Caminaba por el centro histórico de la capital peruana cuando llamó mi atención el patio interior de un viejo edificio decimonónico, cuyas columnas de hierro fundido estilo Castilla estaban siendo remozadas. Tirado sobre el piso, boca abajo, se hallaba un hombre que parecía estar rezando. Frente a él había colocado su chamarra enrollada a fin de recargar en ella un libro. Se sostenía en sus antebrazos y mantenía los dedos de las manos entrecruzados bajo el sol ardiente que bañaba buena parte del patio. Hizo una pausa, la cual aproveché para aproximarme. Oraba por su hija que en ese momento estaba debatiéndose entre la vida y la muerte en algún hospital de la ciudad.
Lo sorprendente fue que no tenía frente a sí ningún catecismo o versión de la Biblia, sino un libro de arte. Estaba abierto en la página que mostraba la reproducción de un lienzo pintado por el francés Henri Gervex en 1887 bajo el título de Antes de la operación, también conocido como “El doctor Péan en La Salpétrière”.
Significó toda una revelación acerca de lo que implica vivir. Casualidad o no, resulta ser que precisamente en ese cuadro el autor captura el momento en que una mujer está a punto de renacer, durante una cátedra práctica impartida en el Hospital parisino de Saint-Louis, La Salpétrière, sesión en la que el doctor Péan demostró por primera vez una novedosa técnica para evitar la muerte de muchas personas: el pinzamiento de los vasos sanguíneos con objeto de detener hemorragias.
Gervex, talentoso joven con grandes ambiciones, deseaba dejar testimonio realista de los sucesos trascendentales en esos años. No en balde el cuadro que estaba mirando el afligido padre tuvo su antecedente en La lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp, del flamenco Rembrandt. Esto le ganó amplio reconocimiento al pintor francés.
Fue en ese célebre complejo hospitalario de La Salpétrière donde me encontré en varias ocasiones con el neurocientífico chileno, Francisco Varela. Lo conocí años antes, cuando era un entusiasta investigador de las funciones mentales desde el punto de vista de la biología en el campus Jussieu de la Universidad Pierre y Marie Curie, abriendo en forma delicada roedores y otros animales con sistema nervioso complejo, pero viéndolos inevitablemente como objetos de ensayo y error.
Para él dejó de tener sentido esa manera de intentar responder los enigmas de la vida y sus implicaciones. Un día dio un golpe de timón a su propia existencia. Mientras su hija triunfaba en las pasarelas como súper modelo, él inició la práctica del budismo, renunció a la neurociencia invasiva y se mudó al citado hospital, el mismo donde Sigmund Freud llevó a cabo sus prácticas de campo bajo la tutela del ilustre neurólogo Jean-Martin Charcot.
En aquella enorme galería de anomalías humanas Varela continuó estudiando la vida como un fenómeno puramente aleatorio en un mundo singular, ayudando a explorar y remediar, en lo posible, deficiencias neuronales de muchas personas, por ejemplo, con epilepsia, sin lastimar sus ventanas rotas, capturando al vuelo las sombras de sus pensamientos.
Dedicó numerosas horas de estudio y práctica personal a comprender el tesoro de introspección cognoscitiva que hay detrás de siglos de meditación y sueños lúcidos, registrados por varias generaciones de monjes budistas. Junto con el biólogo y filósofo, también de origen chileno, Humberto Maturana, su maestro y colega, reunieron ese material y publicaron varios libros, los cuales tendieron un puente entre semejante ejercicio onírico de los monjes orientales y el pensamiento científico-filosófico de Occidente, con la única intención de conocer mejor el teatro de la mente.
Francisco defendía una visión fenomenológica de la realidad y la naturaleza que se abre paso en ella. Estaba convencido de que, en el caso de los humanos y algunas especies animales que también poseen cierto grado de conciencia, pues cuentan con un sistema nervioso más o menos complejo y funciones mentales manifiestas, la mente y el cuerpo son una sola cosa, un fenómeno temporal de la naturaleza, sin otro propósito que el de satisfacer una necesidad imperiosa de moverse, ya sea en busca de alimento, para perpetuarse y defenderse de un depredador.
El trabajo que llevó a cabo en las neurociencias y su naturaleza cibernética fue consistente, sin vacilaciones, hasta el día de su muerte prematura, en mayo de 2001. Con él conversé sobre otro cuadro del mismo Gervex, quien al año siguiente de haber pintado al médico Péan a punto de operar, 1888, presentó otra obra en el Salón del Arte de París.
La composición resulta inquietante, no solo por lo que vemos en ella, sino por la historia que motivó al pintor, quien había leído un poema de Alfred de Musset, publicado en 1853, en el que cuenta los infortunios de un tal Jacques Rolla, joven burgués aficionado a los placeres de la vida libertina. En ese ambiente bohemio conoce a Marie, una prostituta adolescente.
Gervex retrata el momento en que Rolla, arruinado, se encuentra de pie frente a la ventana del cuartucho donde cohabita con Marie. La mira dormir, triste; está a punto de envenenarse. El cuadro fue excluido del Salón del Arte por los administradores, quienes lo consideraron “inmoral”.
En realidad, la obra de Gervex fue calificada de indecente no por el desnudo que contiene (en el cuadro del doctor Péan la mujer que va a ser operada también muestra descubiertos sus pechos), sino porque la vestimenta tirada aquí y allá en el cuarto de los amantes representa, sin pudor, el oficio de la joven. Se trata, pues, de sueños rotos, cuyos pedazos de paño conforman un tortuoso camino hacia la muerte.
ÁSS