Diamela Eltit: “Me sentí muy contenta cuando murió Pinochet”

Entrevista

A 50 años del golpe de Estado en Chile, la autora de ‘Lumpérica’ recuerda cómo padeció la dictadura militar, marcada por las desapariciones, el horror cotidiano, el silencio y el miedo a la censura.

Diamela Eltit, escritora chilena. (Cortesía: Planeta)
Ciudad de México /

Diamela Eltit, ganadora en 2021 de los premios Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria y FIL de Lenguas Romances, era estudiante cuando hace 50 años, el 11 de septiembre de 1973, ocurrió el golpe de Estado que puso fin al gobierno democrático de Salvador Allende en Chile e instauró una dictadura que padeció la censura y el silencio. En entrevista exclusiva desde Chile a propósito de esta efeméride y por la publicación hace 40 años de su primera novela, Lumpérica (1983), Eltit (Santiago, 1943) rememora los años de la dictadura de Augusto Pinochet.

¿Quién era Diamela Eltit hace 50 años?

Estudiaba Literatura y daba clases en un colegio en la periferia. Se hablaba mucho de que habría un golpe. Ese 11 de septiembre me llamó un amigo. Me dijo que no saliera porque se había levantado la Marina en el sector de Valparaíso y que empezaba el golpe de Estado. Fue un día muy, muy triste, que hasta ahora me acompaña, porque la memoria retiene fragmentos. Interrumpieron los programas de televisión y empezaron a poner dibujos animados. Dictaron Estado de sitio, con órdenes a la ciudadanía y pidiendo que personeros que habían ocupado puestos durante el gobierno de Unidad Popular se fueran a entregar al Ministerio de Defensa. Fue un día tétrico. Pero no teníamos la dimensión de la tragedia que se avecinaba, de las muertes, de los miles de desaparecidos.

El tío de una amiga mía miraba por la ventana en el segundo piso de su edificio mientras pasaban los tanques, y un militar con metralleta le disparó para entretenerse. Vino un desastre que duró diecisiete años, con toque de queda durante todo el periodo y con un dictador implacable, con crímenes dentro y fuera, como el asesinato del ex canciller Orlando Letelier en Estados Unidos (en 1976) o del ex comandante en jefe del Ejército Carlos Prats en Argentina (en 1974). Fue un tiempo que me hubiera gustado no vivir. Pero la vida es la vida y pasó eso. No hablo exactamente de mí misma sino de los miles de personas muertas, en su mayoría jóvenes, mujeres embarazadas, niños. Y todavía hoy hay sectores de derecha y ultraderecha que no lo reconocen.

Antes del golpe ¿hacia dónde iba su literatura?

Desde siempre fui lectora, encontré ese espacio positivo. Encontré en mi imaginario un espacio estético a través de lo literario. Eso lo siento hasta hoy como un gran privilegio. A veces las personas no saben bien lo que quieren. Yo supe siempre que mi tema iba ligado a lo literario. Había escrito algunos cuentos y entré a estudiar Literatura, pero eso me obstaculizó la escritura porque me di cuenta de la magnitud que implicaba lo literario.

Lumpérica se publicó diez años después. ¿Cómo logró evadir la censura?

Antes de la dictadura, desde niña y con más énfasis en la adolescencia, iba en ese derrotero de la literatura que era la predictadura. Me había planteado el escenario y, dentro de él, la escritura. Durante la dictadura hubo quemas públicas de libros en las calles perpetradas por los militares. Y había una oficina de censura dentro del Ministerio del Interior, que era el más poderoso, junto con el de Defensa. Allí la gente que publicaba tenía que llevar sus libros y esa oficina autorizaba o no la edición. Mucha gente no llevaba sus libros, pero al no hacerlo no podía ir a las pocas librerías que existían. Había muy pocos espacios culturales, porque en las universidades, los rectores eran militares y los diarios habían cerrado prácticamente todos y los escritores chilenos ya consagrados estaban en el exilio. Chile era un lugar de mucho desamparo cultural.

La editorial que me publicaba sí quería ir a las librerías. Entonces, escribí con un censor al lado, pero nunca escribí para el censor. Y como mi novela no era, digamos, muy centrista, pasó la censura. Por un tiempo pensé que quizás era como una fantasía eso de la oficina de censura. Pero la Universidad de Princeton tiene mi archivo y ahí encontré el documento en el que el viceministro del Interior, un cargo importante, autorizaba mi novela Lumpérica. Eso está por escrito. Que un viceministro se preocupe por los libros que salen y por los que no, es completamente alocado. Pero así era, los tiempos eran muy extremos. Además, me interesaban ciertas literaturas, como la de James Joyce, por lo que iba por un lugar en el que no había una total transparencia. Eso funcionó bajo un régimen autoritario y destructivo.

¿Cómo se gestó Lumpérica durante esos diez primeros años de dictadura?

Me demoré mucho en escribirla. Entre la escritura, que fue muy lenta, y la publicación pasaron siete años. Por otra parte, yo trabajaba fragmentariamente. Y me hice la pregunta sobre lo que significaba ser autora de un libro, pasar del ámbito privado a lo público. Eso me parecía complejo como persona, Además, he sentido hasta hoy que el libro siempre va a ser insuficiente frente al deseo del libro. Lo hice lentamente hasta que lo presenté a una editorial de Ciencias Sociales, que se abría a lo literario. Me pregunto hoy en día si una editorial de literatura habría aceptado mi manuscrito.

Usted nunca se exilió ¿Qué diría que fue lo más terrible que vivió en esa época?

Hasta hoy, si veo las imágenes que circulan de detenidos-desaparecidos, que son viejas fotos de los carnets de identidad, me produce bastante angustia. Tuve momentos complejos bajo la dictadura. Daba clases en un colegio secundario público de mujeres, en una comuna acomodada; y aparecían de pronto las inspectoras para buscar pastillas anticonceptivas en los bolsones de las chicas. Pero yo no podía hacer nada porque dependía de mi trabajo. El silencio frente a situaciones muy dramáticas también era una situación que experimentábamos. Vivir así durante diecisiete años, con un lenguaje recortado, con preguntas no hechas, es bien complicado.

Por eso, cuando terminó la dictadura y viajé a México (como diplomática) fue un momento glorioso porque llegaba a un mundo en el que pensaba: “¿cómo dicen lo que dicen?, ¿cómo los diarios publican eso?”. Era parte importante de mi vida: un Estado represivo y yo misma reprimida. Me acuerdo que hice un viaje durante la dictadura, hubo un encuentro con chilenos y uno me dijo: “Tú no usas la palabra compañero”. Le contesté que nosotros tuvimos que desalojar ese discurso y que dentro de la cabeza no puede cruzarse una frontera para activar esa parte del lenguaje que está oprimido por el sistema porque es muy peligroso. Recuerdo que, en otro colegio secundario donde enseñé, en la hora de los recreos los profesores solo hablábamos del tiempo. Eran conversaciones inocuas. No sabía uno con quién hablaba.

¿La literatura fue un espacio de libertad o una cárcel durante la dictadura?

Fue un espacio de libertad, hasta hoy. También había un momento de fuga de lo que estaba viviendo, todos esos compatriotas que morían, los amigos exiliados. Era una cosa inédita que salieras a la calle y los militares te apuntaran con metralletas, que si salías en auto te revisaran a cada rato, que volvieras corriendo a tu casa en la noche por el toque de queda porque entonces había una libertad para dispararte y matarte y eso no era investigado. Fue muy difícil y es muy difícil de entender lo que es una ciudad dictatorial. Escribir fue liberador. Por otra parte, eso no quitaba las preguntas teóricas sobre la escritura, que las tengo siempre, o la inquietud por la censura, Salía un poco de ese espacio para entrar en otra condición de la cual no era totalmente responsable porque la literatura excede a la persona que escribe.

¿En algún momento censuraron algún libro suyo?

Publiqué en 1983, en 1985 y en 1988. En los años finales ya había una apertura mayor. De 1983 en adelante hubo levantamientos populares, pacíficos, protestas, y la influencia de Estados Unidos se debilitó porque estaba más abierto a los negocios, y un país con protestas no le convenía, así que promovía la vuelta a la democracia. En mi caso, hubo un silencio crítico, no teníamos muchos espacios críticos, y una novela era como la inexistencia.

Cuando vino a México como agregada cultural, entre 1991 y 1994, ¿qué opinión tenía de que los exiliados chilenos de izquierda llegaron al México de Luis Echeverría, un presidente a quien se acusa de represor?

Tenemos que recordar que México rompió relaciones con Chile el día del golpe. En segundo lugar, parte de la familia de Allende se exilió en México. La visión sobre Echeverría es dual. Por una parte, con los chilenos fue muy generoso. Rompió relaciones, desconoció al gobierno de Pinochet, abrió las puertas a muchos políticos. Los chilenos vimos la parte más proclive de México hacia nosotros. Entiendo muy bien lo que usted dice. No estábamos tan enterados de la función de Echeverría durante la matanza de estudiantes en 1968. Desde luego, es algo complejo.

Medio siglo después, ¿cómo ve a Salvador Allende?

Viví ese tiempo; yo era allendista. Mi madre era militante comunista, Allende tuvo tres candidaturas antes de ser presidente y mi mamá votaba por Allende. Yo no milité, más bien fui simpatizante socialista. Viví la Unión Popular, no solo desde chica; tenía a Allende en mis cuadernos de estudiante secundario. De esa época, lo que me pareció más extraordinario fue el mundo popular. Allende tenía pueblo y el pueblo se manifestaba a favor de Allende, cuestión que no se ve en el gobierno de Gabriel Boric, que sí tiene un gobierno reivindicativo de las carencias pero no el pueblo con que contaba Allende. Tengo los mejores recuerdos pensando en los mundos populares, que hablaron, que sintieron que teníamos un gobierno que iba a mejorar sus condiciones. No tengo ninguna crítica hacia Allende, porque los que se lesionaron con su gobierno eran gente racista, clasista, fundada en sus bienes, pensando que se los iban a quitar. Yo estaba en otro lado de la vereda, pensando que había que mejorar las condiciones de vida de la gente.

¿Y a Pinochet?

Es un criminal. Yo estaba muy contenta cuando murió. Su dictadura duró diecisiete años, pero hay que recordar que quedó como comandante en jefe y que después fue designado senador vitalicio. Estamos hablando de una persona terrorífica, que instaló el neoliberalismo que entonces y hoy ha agudizado la desigualdad chilena, que es muy alta.

¿Cómo ve a Chile ahora? En particular, después de que se echó abajo la nueva Constitución.

Vivimos un tiempo complicado, un fenómeno mundial en el que avanza la ultraderecha. Mira lo que pasa en Argentina con un candidato (Javier Milei) incomprensible. Tenemos la inmigración que extrema los nacionalismos, la pandemia y la tremenda crisis que generó. Somos un país muy desigual y una sociedad objetualizada, donde la gente debe lo que tiene. La gente tiene sin que nada le pertenezca, y defiende esos objetos que no le pertenecen, y se ha generado una sociedad donde objeto y sujeto valen lo mismo. Todos esos elementos han generado un camino proclive a la ultraderecha que se sostiene en el nacionalismo y la propiedad privada.

¿Tiene esperanza de que en Chile haya reconciliación?

Yo no sé si me quiero reconciliar. Yo quiero justicia. No se trata de reconciliación, eso es más religioso. No hay reconciliación mientras no haya justicia. No estamos hablando de cómo se introdujo el narco, de pandillas. Estamos hablando de delitos de lesa humanidad. ¿Tendría que reconciliarme con quién? Yo estoy reconciliada conmigo misma, con la gente que frecuento, tengo muchas amistades.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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