Verónica Murguía es una escritora muy particular en la literatura mexicana: historiadora de formación, de una cultura exquisita y profunda centrada en la Antigüedad, la Edad Media y el mundo árabe, que ha desplegado en novelas y libros de cuentos como Auliya, El fuego verde, El ángel de Nicolás y El cuarto jinete, entre otros, es también la creadora de una narrativa infantil y juvenil tanto fantástica como original e imaginativa.
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La obra de Verónica Murguía es una de las más enriquecedoras de nuestra literatura. La morosa investigación que sustenta sus novelas y cuentos situados en la antigüedad lejana, a la manera de Marcel Schwob, se traslada al lenguaje con una sutileza plástica. Auliya, la joven coja y dueña de poderes mágicos de su primera novela del mismo nombre, encuentra en el desierto el amor y el mar. En El fuego verde otra niña, Luned, sigue el rastro de los ciervos a través de un bosque de inspiración celta. También recrea la antigua Hispania donde Federico II buscó averiguar a través de una práctica cruel el idioma de los ángeles en uno de los cuentos de El ángel de Nicolás o el París que en el siglo XIV sufrió la terrible epidemia de la peste bubónica en El cuarto jinete, su más reciente novela en la que alcanza la perfección narrativa.
La delicadeza del lenguaje en la obra de Verónica Murguía pareciera tejer el aire que los personajes respiran, así como sus sentimientos, sus deseos, sus dilemas. Cada narración encuentra su exacto tono sin que se note el artificio, ni se haga especial gala de transformismo. La valentía, la generosidad, la piedad, valores que están en el centro de su indagación narrativa, guían el alma de sus protagonistas, ya sea el médico Pedro de Hispania, un musulmán oculto entre los cristianos, y su discípulo Guy de Comminges, que tratan de ayudar a los enfermos de la peste en El cuarto jinete; Soledad, que convence al dragón viejo de que acepte su final en Loba; o la mujer de Lot en el cuento del mismo nombre, cuya compasión por los habitantes de Sodoma la hace volver el rostro en la huida y convertirse en estatua de sal.
Esta preocupación por lo humano, por la ternura y la caridad que no deja de lado las descripciones del horror más profundo y el dolor más fuerte, aunada a su vasta cultura antigua que en su caso alimenta el género de la fantasía con un refinamiento poco frecuente, son vasos comunicantes, creo yo, entre su narrativa para lectores adultos y la más nutrida, la que se dirige a un público infantil y juvenil que ha recibido importantes reconocimientos, desde el Premio Juan de la Cabada por el cuento Historias y aventuras de Tate el mago y de Clarisel la cuentera en 1990, hasta el premio Gran Angular de Literatura Juvenil en España por la extraordinaria novela de fantasía Loba. Asimismo, Auliya fue finalista del concurso Rattenfänger que convoca la ciudad de Hamelin.
Junto a esta delicadeza habita en la escritura de Verónica un lado humorístico que da vida a los personajes maravillosos de sus cuentos infantiles como el Monstruo Mandarino, la araña Nueve Patas o el fabuloso trío Mala Fama, entre mis preferidos, así como los perros y gatos que habitan la colonia Del Valle en la novela infantil Ladridos y conjuros. Esta parte de su obra, fresca y siempre sorpresiva, se hermana con el tono de su columna periodística, “Las rayas de la cebra”, que publicó durante casi veinte años en La Jornada Semanal. Quizá el ser de Ciudad Satélite, o como ella diría, sateluca, le ha dado una perspectiva muy distinta de las cosas.
Debería añadir aquí que Verónica ha sido además locutora de radio; es ilustradora y traductora; ha traducido dos libros de ensayos de Francisco González-Crussí, dos libros de William Alexander y el libro autobiográfico Ilegal, de José Ángel “N.”, publicado por la Universidad de Illinois. A su vez, sus libros se han traducido al alemán, el italiano y el ruso. La Medalla Bellas Artes se honra con este reconocimiento.
El título de esta publicación es sugerencia de la redacción.
*Texto leído el 12 de septiembre en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
AQ