Siete semanas antes de que el mundo asistiera al magnicidio de John F. Kennedy, Lee Harvey Oswald —el hombre acusado por ese crimen— merodeó en las calles de la Ciudad de México. Se sabe que se apersonó en las embajadas cubana y soviética en busca de una visa que le permitiera llegar a la URSS. No obstante, las intenciones concretas de aquella visita son todavía parte de un paisaje nebuloso y plagado de interrogantes.
Poseedor de un olfato narrativo agudo que le permite transformar los titubeos de la Historia en ficciones fabulosas, Enrique Berruga Filloy aprovechó los vacíos de este episodio para escribir su sexta novela: El cazador de secretos (Espasa, 2022).
- Te recomendamos Alas de cera | Por Irene Vallejo Laberinto
Si el quehacer de la Historia es rastrear el devenir socioeconómico, político y cultural de las sociedades, el de la ficción es imaginar mundos posibles. Así ha operado la literatura reciente de Berruga Filloy. “Ya casi se me ha convertido en una manía llenar los huecos de la historia mediante la ficción”, explica en entrevista con Laberinto el también diplomático y ex embajador de México ante la ONU. Otra de sus novelas, Propiedad ajena (Planeta, 2000), surgió de otra interrogante irresoluta: ¿Qué pasó con los habitantes de Texas cuando este territorio pasó a formar parte de Estados Unidos? De modo similar, El cazador de secretos indaga en las posibles motivaciones de Oswald para visitar nuestro país.
“Nadie le ha rascado lo suficiente a ese asunto”, dice el escritor. “Yo me preguntaba si durante esa visita tan misteriosa, en la conexión mexicana en septiembre de 1963, no se había empezado a cocinar el asesinato de Dallas”.
En la novela, Oswald —un hombre enjuto de ojos pequeños— come tacos en un puesto callejero y se escabulle en los recovecos de la capital mexicana. El encargado de seguir su rastro es Valentín Guzmán, un agente de la Dirección Federal de Seguridad. Desde la infancia, este espía mexicano había soñado con dedicar sus días al oficio de la vigilancia encubierta. Su misión actual, sin embargo, lo enfrentará a una trama hilvanada con intrigas y corruptelas.
En este punto, ustedes se preguntarán: ¿un espía mexicano? Efectivamente, el héroe de esta novela es un hombre entregado a su labor que posee las habilidades de un informante de clase mundial, pero que trabaja rodeado de privaciones e ineptitudes. Además, carga en los hombros una infancia solitaria y padece las tribulaciones de una vida amorosa incierta. “No todo tiene que pasar en Berlín, a las afueras de Viena o en un bosque en San Petersburgo”, defiende el escritor.
“Valentín Guzmán es un personaje ideal para exhibir las carencias que tiene el espionaje mexicano o frente a otros servicios de espionaje en el mundo”, explica Berruga Filloy, cuyos referentes inevitables en el thriller son Ian Flemming (creador de James Bond) y John le Carré (autor de Un espía perfecto). Ambos, igual que Enrique Berruga, fueron diplomáticos.
Por eso, para configurar su novela, Berruga Filloy recurrió a su propia experiencia en el servicio exterior, donde estuvo en contacto con servicios de inteligencia soviéticos, norteamericanos y británicos. Esos años afinaron su instinto vigilante. “La diplomacia, en el fondo, es un sistema de acopio de información. Como diplomático debes tener un entrenamiento mínimo de espionaje. Si quieres conocer ciertas cosas del gobierno ante el cual estás acreditado, requieres tener ciertas habilidades para colarte por los lugares adecuados, para llegar a las fuentes de información que te interesan, para cultivar contactos o para indagar cosas que puedan ser de interés para tu país. Eso lo hacemos todos los diplomáticos”.
Como otros célebres espías, Valentín Guzmán parece destinado a las sombras. “No hay un solo cementerio en el mundo donde estén enterrados los espías que ayudaron a que su país fuera una potencia. Ni siquiera muertos pueden tener una identidad”, sentencia Berruga Filloy.
Más allá de confabulaciones, persecuciones y traiciones, el autor se propuso retratar una condición humana más honda: la soledad. “La novela”, concluye, “es la expresión cultural más cercana a la vida”. Y por eso en la literatura está la revancha de los anónimos.
ÁSS