Descanse en paz Colón

Ensayo

El revisionismo de figuras y símbolos históricos parece un sello de identidad del gobierno federal y del capitalino. ¿Será una faceta más del discurso populista?

El pedestal vacío de la estatua de Colón en Reforma. (Foto: Fernando Llano | AP)
Carlos Illades
Ciudad de México /

La disputa política suele trasladarse a los símbolos y la memoria histórica —que se balancea entre el mito y la verdad— está llena de ellos. El águila y la serpiente, el Pípila, los Niños Héroes encabezan un catálogo para nada exhaustivo. Si esto es así, en la historia como discurso cívico, revitalizada por la administración actual, el fenómeno se potencia. El presidente anunció hace poco un vasto y oneroso programa de actividades para conmemorar la conquista de México y la consumación de la Independencia, atando ambos, claro, con la Cuarta Transformación. Éste contiene múltiples registros, entre los que llama la atención la recreación de escenas históricas (la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México), algunas ya adelantadas en los desfiles patrios. Las conferencias matutinas, más otros indicios, apuntan a la recuperación de la interpretación romántica (decimonónica), de acuerdo con la cual la Independencia liberó a los indígenas del yugo español, obviamente sin problematizar lo mal que les fue a los pueblos originarios con la Reforma liberal, ni tampoco para destacar que aquella fuera el nacimiento de la patria mestiza, esto es, una colectividad distinta de los elementos que le dieron origen.

Como preludio de esto, un “colectivo” fantasmal convocó a atacar el monumento de Cristóbal Colón el 12 de octubre, acaso acicateado por una práctica extendida este año en múltiples países contra los símbolos de opresión (pienso en el derribo de las estatuas de los Confederados en Estados Unidos). La jefa de Gobierno de la Ciudad de México sorpresivamente bajó de su pedestal a la imagen colombina elaborada por el francés Charles Cordier en 1875, aduciendo labores de mantenimiento de la glorieta, y conminó a la ciudadanía a reflexionar sobre la permanencia del monumento en una de las principales arterias capitalinas. Lo expedito de la medida y el llamado al debate histórico suenan impostados, dado que la autoridad metropolitana incentiva una discusión prácticamente inexistente en la sociedad, esto es, hace eco de un vacío. La pregunta es por qué ahora y la respuesta no puede ser más que hipotética.

Es una constante de este gobierno la hiperpolitización de los acontecimientos y su sometimiento a la lógica binaria del discurso populista. La operación consiste en conformar un campo antagónico, manejado a voluntad por quien lo define, es decir, el Estado las más de las veces. Los conservadores, presumo, serán quienes deseen contemplar la estatua colombina en el Paseo de la Reforma, mientras que los partidarios del “cambio verdadero” opinarán lo contrario. La jefa de Gobierno se subleva contra “la visión que todos aprendimos del descubrimiento de América, como si América no existiera antes de la llegada de Colón”. ¿En verdad es la que “todos aprendimos”? El libro de historia de Cuarto Grado, certificado por la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos para el ciclo 2020-2021, habla de “los primeros contactos de España en América” e indica que “las expediciones de otros navegantes revelaron que Colón había llegado a otro continente y no a India”. Omite también la palabra descubrimiento y en ningún lugar dice que América no existiera antes de los viajes colombinos, dado que el libro de texto considera literalmente “el poblamiento de América… un largo proceso que se originó por varias migraciones, aproximadamente entre los años 40 000 y 6000 a. C.”. Ni Colón supo que había desembarcado en un nuevo continente ni los niños de primaria aprenden que el marino genovés lo haya descubierto.

Iniciativas tomadas al botepronto no contribuyen en nada al debate histórico serio y entraña riesgos considerables para la conservación de la memoria en una ciudad que se precia de inclusiva y de aceptar las inevitables diferencias. ¿Qué pasaría por ejemplo si otro “colectivo” demandara quitar el monumento a Cuauhtémoc argumentando que la Triple Alianza exigía tributo a los pueblos que sometía y sacrificaba a los guerreros que capturaba en las guerras floridas? ¿Lo consideraríamos la glorificación del despotismo y el genocidio? Los anacronismos conducen a callejones sin salida, oscurecen el debate público y conducen a un revisionismo histórico sin fundamento en el conocimiento riguroso. Las ciudades guardan un registro del tiempo, de los acontecimientos y de su apropiación por las colectividades y el ente público, satisfaga éste o no nuestras simpatías políticas. En circunstancias críticas —que no son las nuestras— estas intervenciones se imponen, por ejemplo, cuando en 1992 derribaron la estatua del conquistador Diego de Mazariegos en San Cristóbal de las Casas. Sin embargo, son excepcionales. Y los Estados procuran actuar con responsabilidad en lugar de atizar la disputa por el pasado. No obstante que cayó el régimen soviético, o que desapareció la República Democrática Alemana, todavía hay estatuas de Lenin en las capitales rusas y en Berlín Oriental subsisten la Karl Marx Alle y la Rosa Luxemburg Platz. París dedicó una calle al contrarrevolucionario Joseph de Maistre a pesar del culto nacional a Napoleón. Puede que los personajes históricos vivan en conflicto y sus fantasmas riñan por las noches, pero no es función de los vivos arbitrar sus disputas.

Carlos Illades

Profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Su libro más reciente es Vuelta a la izquierda (Océano, 2020).

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