“¿Cómo entablar un diálogo con un héroe o con una heroína? ¿Cómo cuestionar su obra poética? ¿Cómo hacerlo siendo sólo una mortal?”. Estas son algunas de las preguntas que se plantea la poeta Lucía María en el epílogo de Delta de sol (Dharma Books, 2020).
Sílaba por sílaba, verso por verso, se trata de un poema que busca responder a Piedra de sol, de Octavio Paz, y romper poco a poco esa dureza con la que se ha rodeado a la figura del Premio Nobel de Literatura, acercarnos de nuevo su obra, su poesía, su belleza. Es, además, una perspectiva femenina que se enfrenta a las mismas preguntas y al mismo dolor que aqueja al poeta, pero lo alivia de otra manera, quizá evitando así volverse piedra.
Las inseguridades, la autocensura y el autosabotaje, inevitablemente, se multiplican. Pero Lucía María aceptó el reto, ejemplificando, lo sepa o no, la cualidad que admira en los poetas: que se entregan a la verdadera búsqueda, a crear y vivir creando.
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—Al responder a Piedra de sol, ¿cambió de alguna manera tu forma de leer el poema, lo que te decía, lo que tú interpretabas de él?
Sí he tenido diferentes interpretaciones, diferentes apreciaciones. La primera vez que leí Piedra de sol me impactó mucho. Cuando regresé a él con la idea de hacer este contrapoema fue cuando me enojó, me generó ganas de protestar. Y ahora es raro, a veces siento que he caído en el papel de “odiar a Octavio Paz”, ¡y no es así! Continuamente me vienen versos de su poema a la mente. Es una figura que ha dado algo de qué protestar, alguien con tanto brillo que no te deja ver. Pero eso me pasa con cualquier figura o libro que se vuelve un muro que no permite alcanzar una verdadera lectura o diálogo.
—Hay un Octavio Paz poeta, la persona, pero también simboliza un sistema, una época y una serie de significados que se le han impuesto. ¿A quién o a qué más le respondes en el poema?
A la adoración. A esta figura endiosada como autoridad, que no es posible cuestionar. A todo eso, a las personas que lo apoyaron ciegamente, que nunca cuestionaron su figura. Quizás Paz no lo provocó tal cual, sino quienes crearon con él la revista. Pero la crítica es algo que considero necesario, normal.
—En el epílogo te preguntas cómo entablar un diálogo con un héroe o con una heroína, y tú misma te enfrentaste a la autocensura, a las dudas de ti misma. ¿Cómo superaste esos obstáculos?
Llevé un proceso muy lúcido de terapia que me ayudó a separar qué podía caber realmente dentro del poema y qué era algo personal que yo tenía que resolver. Pensaba: “estas emociones las puedo llevar al poema, estas otras no”, y lo pude definir a partir de las diferentes reescrituras. El problema era que no sabía cómo ir más allá en el verso libre. El poema comienza, tal cual, respondiendo a cada verso de Octavio Paz; hago un primer final, y luego abro otra vez y hago verso libre. Ahí me sentí muy vulnerable, pues recién había salido del poema de Paz y todavía tenía presente su sonoridad, sus versos. Quería seguir peleando. Cuando llegué al verso libre, no me sentí tan libre, entonces me puse a leer a diversas poetas, una serie de voces femeninas: Sara Uribe, Gloria Gervitz, Clarisse Nicoïdski, Robin Myers, Ana Isabel Conejo, Andrea Alzati, entre otras, pues en ese momento estaba sintiendo lo mismo que ellas: tristeza, impotencia, inseguridad. Pero de repente pensé entonces no tengo voz, porque es una voz o alimentada en contra de Octavio Paz o con resonancias de otras mujeres. Ahora me toca escribir algo a partir de mi voz. Ahora sí me siento lista para desligarme.
—¿Qué fue lo más complejo del proceso?
Fueron muchas reescrituras y sí fue muy machetero estar contando sílabas en la primera parte, y no pensar en Paz en la segunda parte. La verdad nunca lo disfruté. Muchos dicen que hay que disfrutar escribir. Yo no. La pasé súper mal, llegaba a la hoja y en un par de horas estaba desesperada, con todas las emociones que sentía a partir de la impotencia. Lo que me ayudó fue, primero, que me hayan dicho que sí a la publicación. Y segundo, Sara Uribe. Le hice llegar el poema para saber sus comentarios, una versión que todavía tenía muchos cabos sueltos. Platicamos durante una hora o poco más, pero con eso sentí más fuerza, y ahí fue donde hice la última versión dos o tres meses antes de su publicación.
Ahora empiezo a cuestionarme si escribí un poema que siempre va a estar a la sombra de otro poema, a cuestionarme desde otro lado, no sé si es previniendo lo que me pueden decir las personas, los lectores, la crítica, pero sin tomármelo tan en serio porque ya está, no puedo hacer nada.
—Así como a Octavio Paz, ¿qué le responderías a Lucía María cuando estaba por escribir Delta de sol, a lo que te decías en ese entonces?
Que creo que sí logré un contrapoema. Sí se nota que estoy debatiendo con Piedra de sol. Pero hacia el final cuando hablo de una libertad más hacia la entrega, hacia el amor, siento que todavía es un grito. Eran esos últimos versos lo que le debatía tanto a Paz, que su poema no daba pie a la entrega sino a un mismo círculo que se cierra, se acaba con la muerte, un círculo vicioso que quizás genera una majestuosidad individual, pero que no termina entregándose. Y creo que el mío tampoco termina entregándose. Se abre hacia la idea de la entrega, pero no sé cómo escribiría algo que en verdad lo fuera.
—Como ejercicio poético, ¿le responderías a alguien más?
Creo que lo haría desde otro lugar, sin sentirme tan presionada e incapaz. Me gusta mucho Muerte sin fin, de José Gorostiza Alcalá, y me ha pasado por la mente hacer el ejercicio con ese poema. También con El sueño de Sor Juana. Esos poemas me han dado vueltas y vueltas. Pero sería una maquiladora de cambiar poemas… aunque eso es de cierta forma la literatura. Las ideas y las historias son un poco la misma, y tú haces tu versión. Pero hay otros ejercicios interesantes que no tienen que ser bajo el esquema de responder o cambiar un poema, incluso algo igual de difícil. Estaría también padre salir de este lugar. Pero sí hay un respeto al hacerlo, no me hubiera tomado el trabajo si no respetara el poema de Piedra de sol, lo mismo con Muerte sin fin. Son poemas que respeto tanto, y que sé que no voy a superar, y que tampoco habría por qué superarlos.
—Delta de sol está publicado bajo la licencia Creative Commons. ¿Cómo fue que llegaste a esa idea? ¿Qué te dijo la editorial?
La idea fue por Antígona González, de Sara Uribe. Yo no sabía de licencias. Le pregunté a Sara cómo le iba a su libro y me dijo que le iba a bien, que se seguía vendiendo y que además llegaba a más partes. Creo que es una buena idea para personas como yo, que no vivimos de un libro. Se lo planteé a mis editores y dijeron que sí. Ha sido bueno, sobre todo en la pandemia, pues el libro físico es un poco más difícil de distribuir. A partir de esto voy a cuestionarme muchas cosas, no el escribir, pero sí el publicar, ¿vale la pena, no vale la pena? Es otro tipo de presión, una cosa es escribir y otra es publicar. Otras dudas, otras emociones y otras decisiones.
ÁSS