"El pasado no existe, es una ficción": una conversación con David Miklos

Entrevista

Con Residuos, el escritor mexicano nacido en Texas conquistó finalmente la voluntad de amalgamar en un solo libro sus tres primeras novelas publicadas.

David Miklos nació en San Antonio, Texas, en 1970. (Foto: Gabriela Sánchez | AP)
Ángel Soto
Ciudad de México /

La charla ocurre a mediados de septiembre, casi seis meses después del inicio de un confinamiento global instaurado a causa de la pandemia de covid-19. Al otro lado del teléfono se escucha la voz de David Miklos, sospechosamente entusiasmada. A la larga, dice, algo muy bueno germinará de todo esto en muchos frentes. De inmediato se retracta: “no sé de dónde me sale hoy este optimismo, mañana puede ser lo contrario”.

A su buen ánimo le atribuyo razones literarias. Hace un año, en diciembre de 2019, puso punto final a su empresa primigenia: la reescritura de sus tres primeras novelas —La piel muerta (2005), La gente extraña (2006) y La hermana falsa (2008)—, amalgamadas en lo que él denomina “Trilogía del origen”. Este proyecto cobró la forma de un libro llamado Residuos, publicado hace pocos meses por Dharma Books en su colección Combate a 10.

“Es un buen título de colección”, sugiere Miklos, “es Robert de Niro en Taxi Driver asomándose al espejo y diciendo: ¿me estás hablando a mí?”.

Y sí, desde la rigidez del libro deliberadamente olvidado en la estantería, esa historia le hablaba a él y reclamaba volver al papel transformada en lo que siempre quiso ser: “un solo libro sobre el origen, sobre una búsqueda domeñada a través de la ficción”.

En el apéndice que acompaña al libro, Miklos conjura a Italo Calvino para otorgarle el crédito por la pulsión que estimuló su propia creación literaria.

“Fue y es la enseñanza última de lo que yo deseaba escribir y escribo, la observación, el pensamiento y la vivencia del mundo y la historia que me contiene, y las tres partes de Residuos son el resultado de dicho trance”.

—¿Reescribir es un ajuste de cuentas o una reconciliación?


Es ambas cosas. La literatura y la escritura son bipolares. Lo más difícil de escribir es sentarse a escribir. Quitarse de encima los velos de la página en blanco y el cursor parpadeante a veces es complicado, pero una vez que estás escribiendo, la cosa fluye y la idea del sufrimiento desaparece. Entonces uno puede abandonarse a la escritura y disfrutarla. Sí es un ajuste de cuentas, pero es una reconciliación y es parte del proceso. No fue doloroso, pero sí confrontativo. Disfruté poder dinamitar esa obra originaria y volverla un solo libro que tiene vasos comunicantes en las tres partes.

—Subrayé una línea que me pareció evocadora: “Si algo así como el pasado realmente existe”. En tanto que la reescritura es un encuentro con él, ¿en qué sentido el pasado existe para ti?

Ese subrayado es fundamental. Yo me dedico a eso ahora, no sólo en mi escritura sino en mi vida académica. Mi tema es el vínculo entre la Historia y ficción. Me he puesto a leer mucho sobre el tiempo, sobre física cuántica, y la conclusión natural es que el pasado no existe. Existe un tiempo único, que es éste que nos acompaña permanentemente en un presente que tampoco existe porque es muy difícil de asir. Se convierte muy pronto en otra cosa que llamamos pasado y apunta hacia otra que denominamos futuro. Cada vez que tratamos de regresar al pasado, nos damos cuenta de que hay muchos huecos. Cualquier historiador puede decir que, por más que haya archivos y documentos que verifiquen tal o cual evento, siempre habrá un hueco que rellenar. Al engarzar documentos con texto y subjetividad, el historiador está creando algo nuevo.

La Historia se escribe desde este presente en movimiento. Un historiador dirá que el pasado no existe, porque los historiadores dependen de esa idea del pasado que está volcada en las fuentes primarias, pero un escritor sí puede decir que el pasado es una ficción, y que gracias a eso uno puede escribir. El pasado es una plastilina que uno tiene que moldear para que parezca lo más verosímil posible. Esa es la premisa de mis libros.

—Entonces estamos ante una paradoja, porque no tenemos otro mecanismo para contarnos el pasado

Exactamente, nuestra relación con el tiempo y con la memoria es completamente paradójica. Lo que no ocurre está tan permeado por interpretaciones y por experiencias ajenas, que uno se pregunta qué tan verdadero es un recuerdo. Pero la pregunta en realidad es: qué tan verosímil es un recuerdo. Y ahí es donde la ficción le hace un gran favor a la Historia. La escritura de la Historia es literaria y puede ayudarse muchísimo de la ficción para su construcción.

—El gran tema de Residuos, tú me lo acabas de confirmar, es precisamente la memoria, pero la memoria está necesariamente vinculada al desprendimiento...

Totalmente. Este libro es eso, un desprendimiento. Cada libro acabado es algo que está ahí, muerto de alguna manera. Sólo va a desmorir —no revivir, hay que pensarlo más como Drácula— en cuanto otra persona lo lea y lo insufle de su propia vida. La Historia y la literatura son progresivas porque van quedando en otras personas, más allá de las personas que la hicieron o que la escribieron. Sí se va desprendiendo, pero también va permaneciendo. No es un intercambio, es un pase de estafeta. Es lo que pasa con nuestra relación con el tiempo, con el pasado, con el futuro: uno va acumulando cultura, historia y literatura. Por eso cuando una biblioteca se incendia, lo que se pierde es un acumulado, algo que trasciende lo material. No son los libros, es la posibilidad de esa progresión literaria e histórica.

—En una crítica a La piel muerta, Antonio Ortuño escribió que te concedes “muy poco oxígeno verbal” y que tu prosa está “rasurada al borde del telegrama”. También son palabras que podrían describir a Residuos.

Lo que yo siempre he buscado es ir acotando lo más posible, decir lo más con menos. Alguna vez conversaba con Juan Villoro y me decía: “tus libros son una especie de épica íntima”. La literatura épica es voluptuosa y lo que yo hago, al contrario, es contener el lenguaje, pero sin limitarlo. Depuro, pulo y contengo, sin embargo dejo ventanas y grietas abiertas para que la persona que enfrenta el texto pueda entrar y pueda construir su propia lectura. En ese sentido, no es una escritura acabada.

—Y es el lector o la lectora quien debe llenar las grietas...

Claro, y tiene que hacerlas propias. La literatura que ha sobrevivido es aquella en la que muchísimas personas han dejado algo de sí mismas. Podemos mirar hacia atrás, asomarnos a suplementos literarios y entender que hay miles de libros que no han sobrevivido al paso del tiempo porque no han logrado conseguir esa alquimia de permanencia. Eso sólo se logra si uno está continuamente dialogando con la literatura que lo precede. Si uno no está dialogando con Homero, está haciendo algo muy mal. Por eso a mí me funciona la literatura de Anne Carson, que es una escritora de vanguardia total; ella ve hacia adelante, pero está sostenida de una manera contundente en lo clásico. Es una genio. Si me preguntas quién es la mejor voz viva en el mundo en este momento, para mí es Anne Carson. Yo leí Autobiografía de Rojo y me reventó la cabeza. Eso es literatura

—¿Dirías entonces que tu literatura aspira eso, a ser un diálogo con la tradición que sea capaz de trascender?

Sí, y no sólo con la tradición, sino con toda esa literatura que nos precede, sea o no canónica, porque lo canónico es muy subjetivo. Por ejemplo, tenemos el boom, que fue dejando piezas en su camino. De repente, muchos años después, descubrimos autores previos que son mejores o más importantes, como Antonio Di Benedetto, que sobrevivió al paso del tiempo y ahora es una gran referencia. Esa es la aspiración: permanecer en los lectores y que te lleven más allá de ti y de tu tiempo.

—¿Permanecer en los lectores más que en la Historia?

Sí, porque finalmente esos lectores van a construirla. En La paradoja de la historia, Nicola Chiaromonte habla de la importancia del individuo en la historia. Para explicar eso, en vez de recurrir a libros de historia, recurre a obras literarias. No podemos entender la historia de la literatura sin esos individuos que somos los escritores y los lectores, esa mancuerna que le da vida a algo aparentemente muerto: la letra impresa.

—¿Reescribirías alguna otra de tus novelas?

Es probable que no. Lo que sí me interesa es escribir los libros que vienen a partir de esta experiencia. No me gustaría volver a la reescritura, creo que es una especie de truco que se puede hacer una vez.

​ÁSS

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