Los 100 años de un intelectual por excelencia como Edgar Morin (1921) no podían pasar desapercibidos en Francia. La Grande Librairie, uno de los programas literarios emblemáticos hoy en día, dedicó su emisión del 9 de junio a entrevistar al sociólogo francés. Las inquisitivas preguntas de François Busnel, animador del programa y director de la revista America, buscaron obtener los aspectos fundamentales de la obra inmensa de un fiel testigo del siglo XX.
Edgar Morin es doctor Honoris causa por 38 universidades en el mundo. En los años cincuenta, junto con Georges Bataille, Raymond Queneau, René Clément, entre otros, formó parte del grupo de la rue Saint Benoît que se reunía en el Café de Flore, para escuchar a Boris Vian y a Juliette Gréco. Autor de más de 60 libros, sigue activo pues su última obra, Lecciones de un siglo de vida, acaba de ser publicada por la editorial Denoël.
El temple y el vigor al hablar no muestran la verdadera edad de Morin. Mascada de seda al cuello, anillos varios, mocasines borgoña…, en la conversación con Busnel el casi centenario no vacila al referirse a su niñez ni abordar otros temas que tienen que ver con su formación y desarrollo intelectual.
“Los hechos más determinantes en mi vida fueron la muerte de mi madre a la edad de diez años, y un sentimiento de exclusión familiar, el no haber recibido ninguna ayuda, ninguna cultura por parte de mi familia. Yo mismo debí construirme una cultura primero en los libros, en las novelas, luego en el cine. Me parece que los determinantes de mi vida acontecieron en la adolescencia. Haciendo a un lado, claro, los grandes errores que cometí, como haber ignorado que el nazismo comportaba en sí una noción de superioridad aria y una voluntad de colonizar o esclavizar, de dominar Europa y el mundo. Pero si no, lo esencial de mi pensamiento se formó en ese entonces, una época en la que experimentaba contradicciones. Había crisis económica. Así pues, ¿era necesario cambiar el capitalismo? Pero también había crisis política. Luego entonces, ¿eran el socialismo y el comunismo los responsables? Existía la oposición entre el fascismo y el estalinismo. La guerra que amenazaba ¿era necesario hacerla o no?
“Durante ese tiempo me alimenté de contradicciones. También creo que un aporte decisivo fue el de un amigo, discípulo de un profesor marxista, que me dijo: para comprender el mundo, para comprender la humanidad y su historia, hay que rehacer el camino de Marx; es decir, hay que saber unir el hombre biológico y el hombre cultural, buscar en el conocimiento humano para encontrar las respuestas a las grandes preguntas: ¿qué puedo saber?, ¿qué puedo creer?, ¿qué puedo esperar? Y para ello hay que saber lo que es el hombre. Por eso, cuando me inscribí en la universidad, lo hice en la Facultad de Filosofía, donde había Sociología, Psicología; pero también me inscribí en Ciencias Económicas, en la Facultad de Derecho, en Historia…, es decir, desde el principio quise hacer una formación multidisciplinaria. Creo que mi camino se definió entre los 13 y los 20 años.
“Fue a través de Hegel que vi que era necesario el pensamiento para confrontar la contradicción. Hegel piensa que podemos superarla mediante una síntesis. Yo comprendí de inmediato que finalmente hay contradicciones que no solo no podemos dejar atrás sino que es necesario vivir. Heráclito fue muy importante para mí porque es el pensador de la unidad de los contrarios y de la complementariedad de los antagonistas y eso yo lo experimento sin cesar. Este antagonismo entre el escepticismo y la fe, no la fe religiosa sino una fe en la fraternidad humana, esa es mi religión. Viví mi contradicción entre la razón y la religión, religión en el sentido de la “tierra patria”, que trato de abordar en uno de mis libros. Siempre hay un problema importante. Vemos que hay contradicciones que es necesario vivir, que hay que superar o asumir. Creo que mis contradicciones interiores me han ayudado más que dañado. El pensamiento no puede escapar. Sea que nos preguntemos sobre el origen del universo, sobre la microfísica, no podemos evitar hacernos preguntas o enfrentarnos a contradicciones”.
Hijo de un judío sefardita de Salónica y de una mujer italiana, su verdadero nombre es Edgar Nahoum. Fue durante los años de la Resistencia cuando adoptó el apellido Magnin, del personaje de una novela de Malraux, L’espoir, y que mal entendido por sus camaradas se convirtió en Morin.
“Al principio estaba molesto, pero debí aceptar este hecho consumado. Estaba muy unido a este Magnin, héroe de España y de la resistencia miliciana. Tuve que adaptarme a este Morin que entró en mí, que comenzó a formar parte de mi identidad. Lo que hizo que, cuando llegó la liberación, retomara mi estado civil (Edgar Nahoum). Habría podido cambiarlo como muchos otros. Pero como había comenzado a existir para mis amigos y a escribir con el apellido Morin, lo conservé como personaje público. Yo era alguien a la vez hijo de mis obras e hijo de mi padre”.
En cuanto a sus años en la Resistencia, Edgar Morin confiesa su indecisión y conflicto. “Tenía 20 años, y quería vivir. Tenía miedo de que si entraba a la Resistencia mi vida se arruinaría demasiado pronto. Pero al mismo tiempo me decía que si me escondía para proteger mi vida solo iba a sobrevivir y no a vivir. Comprendí que era necesario, tarde o temprano, aceptar vivir —aunque esa época conllevara el riesgo de la muerte— en lugar de sobrevivir. Digamos que la idea de la importancia de vivir en comparación con la de sobrevivir se quedó conmigo. A mis 20 años, lo que en verdad despertó en mí este deseo fue la audición en la radio de El buque fantasma de Wagner. De forma indirecta, claro, pero los llamados que hay en esa obertura… son como en Chateaubriand: ‘Orage desirée, levez-vous!’ Es un poco la idea de la aventura; claro está, era una aventura arriesgada. Al final, de todo eso me quedó que toda vida humana es una aventura, lo sepamos o no”.
Esta idea de la vida como aventura es recurrente en su pensamiento, el llamado pensamiento complejo por el cual es conocido. “Mi experiencia personal ha sido ver llegar lo inesperado, ver cómo lo increíble se convierte en real. Increíble el pacto germano-soviético, cuando eran dos enemigos mortales que se asociaron para repartirse Polonia. El desastre de Francia, el éxodo de millones de franceses, una visión casi apocalíptica que era algo impensable. Increíble la manera en la que estos franceses se las arreglaron no solo en el éxodo sino durante la ocupación. Todo lo que he vivido, lo inesperado, lo aparentemente imposible, es enseñanza. Cuando sobrevino este otro suceso increíble que es la pandemia, sabía que estaba armado para afrontarlo, no solo porque siempre espero lo inesperado sino porque tenía las herramientas de un pensamiento complejo capaz de abarcar los múltiples aspectos de esta crisis que era multidimensional y que iba desde el individuo en su vida biológica hasta la humanidad. Es una lección: espera lo inesperado.
“En lo que concierne a la incertidumbre, vuelvo a una cosa banal. Cuando alguien nace no sabe nada de cómo será su vida, su destino, sus amores, sus enfermedades, la hora de su muerte, e incluso mientras crece su futuro es incierto. Repito, cada ser humano vive una aventura. El fenómeno extraordinario es que esta aventura no se sitúa ya en una aventura nacional sino mundial. Hoy en día toda la humanidad está implicada en una misma aventura”.
Consecuencia de esto mismo, para Morin es el momento crítico de la humanidad, del cual no parece darse cuenta del todo. “Es necesario tomar conciencia. Hay una gran dispersión al respecto, pero hay que tomar conciencia sobre la gravedad de este problema. La humanidad ha emprendido una aventura de la que no conocemos el fin a no ser por la muerte del Sol. El objetivo del camino es continuar el camino. No debemos pensar en un modelo de sociedad ideal al cual llegar. Hay que pensar en una mejora permanente. Mi máxima favorita es de Machado: ‘Caminante no hay camino, se hace camino al andar’. Lo que hago en mi libro Changeons de voie es mostrar que hay posibilidades de otra política, lo mismo en economía, ecología, la vida cotidiana, la alimentación, que en el consumo. Para mí, la libertad sería que todos los movimientos solidarios de toma de conciencia no se dispersen en la enorme crisis política que existe, pues hay un vacío político colosal. Que todos estos movimientos puedan reunirse. Trato de trabajar mediante una vía marxista. En mí, de Marx hay esta idea de hacer converger todos los conocimientos en lugar de separarlos. Pero, sobre todo, una idea crítica.
“Marx fue el último profeta crítico —laico, más bien— del mesianismo judeo-cristiano secularizado bajo la forma del comunismo. Marx fue el símbolo de esta promesa, cuya teoría fue puesta en práctica de manera enérgica por Lenin, y esta concretización del mesianismo judeo-cristianismo secularizado se derrumbó en la contradicción entre la realidad que la creó y el ideal que la impulsó. Fue uno de los fracasos más rotundos de la historia. Creo que si hay que retomar el camino de Marx no hay que llegar a las mismas conclusiones de Marx; hay que comprender que el devenir no está escrito como él lo creía sino que se construirá. Hay que cambiar la perspectiva. Mi maestro es más Heráclito que Marx”.
Escritor multidisciplinario, pese a haber estado siempre cerca de la literatura y la poesía, nunca se estrenó como novelista o poeta, pero siempre ha sido un lector notable. “Dostoievski es uno de los autores que me han acompañado en mi vida porque no solo tiene un sentido de la complejidad humana; sus personajes son uno y múltiples. Los hermanos Karamazov es una obra monumental. Recientemente acabo de terminar el único libro suyo que no había leído: El adolescente. Un libro muy interesante sobre lo que hoy llamamos maniaco-depresivos o bipolares, ¡algo que somos todos! Todos somos muy diferentes en el amor, en la cólera, en lo cotidiano. En esta novela existe el sentido de esta complejidad; en sus personajes extraordinarios hay ese paroxismo. Y, sobre todo, una compasión por los humillados. Es una lección inolvidable, algo que guardaré por siempre. Por eso Dostoievski me resulta muy importante. Diría que todos los grandes escritores rusos me complacen: Tolstoi, Chejov… Pero también Balzac, quien fue un aprendizaje sobre la vida social, todo Balzac, y Alphonse Daudet, Roger Martin du Gard, Proust, por supuesto, un autor de la complejidad en los puntos finos de la psicología y las relaciones, complementario a Dostoievski. Mi adolescencia estuvo marcada por Malraux, quien encarnaba la condición humana, la aventura política, la guerra de España. Para mí, la narrativa es más importante que las humanidades. No fui novelista porque me dije que para serlo había que tener genio, en tanto que para las humanidades bastaba ser banalmente inteligente. La narrativa siempre me nutrió y me sigue nutriendo: todas las noches, en cama, leo un poco antes de dormir”.
AQ