela L'età del malessere (La edad del malestar, 1963) y del libro de memorias Vita mia. Giappone 1943. Memoria de una bambina italiana in un campo di prigionia (Vida mía. Japón 1943. Memoria de una niña italiana en un campo de concentración, 2023), Dacia Maraini, en entrevista realizada en su reciente visita a la FIL de Guadalajara, compartió algunos recuerdos y emociones que han trascendido a sus textos, así como de su gusto por la capital de Jalisco.

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Dacia, de nuevo en Guadalajara.

Sí. Vine en 2018 y me gustó el acogimiento que recibí, muy afectuoso y gentil. De Guadalajara me gustan los árboles, encuentro que los hay espectaculares, muy grandes y majestuosos, como los árboles italianos; para mí, que amo los árboles, este detalle es ya una razón para venir, me parece una ciudad bellísima, además, tenemos la feria del libro más grande de América Latina.

Vino a charlar y compartir algo de su poesía.

La poesía viene de la necesidad de expresar un sentimiento. Lo que viene cuando escribes es la emoción. La lectura de la poesía es también así. Escojo los poemas para leer según la ocasión. Por ejemplo, el 27 de noviembre que se conmemora la persecución de los hebreos, trato de leer algo de poesía relacionado con esto, o de la Navidad cuando se acerca el fin de año. La poesía nace de un sentimiento, no de un proyecto intelectual, me parece más un proyecto musical.

Usted ha escrito poesía, pero también narrativa, teatro, cine…

Me considero una contadora de historias, pero las historias pueden narrarse en teatro, en novela, en cine… Todas son expresiones muy diferentes, el teatro es simbólico, tiene una fuerza simbólica extraordinaria, ahora no me alargaré en explicar eso; la novela tiene una aportación social muy fuerte. Ahora, la poesía son las emociones, incluso podría decir que son las emociones que genera el sonido de las palabras. Al final todas son palabras, yo trabajo con las palabras, son mis ladrillos para construir algo. Soy una obrera de las palabras. Siempre estoy escribiendo algo, pero no me gusta hablar de los proyectos que están en marcha, sobre todo porque recientemente se ha publicado mi último libro: Vita mia…, que yo prefiero llamarlo Hambre, porque se trata del hambre en un campo de concentración en Japón, país en el que viví ocho años. De los ocho años, dos los viví en el campo de concentración porque mis padres no se adhirieron al fascismo, sufrimos un encarcelamiento político.

Cuando hablamos de su incursión en el cine, es insoslayable preguntarle cómo recuerda a Pasolini, con quien llegó a colaborar.

Él era un amigo, un profeta desde el punto de vista social, ético; era realmente un profeta porque entendió ciertos errores terribles que hemos cometido en cuanto al comportamiento humano, como la falta de una visión compleja y completa del mundo. Fue un hombre que pagó terriblemente su libertad, y es por eso que ahora es un hombre muy amado y apreciado, porque pagó. Dijo la verdad, fue honesto, crítico, pero pagó muy duro, fue masacrado. Todavía no se sabe quién lo mató, cómo fue realmente, su muerte es un misterio aún. Mi colaboración con él surgió porque yo en ese entonces había terminado de publicar mi novela Memorias de una ladrona, era un libro ligado a una historia verdadera de una ladrona analfabeta, pero inteligente. Cuando lo leyó, me dijo: ‘¿Sabes que has escrito un libro picaresco?’, y luego continuó: ‘Estoy comenzando a trabajar sobre un filme inspirado en Las mil y una noches y me gustaría darle una chispa picaresca… Quiero que trabajes conmigo’. Yo acepté, por supuesto, porque lo admiraba mucho. Alquilamos una casa cerca del mar, aunque nunca íbamos al mar, porque trabajábamos desde la mañana hasta la media noche. Un trabajo muy intenso, pero feliz, sereno. Él me confiaba sobre todo los diálogos femeninos, narraba la historia de una esclava, Zumurrud, que es muy inteligente y expresiva y que aparece en toda la historia, se enamora de uno, se pierde con otro y al final se reencuentra con viejos amores. En la mañana cada quien trabajaba en su parte y por la tarde lo hacíamos juntos. Nunca fue autoritario, prepotente o paternalista, realmente era una colaboración entre personas iguales a pesar de que yo era más joven. Siempre fue muy democrático en ese sentido, tenía un gran respeto por las mujeres. Era homosexual, pero tenía un buen entendimiento con las mujeres, incluso se enamoraba de ellas, María Callas era su amor.

No dejo de pensar en el libro Vita mia, al que usted prefiere llamar Hambre, y el sufrimiento por el cual pasaron usted y su familia en Japón. (La novela, por cierto, se traducirá pronto al español y la publicará Altamarea).

Cuando se sufre, cuando los recuerdos son momentos dolorosos, permanecen en la memoria. La memoria se vuelve entonces una especie de experiencia que no se va. Estuve en el campo de concentración de los siete a los nueve años. Recordaba todo, pero cuando comencé a escribir el libro, vinieron más recuerdos. Muchos de ellos, pensaba que ya se habían ido. La escritura tiene esta capacidad de reportar a la memoria recuerdos sepultados, recuerdos que borramos inconscientemente para no sufrir ese dolor implícito en ellos. Para escribir este libro también me inspiré en lo que escribió mi padre sobre ese campo de concentración. Lo que vivimos mi madre y yo. Ella escribió con un lápiz hasta que lo desgastó. Un lápiz que quedó pequeñísimo. Escribía en una libreta pequeña un diario del campo que duró lo que duró el lápiz. Ese lápiz lo guardaba escondido porque no era permitido en ese lugar, ni leer, ni escribir. Las hojas que escribió mi madre las guardó en la panza de un oso de peluche que mi hermana siempre tenía abrazado. El oso por la parte de adelante tenía una apertura y ella metía las hojas del diario ahí.

ÁSS

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